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Radiografía de una epidemia: el coronavirus hace difícil determinar cuándo declararlo controlado

¿Cuándo empieza y cuándo acaba una crisis como la del coronavirus? Desde que comenzó el brote en Wuhan (China), se han introducido en nuestro vocabulario diario términos como epidemia, pandemia, contención y mitigación. Todos tienen que ver con el objetivo en el que está inmersa la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras autoridades: evitar que se expanda mundialmente y se quede entre nosotros una enfermedad que, aunque no extremadamente letal, se puede convertir en un nuevo problema grave de salud pública.

El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU define una epidemia como “un aumento, a menudo rápido, en el número de casos de una enfermedad superior a lo que normalmente se espera para esa población en esa área”. Si se descontrola, una epidemia puede colapsar un territorio: ocurrió en África occidental con el ébola de 2014.

El presidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEP), Pere Godoy, responde fácilmente al 'cuándo empieza': “Con un agente nuevo, como este coronavirus, está muy claro. Ahí donde se identifica transmisión una vez detectado un caso, hay ya epidemia”. Para la de neumonía asociada a este nuevo coronavirus, ese momento se ubica a principios de diciembre de 2019 en Wuhan, a partir de su mercado de pescados y mariscos. Fueron unas decenas de positivos. En marzo de 2020 ya se han superado los 100.000 en todo el mundo, las 3.400 muertes y ha llegado a más de 90 países.

Responder al 'cuándo acaba', a nivel científico –mediático es otro asunto–, es más complejo: “Cuando se logra parar las transmisiones locales e internacionales. Hace falta perseguir los casos, aislar y cuarentenar. Y han de pasar al menos dos periodos de incubación sin transmisiones para que se considere contenido”. Para el coronavirus eso supone 28 días, pero sus características entorpecen el cálculo: “Será muy difícil determinarlo incluso en el hipotético caso de que lleguemos a los 28 días sin confirmados, porque hay pacientes sin apenas sintomatología sin detectar. Podemos pensar que ya no hay transmisión pero que el virus sobreviva y rebrote. Certificar que ha terminado todo esto va a ser muy complicado”.

“Una pandemia no significa tirar la toalla”

La OMS define una pandemia como “la propagación mundial de una nueva enfermedad”. Avisaron hace semanas de que “había que estar preparados” para afrontarlo, pero se sigue tratando de evitar llegar a eso.

Si se declara finalmente la pandemia, ¿significará que nos hemos rendido? “No, no significa tirar la toalla en cuanto a continuar con la prevención”, contesta María Montoya González, directora del grupo de Inmunología Viral del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB). “Lo que significa es que el virus se ha transmitido a muchos países y se pasa a otra fase de gestión. Es una decisión política, social, médica y económica, pero, desde el punto de vista del virus, a él le da igual si hablamos de pandemia o de epidemia”.

Un escenario de pandemia sí podría implicar pasar en muchos países, como España, de una fase de 'contención', en la que se intenta que el virus no se propague, a otra de 'mitigación', con los esfuerzos dirigidos a que sus efectos, ya asumidos, se minimicen.

El salto llega cuando se descontrolan los casos y ya no es posible seguirlos uno a uno. Juan Ayllón, director del Área de Salud Pública de la Universidad de Burgos y virólogo, detalla la diferencia: “La contención requiere de recursos más intensivos. Aún se puede seguir a todos los contactos de un infectado, como se ha resuelto exitosamente con el brote de Sevilla. Con la mitigación eso ya no tiene sentido, habría que tener a media España en cuarentena mientras la otra media mira. Ahí hay que gestionar otro tipo de servicios asistenciales”.

Un problema del nuevo coronavirus es que no es un viejo conocido como la gripe, sino que queda investigarlo para hallar tratamientos y vacuna y para predecir su evolución. Algo determinante para saber si el virus se va o no de las manos será su comportamiento cuando llegue la primavera al hemisferio norte. Y si se expande por el hemisferio sur cuando allá llegue el invierno.

“Todavía no sabemos con certeza si está asociado a las temperaturas bajas, solo indicios. Pronto podremos comprobarlo”, comenta Pere Godoy. Y le añade María Montoya: “Según el comportamiento de otros virus, sería esperable que disminuyera. Pero en algunas cosas nos ha sorprendido: la gripe, con la que parece tentador compararlo, afecta a niños y mayores. Y este tiene gravedad en mayores y no en niños”.

