Emilio Silva: “Cuando empezamos a exhumar hace 20 años no conocíamos la dimensión de los crímenes franquistas”
El deseo de escribir una novela sobre republicanos como su abuelo llevó a Emilio Silva en el año 2000 a viajar al Bierzo y a indagar sobre las vidas de guerrilleros. No buscaba los restos de su abuelo desaparecido. Más bien indagaba sobre la naturaleza humana de aquellas personas que defendieron la democracia y combatieron la dictadura. Pero la vida a veces nos coloca delante de nuestras narices nuevos interrogantes y eso es lo que le pasó a Silva cuando una mañana una cita prevista con un guerrillero se truncó en el último momento “porque le surgieron problemas personales, y esos problemas personales de ese hombre son la primera causa de que hoy esté aquí hablando contigo”.
A falta de cita, Silva entabló conversación con un amigo de la infancia de su padre, Arsenio Marcos, quien en un momento dado pronunció unas inesperadas palabras que obligaron a Emilio a olvidarse del relato que esperaba oír del guerrillero, de su libro, de la escritura: “Yo sé dónde está enterrado tu abuelo”.
Esa frase pospuso hasta hoy todos los planes del Silva aspirante a novelista y le empujó a impulsar un proceso en busca de verdad, justicia y reparación que veinte años después ha visto sin duda sus frutos.
Fue el inicio de su viaje hacia la memoria, “un viaje que es el sentido de la vida de mucha gente” y que ha tenido algunos momentos clave: la exhumación de la fosa de su abuelo hace ahora veinte años, la primera con métodos científicos, una exhumación en 2002 en Piedrafita de Babia que llamó la atención de medios de comunicación extranjeros y nacionales y disparó las peticiones de familias de víctimas, el viaje de Silva en coche desde Madrid a Ginebra para reunirse con integrantes de Naciones Unidas, lo que supuso la inclusión de España en el listado anual de países con desapariciones forzadas, un gran concierto-homenaje a los republicanos en Rivas en 2004, la investigación frustrada de los crímenes franquistas en la Audiencia Nacional o la apertura de la querella argentina que investiga los crímenes del franquismo.
“No le puedes encontrar sentido a esta democracia -ni tampoco significado- si no incorpora lo que construyeron sus abuelos y abuelas, y lo que sufrieron por haberlo construido. Una democracia donde no está eso incorporado es poco significante”, explica en conversación con elDiario.es en una terraza del centro de Madrid.
Eso es lo que ha estado haciendo Silva junto con otras muchas personas estos últimos veinte años: “No solo extraer el significante, sino darle un significado a lo oculto”. Tras la exhumación en octubre de 2000 de la fosa donde encontró los restos de su abuelo -todavía se emociona al recordar el hallazgo de la primera bota con huesos dentro- vinieron otras muchas, que han supuesto la identificación de más de mil quinientas víctimas del franquismo solo por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), la asociación que preside. Esa actividad, la búsqueda de las personas desaparecidas, ha sido uno de sus principales objetivos. Y, a través de ella, la recuperación de una verdad habitualmente oculta o puesta en duda.
Las elites han creado un significado de democracia a su medida que ha permitido lavar la cara de los franquistas
Cuando los cadáveres aparecen, los crímenes no pueden seguir negándose. De esa forma todo un país ha podido ir conociendo que lo que muchos pensaban que era puntual, anecdótico o menor, fue en realidad un plan sistemático de persecución contra un sector de la sociedad que tenía unas ideas políticas determinadas. “Ni yo mismo era consciente de semejante dimensión. No conocíamos aún la envergadura de los crímenes del franquismo”. Nadie la conocía con exactitud.
“Hoy en día el pasado solo es significado. Ese significado puede ser democrático y justo o puede ser el construido por las elites, que han creado un significado a su medida. Nosotros llevamos veinte años desordenando ese significado que ha permitido lavarse la cara a miles de franquistas”.
El miedo
En estos veinte años quienes buscan a personas desaparecidas se han encontrado a menudo con muros de silencio, desprecio o negación. Y han tenido que enfrentarse al miedo.
Silva recuerda cómo en la exhumación de su abuelo en 2000 apareció una mujer que contó que ella nunca “hablaba con sus hermanas de estas cosas”. “Estas cosas” eran la detención ilegal de su propio padre por pistoleros falangistas, su asesinato y su desaparición. Rememora también cómo a Vicente Moreira, que cuando murió Franco empezó a buscar la fosa de su madre, asesinada por falangistas, un vecino le indicó la ubicación de la misma desde lejos, sin salir de su casa, a través de la ventana, solo gesticulando con la mano, indicándole que se moviera más a la izquierda o más a la derecha, por miedo a que lo vieran junto a él.
