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Sánchez encara el próximo Congreso del PSOE con voluntad de cambiar a su actual dirección por otra de mayor peso político

Aires de cambio. Profundo. Y lo que llegará viene a ser un reconocimiento implícito de los errores pasados. Más bien de un equipo cerrado a golpe de favores y pagos por el apoyo prestado durante un viaje emprendido casi en solitario, tan solo con una pléyade de fieles de escaso relieve en una organización con más de 140 años. Hablamos del PSOE, de Pedro Sánchez y de su decidida voluntad a sustituir a su actual dirección por otra de mayor peso político y altos vuelos para acompañar a su Gobierno en una Legislatura que promete convulsión y estruendo, además de una virulenta ofensiva de la derecha por todos los flancos.

Aún no hay fecha para el cónclave. Y eso que el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE dio instrucciones en Ferraz para que sus huéspedes fueran preparando el que será el 40º Congreso Federal. Su deseo, según relatan fuentes socialistas, era que tras la formación del nuevo Ejecutivo, la cita se celebrase antes de verano, entre el tercer y cuarto año –como reza en los Estatutos del partido– desde la fecha del último cónclave. Sin embargo, ha echado el freno. “Los destinos del señor Sánchez son inescrutables”, ironizan en la sede socialista, después de saber que el secretario general ha decidido finalmente dilatar la convocatoria cuando menos hasta final de año. La perspectiva de un año electoral, como será 2020, en comunidades como Galicia y País Vasco –además de la posibilidad de que Catalunya anticipe las suyas– y la tramitación de los próximos Presupuestos Generales del Estado han frenado su primer impulso para sustituir a una dirección que lleva poco más de dos años y medio de mandato y, sin embargo, no ha dado muestras de desenvoltura en la primera línea de la política.

Tanto es así que Sánchez lleva tiempo meditando los cambios que podrían afectar también a la secretaría de Organización. En este caso no por falta de talla política sino porque su titular, José Luis Ábalos, ha tenido en ocasiones que hacer equilibrismo con su doble condición de número tres del partido y ministro de Fomento, por lo que en demasiadas ocasiones ha tenido que delegar su responsabilidad orgánica en el navarro Santos Cerdán, del que Sánchez tiene una inmejorable opinión.

Salvo la presidenta, Cristina Narbona; la vicesecretaria general, Adriana Lastra, Ábalos, Cerdá y el frustrado portavoz, Óscar Puente, el resto de la dirección federal ha pasado prácticamente desapercibida en este tiempo. Unos porque carecían de experiencia en la arena nacional y otros porque eran grandes desconocidos incluso para la organización socialista. Todos entraron a formar parte de la Ejecutiva por expreso deseo de Sánchez y sobre todo por haberle acompañado en su combate contra Susana Díaz y prácticamente todos los barones y notables del socialismo de los últimos 30 años.

Fue tan grande la fractura y tan virulenta la batalla de aquellos meses que discurrieron entre el tristemente célebre Comité Federal del 1-O de 2016 que forzó su salida como secretario general, que Sánchez hizo una dirección a su medida y un Comité Federal sin la menor huella pretérita del PSOE. Tras su aplastante victoria en las primarias, ni siquiera negoció con los barones, como era tradición en el partido, la representación territorial en el máximo órgano entre congresos, una liturgia que dejó en manos de sus lugartenientes. Y aun así algunos secretarios generales se encontraron con la sorpresa de que algunos de los nombres pactados saltaron en el último momento de la lista acordada.

El resultado de aquel congreso estaba escrito de antemano y tras él empezó a escribirse la historia de un nuevo PSOE irreconocible en lo político y en lo orgánico por quienes durante lustros llevaron las riendas del partido o quienes aún habiendo pasado a la reserva habían sido siempre consultados para las más trascendentes decisiones. Ni Felipe González, el secretario general que más elecciones ganó en la historia democrática del PSOE, pudo hacer nunca la Ejecutiva Federal que quería. Más bien incluso todo lo contrario. Pedro Sánchez fue capaz, sin embargo, de diseñar la suya sin que nadie le tosiera después de su renacimiento como secretario general y de acumular más poder del que ningún otro líder tuvo nunca en la historia del PSOE en democracia.

La dirección que ahora se ha propuesto cambiar fue la que quiso en aquél momento, y no tuvo más integración de las otras candidaturas que compitieron frente a la suya en primarias que la de Patxi López y Guillermo Fernández Vara, que entró en calidad de miembro nato por ostentar la presidencia del Consejo de Política Federal. En el Comité Federal se garantizó también la mayoría. Pero, aunque no lo hubiera hecho, tampoco podría haber pasado nada porque, según los nuevos Estatutos aprobados en aquel cónclave, a un secretario general ya solo puede moverle la silla la militancia, y no una mayoría del máximo órgano entre congresos como hasta entonces.

La Ejecutiva pasó en 2017 de 38 a 49 miembros, 18 de ellos responsables de área. Y frente a los 10 líderes territoriales que Sánchez había incluido en la dirección que le acompañó tras las primarias de 2014 –cuando la militancia se estrenó en la elección directa del secretario general–, Fernández Vara fue el único barón que entró en la dirección. La composición se diseñó exclusivamente en función de la confianza y la lealtad ciega al líder, y no a ninguna cuota de integración proporcional al resultado de las primarias. Tan de Sánchez han sido los aciertos con los que ha llevado de nuevo al PSOE a La Moncloa como los errores derivados de una dirección elegida desde la exaltación y el entusiasmo de una victoria contra todo pronóstico y con la que hoy no se siente bien acompañado desde un Gobierno integrado fundamentalmente por técnicos. La nueva travesía requiere, dice alguno de sus más estrechos colaboradores, de algo más que un grupo de incondicionales de “discutible perfil político”. Habrá bajas y todo indica que muchas más de las que algunos esperan.