La buena noticia es que los datos de China, cuyo gobierno ha tomado medidas muy drásticas, dan luz. En los últimos días, sin contar la provincia de Hubei donde se originó, ha habido entre 0 y 6 casos confirmados. En un país de unos 1.500 millones de habitantes. “Es muy buena noticia. Esto quiere decir que, en un lugar concreto del planeta, se está pudiendo contener. Si se ha podido ahí, se puede en otros sitios”, reafirma Godoy. Juan Ayllón sin embargo se reconoce pesimista y cree que “no se va a poder frenar”, que COVID-19 se convertirá en pandemia y quizá en estacional. Aunque apoya “seguir intentándolo” porque “la prioridad es que no se acumulen los pacientes, que no haya de pronto miles que el sistema no pueda abarcar”.

La 'gran pandemia' del siglo XXI no es esta

En el siglo XX se dieron tres pandemias de gripe. La primera fue la de 1918, “que es imposible comparar a la actualidad porque el mundo es absolutamente otro”, repasa Juan Ayllón. La segunda fue la gripe asiática de 1957, saldada con alrededor de dos millones de muertes en todo el mundo; la tercera la de Hong Kong de 1968, con un millón. “Algo que sabemos quienes trabajamos con la gripe es que el futuro no se puede predecir”, sigue Ayllón, “pero sí podemos aprender de lo que ha ocurrido antes. Si de verdad COVID-19 se expande a nivel mundial, el escenario probable quedaría en un punto más leve que la gripe de 1957. El mundo ya no es el de 1957, sobre todo porque tenemos otra capacidad de reacción, otro nivel socioeconómico, y nos hemos enfrentado ya a crisis así”.

Con las epidemias con las que se suele equiparar frecuentemente el coronavirus es con el SARS del 2003, que se contuvo, y con la gripe del 2009, que no. Ambas surgieron en un planeta ya globalizado, pero hay diferencias sustanciales. El virus del SARS de 2003 es “primo hermano” del coronavirus, pero “era mucho menos transmisible”, recuerda María Montoya. Y la gripe de 2009 fue una cepa que aún circula entre nosotros –la de 1968 también– pero, desarrolla Ayllon, “tuvimos suerte, entre comillas, porque resultó mucho más leve que la gripe estacional, y la gente mayor de 60 años tenía cierta inmunidad. Aun así, se intentó todo con la contención, y no se pudo”.

En 2009 “se hizo una gran labor de educación y se criticó el alarmismo”, rememora Pere Godoy, “pero lo que se quería era retrasar la difusión y ganar tiempo hasta que hubiese vacuna, que no existía. Como pasa ahora”. Los sistemas absorben esas experiencias: “Si a algunos científicos se les ha ocurrido experimentar un tratamiento con antiretrovirales de VIH para enfermos de COVID-19 es porque ya se hicieron pruebas así con el SARS”, apunta Ayllón.

Si finalmente se expande, COVID-19 llegará a países con sistemas sanitarios más débiles que los europeos, como los del África subsahariana. A Juan Ayllón le parece efectivamente preocupante añadir ahí un problema de salud pública, pero con un matiz: “En esos países tienen problemas mucho más preocupantes que un síndrome respiratorio. Se acaba de dar de alta al último paciente de ébola, que ha matado a mucha más gente que el coronavirus. No voy a decir que COVID-19 sea una enfermedad de ricos, pero sí es verdad que tiene riesgos asociados a ciertas condiciones: avanzada edad y patologías como la diabetes. En África la gente se está muriendo de malaria”.

Sí se ha expuesto la debilidad de sistemas sanitarios como el de EEUU, con pacientes que mueren sin haberse podido pagar los tests: “Tienen casi las mismas herramientas que para la gripe de 1957”.

Lo que le preocupa de verdad a este virólogo es qué va a pasar “el día que tengamos una emergencia realmente grave. Un virus que se propague aún más rápido, y más letal. Yo no creo que esta sea 'la gran pandemia' del siglo XXI que algunos esperan, como Bill Gates. Pero si se está cargando el tejido económico, ¿qué pasará cuando nos enfrentemos a algo más grave? También hay que ser responsable porque temo que esto vaya a ser como el cuento de Pedro y el Lobo: a la gente se le vende que es muy peligroso, y tras ver que a pesar de toda esta alerta no nos hemos muerto todos, la próxima vez, aunque sea más letal, no nos creerán”.