Menciona la dimensión del miedo, cuyo origen reside en la envergadura de la represión, con criminales como los asesinos de los hermanos de Asunción Álvarez, cuya madre “tuvo que cocinarles esa noche, tras los asesinatos, un cordero porque querían celebrarlo. Imagina la perversión. A medida que en esos años íbamos recogiendo estas historias íbamos tomando conciencia de la dimensión de los crímenes y de la importancia de enmarcarlos en la defensa de los derechos humanos”.
Ese miedo ha atravesado a todo un país durante décadas. “Yo mismo lo viví, al principio cada vez que dábamos un paso teníamos esa sensación de ‘uf, me puede pasar algo’”.
“Recuerdo la primera vez que entré en un juzgado, el 9 de julio de 2002 en Villablino, con una fotocopia de una resolución de Naciones Unidas sobre las personas desaparecidas, a pedir a una jueza que interviniera en una fosa en Piedrafita de Babia. Iba con tanto miedo que casi temblaba”.
Tanto él como las personas integrantes de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica fueron entendiendo que aquel miedo podía ser una brújula.
“Nos dimos cuenta de que en España nos habían educado para el miedo, y que eso era una protección para quienes cometieron estos crímenes o se beneficiaron de ellos. Sentíamos miedo justo donde podíamos perjudicar los intereses de los franquistas, de los verdugos. Al final el miedo se acaba convirtiendo en una brújula: si siento miedo tengo que seguir por aquí”.
“El miedo tiene un gran beneficiario, es el gran protector de los franquistas, ha sido una herramienta usada durante cuarenta años. Las amenazas ahora de Vox pidiendo derogar la Ley de la Memoria forman parte de ese lenguaje del miedo, para que mucha gente diga ‘¿ves? Mejor no tocarlo’”.
Ese miedo ha ido resquebrajándose en estos veinte años, a través de las exhumaciones, a través de la conversación que surge en torno a ellas, a través de actos de reparación impulsados por la sociedad civil.
“Se han ido conquistando espacios de naturalidad al hablar. Lo que han logrado las familias de las víctimas del franquismo es que dejemos de decir ”estas cosas“, que podamos enunciar, denunciar y llamar las cosas por su nombre. Pero aún falta algo”.
“El Estado tiene que dejar de ser equidistante”
Lo que falta para acabar con el miedo, dice Silva, es que el Estado dé un paso para dejar de ser equidistante.
“La no intervención del Estado es una forma de equidistancia, una forma de decir que no se está ni con los franquistas ni con los antifranquistas, de mantenerse al margen, y eso genera confusión. El Estado debería contar a este país todo lo que gastó el franquismo en reparar los daños reales y los inventados de lo que llamó la violencia roja. El BOE está repleto de becas, de puestos de trabajo en la Administración pública para toda la vida para familias de ‘caídos por Dios y por España’, de licencias de lotería, gasolineras, de estancos, de pensiones especiales”, denuncia Silva.
“El propio Estado debería acabar con ese discurso que dice que hay que reparar a todos. Ya está bien. Ese es un discurso habitual de partidos políticos de la derecha y de gente de la sociedad civil que está en contra de los derechos de las víctimas del franquismo”.
La gran deuda pendiente con las víctimas del franquismo es acabar con la equidistancia del Estado
“El Estado debe decir que aquí hubo una causa general que fusiló a 55.000 personas, que se llevó los bienes de miles, que dejó a miles de huérfanos sin escolarizar cuando sus familias centraban todos sus esfuerzos en que sus hijos se educaran. El Estado tiene que terminar con esa especie de neutralidad que en el fondo beneficia a los franquistas”.
Y en opinión de Silva esta equidistancia implica impunidad y explica que ocurran cosas como la retirada esta semana de la placa que homenajeaba a Largo Caballero.
“Se ha llamado fallecidos a republicanos asesinados en campos nazis de concentración en un monumento público inaugurado por la actual vicepresidenta responsable de Memoria Democrática, se han arrasado lugares de memoria como la plaza de toros de Badajoz o la cárcel de Carabanchel, o se han trasladado los restos de Franco a otro lugar de propiedad pública que pagamos con nuestros impuestos. Mueren o siguen vivos torturadores con medallas y pensiones especiales, la Ley de Amnistía es propagada como un acto de reconciliación, se permite que el Ayuntamiento de Madrid destroce las lápidas de tres mil fusilados por los franquistas y el Gobierno no declara ese espacio Bien de Interés Público…”.
Qué debería incluir la nueva Ley de Memoria
La nueva ley que el Gobierno prepara bajo el nombre de Ley de Memoria Democrática corre el riesgo también de ser equidistante en opinión de Silva. “¿Por qué no llamarla Ley Antifranquista?”, se pregunta:
“Romper con la equidistancia no es solo hablar de Clara Campoamor, es también hablar de Queipo de Llano, que pedía a sus soldados que violaran a mujeres como Clara Campoamor, y así lo decía públicamente en su programa de radio. Es un señor que hoy estaría en un Tribunal Penal Internacional. Hay que hablar de los buenos pero rechazar contundentemente a los malos, porque si no, tenemos una especie de equidistancia 3.0”.
“El relato y el contenido de la ley tiene que partir del fin de la equidistancia. Tiene que estar con las víctimas, acabar con ese negacionismo que defiende que los franquistas no fueron reparados. Nuestras abuelas han visto cómo los franquistas fueron premiados por asesinar a gente como sus maridos y ahora lo niega el Estado en una ley en la que se supone que va a reparar a las víctimas de la dictadura”, denuncia.
Otro de los asuntos pendientes señalados a lo largo de la entrevista es la ausencia de una condena al franquismo por parte del Pleno del Congreso. “Una Comisión constitucional condenó el franquismo en 2002 pero tiene que ser el Pleno del Congreso, donde estén los líderes de todos los partidos, y también en el Senado. Nunca se ha legislado algo que sea una amenaza para el estatus del franquismo”.
¿Puede esa equidistancia explicar cuestiones de nuestra actualidad? La respuesta de Silva es que sí, sin duda. Esa equidistancia “influye en la política, en la sociedad y en la justicia”.
“Cuando el Estado ha sido equidistante es difícil que las familias de las víctimas detecten los signos de verdadero cambio que les ayude a confiar en ese Estado. En estos años donde no ha intervenido el Estado hay mucha gente que a los daños sufridos por la dictadura ha tenido que sumar los causados en democracia”, denuncia.
“Cuando el relato de las víctimas emerge, la derecha sobreactúa”
“Este Gobierno tendría que acabar con ese relato almibarado y falso. Cuando Carrillo se dio la mano con Fraga en el Club Siglo XXI la derecha lo reivindicó y se dijo que ahí acababa todo. Ahí no acabó nada para las víctimas del franquismo, a las que nadie preguntó ni consultó. Lo que hicieran las elites políticas va por un lado, y la sociedad, por otro”, señala.
En ese sentido Silva subraya la importancia de que haya una verdad oficial no equidistante.
“Nosotros dentro de dos meses tendremos un informe arqueológico de las últimas exhumaciones que hemos hecho en El Espinar y Guadalajara, luego un informe forense, luego vendrá el laboratorio de ADN que nos dará más datos, lo graparemos y formará parte de un archivo de una asociación que algunos consideran parte del problema. Todo esto debería hacerlo el Estado, o como mínimo debería enviar un notario a las exhumaciones para decir ‘esto ha ocurrido, aquí están estos cuerpos, estos orificios de bala, les juzgaron por estos supuestos delitos, etc’. De ese modo habría un relato oficial del que el Estado sigue escapando”, denuncia.
“Hay una gran batalla por ese relato y por eso la derecha se crispa en parte, sobreactúa, como Vox diciendo eso de ‘primer aviso’. La fractura del relato equidistante tiene que llegar a todos los ámbitos para evitar estas cosas. Las fosas han servido para resquebrajar ese relato donde hay que reparar a todos porque todos fueron buenos y malos”.
“Que la nueva ley incluya una oficina estatal de Atención a las Víctimas”
“Es evidente que en la Transición los militares no iban a dejar las armas ni a decir a los presos políticos de Carabanchel que salieran para entrar ellos. Pero que se cuente. Cuando nos dicen ‘no sabes lo difícil que era aquello’, yo no lo discuto, pido que se cuente, que se cuente que el franquismo no se había evaporado, que se cuente si se puso una pistola encima de la mesa a la hora de pactar, que se renuncie a ese relato edulcorado, que se narren las presiones del franquismo”, prosigue.
Silva lamenta que miles de personas hayan fallecido sin haber sido nombradas por el Parlamento, sin reconocimiento, sin una legislación reparadora. Reivindica la creación de una oficina del Estado donde las familias puedan llamar y decir “mi abuelo fue un preso político, ¿me puede enviar su expediente penitenciario, por favor?”.
Han sido miles las personas que en estos años han recorrido cientos de kilómetros en busca de información sobre sus padres, madres, abuelas o abuelos, las que han mendigado en archivos, rogado en Ayuntamientos, pagado cientos de euros por la digitalización de documentos, preguntado en pueblos en busca de pistas sin ayuda alguna de las instituciones.
“Por eso esta nueva ley debería incluir algo que no se sabe aún si está incluido, que es que el Estado atienda a las familias de los desaparecidos. Ayer cuando terminamos la exhumación de Guadalajara vino un hombre de 83 años, hijo de un desaparecido, preguntando por su padre. Como no tiene dónde ir, viene al cementerio, a nosotros. A un kilómetro y medio de donde estábamos hay una subdelegación del Gobierno que tendría que atender esas peticiones. Hay víctimas de primera y víctimas de segunda claramente”
La influencia de Argentina en España
“En la primavera el ánade salvaje vuelve a su tierra para las nupcias. Nada ni nadie podrá detenerlo. Si le cortan las alas, nadará con las patas. Si le cortan las patas se impulsará con su pico porque ese viaje es su razón de ser, el sentido de su vida”: Emilio Silva recuerda a menudo este relato contado por el maestro de La lengua de las mariposas, libro de Manuel Rivas llevado al cine por José Luis Cuerda.
Esa razón de ser sigue siendo para él la recuperación de la memoria histórica. Y en ella siempre ha habido una especie de viaje de ida y vuelta: el que España y Argentina llevan décadas manteniendo.
Silva se pregunta cómo habría sido todo si él no hubiera forjado buena amistad en sus años universitarios con varios hijos del exilio argentino, si no hubiera conocido en el año 1997 a dos grandes abogados, Carlos Castresana y el argentino Carlos Slepoy, “dos personas muy importantes en los juicios en España sobre las dictaduras de Chile y Argentina” y uno de ellos, Slepoy, impulsor de la querella argentina contra los crímenes del franquismo, o si en esos años noventa no hubiera tenido acceso a la Asociación Pro Derechos Humanos argentina o si no hubiera conocido la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo.
Su relación con estas personas le introdujo en una cultura de derechos humanos esencial para abordar posteriormente una lucha por la memoria antifranquista española que ha marcado un antes y un después en este país.
Quizá por eso cuando Emilio Silva escuchó aquellas palabras en boca de ese amigo de su padre -“yo sé dónde está enterrado tu abuelo”- decidió escribir un artículo en un diario de León titulado “Mi abuelo también es un desaparecido”, en un momento en el que casi nadie en España empleaba ese término usado en Argentina -desaparecido-, porque el lenguaje estaba aún cargado de eufemismos, “y para contar que alguien había sido detenido, torturado, fusilado y desaparecido se decía paseado”. Hubo periodistas y hasta académicos de la Lengua que le afearon el uso de ese término, pero Silva no cejó en su empeño, a pesar del miedo.
Posteriormente Argentina siguió estando presente, como en ese café que Silva tomó con el jurista argentino Eugenio Raúl Zaffaroni en una céntrica terraza de Madrid en el año 2008, cuando varias víctimas del franquismo buscaban vías judiciales para que se investigaran los crímenes de la dictadura española. O como aquel cumpleaños al que le invitó un argentino en Madrid, a quien Silva acababa de conocer. A punto de soplar las velas ese hombre dijo, ante los presentes:
“Yo quiero decirle a Emilio hoy aquí que Argentina también ha aprendido mucho de España, de la dignidad de sus republicanos y republicanas”.
Y entonces decenas de exiliados argentinos allí presentes -médicos, abogados, filólogos- levantaron sus copas y pronunciaron los nombres de sus profesores, de sus referentes, de sus mentores en las universidades argentinas, antes de sus exilios: “Y eran nombres de españoles exiliados que habían huido del franquismo, nombres que en algún caso conocía, como Manuel Lamana, y que en otros muchos casos no. Todo un viaje de la justicia que viene y va, de los exilios que vienen y van, de las migraciones que vienen y van entre España y Argentina”.
41