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ENTREVISTA Vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica

Teresa Ribera: “No estamos dispuestos a bebernos el agua de nuestros hijos y que solo tengan un desierto”

Raúl Rejón

14 de mayo de 2023 23:21 h

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Tras un año complicado por la crisis energética que desencadenó la invasión rusa de Ucrania, la vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, pudo esperar algo de calma. Se equivocó. Un verano ultracálido dio paso a un otoño seco que se ha coronado con el primer cuatrimestre de 2023 confirmado como el arranque de año con menos lluvias desde que hay registros. La sequía ha provocado una nueva pelea, en esta ocasión, por el agua.

Los planes hidrológicos que preservan más caudales ecológicos para los ríos, los bulos sobre falsas destrucciones de embalses o el plan de amnistía de regadíos ilegales en Doñana de la Junta de Andalucía son solo algunos de los componentes de esta tormenta que sobrevuela las elecciones autonómicas y locales del 28 de mayo. Nadie renuncia a un eslogan electoral con el agua de por medio.

Ribera recuerda que el escenario que atraviesa el país es la constatación de que “los efectos del cambio climático están aquí y están acelerándose”. España debe gestionar que dispondrá de menos agua. “Nos interesa adaptarnos cuanto antes”, reflexiona la vicepresidenta en su despacho durante una conversación con elDiario.es. El calor severo en un mes de abril, los incendios de grandes dimensiones en febrero o la caída de las precipitaciones “son acicates para hacer más deprisa y bien lo que sabíamos que teníamos que hacer”.

¿Esperaba que, tras toda la crisis de la energía, llegara una pelea del agua casi sin tregua?

Sabemos que vivimos en un país donde el agua ha sido siempre un tema muy importante y sensible, donde todas las previsiones del impacto del cambio climático nos llevaban a escenarios extremos de sequía prolongada y más frecuentes o de inundaciones como consecuencia de lluvias torrenciales. Pero la realidad es que la distribución temporal y espacial de todo esto es preocupante.

En efecto, llega después de un periodo muy turbulento en lo energético. Este año tenía muy malos números que se han combinado con altas temperaturas, muy por encima del promedio, y con el hecho de que los meses en los que tenía que llover, marzo y abril, han visto una reducción muy significativa de agua en la península. La gestión de esta situación es muy difícil y crea gran preocupación social.

Ha subrayado de golpe la importancia del tema hídrico, que quizá estaba en segundo plano...

El mensaje es que estamos en un proceso de cambio y nos interesa adaptarnos cuanto antes. Las políticas de cambio climático nos benefician per se. Una transformación anticipada de los escenarios climáticos en la política hidráulica nos habría encontrado mejor preparados. Son acicates para hacer más deprisa y bien lo que sabíamos que teníamos que hacer.

Los combustibles fósiles que protagonizaron la crisis energética, ahora la escasez de agua... el cambio climático ya domina la agenda política. ¿Es un golpe de realidad?

La manera en la que los ciudadanos perciben y entienden esta realidad hoy no tiene nada que ver a cómo lo hacían hace cinco años. Se nota en todos los frentes: los debates públicos, las demandas hacia las administraciones y los gobiernos, la preocupación por las respuestas. Se entiende mejor porque es algo próximo y vivimos con ello, y antes no era así.

La sensibilidad por el cambio climático ha ido creciendo desde hace tiempo, pero era algo que se percibía como abstracto. Pero llegaron las intensas olas de calor del verano pasado, un fenómeno tan extraño como Filomena, marzo y abril con temperaturas que han alcanzado los 40ºC. Esas son realidades incontestables y que, de algún modo, hacen sentir y experimentar lo que es el cambio climático en nuestro país: los incendios de grandes dimensiones en febrero en Castellón y temporadas que se amplían por delante y por detrás, el nivel de sequedad y temperatura del suelo o la temperatura del mar son indicadores muy peligrosos que muestran que los efectos del cambio climático están aquí y se están acelerando.

Cuando llega la escasez de agua, se pasa a hablar mucho de cómo garantizar la oferta, pero se diluye el debate de cómo afrontar las demandas intensivas que hay en España. ¿Para cuándo ese debate?

Estamos hablando de las dos cosas. Y ambas aparecen en el nuevo ciclo de planificación hidrológica: los planes de sequía, la idea de conseguir máxima eficiencia y mínima pérdida en el transporte del agua, la máxima eficacia en la gestión y en los consumos de manera que vayamos ajustando al máximo los consumos al agua disponible.

Creo que Moreno Bonilla calculó mal: sabe que su proposición de ley es un callejón sin salida, que no tiene retorno y que no es posible

¿Cuánta más agua se puede aportar? Es una pregunta muy importante, que no se puede responder solo sobre la base de una capacidad infinita de agua porque eso no es verdad. Sabemos que tendremos menos agua de forma natural. Pero es muy importante que sea una respuesta con la máxima participación y consenso posibles.  

De consenso andamos cortos. Es más bien al contrario, parece una oportunidad para confrontar.

No me gusta el mensaje implícito de “necesitamos un pacto nacional del agua” porque significa que se desprecia los cuatro años de trabajo para los nuevos planes hidrológicos. Tampoco me gustan los mensajes de “llevaré agua adonde no hay”, porque, para empezar, no son verdad. Y porque confirman el negacionismo del cambio climático. Y tercero, porque desprecian las soluciones que se han aportado.

Del mismo modo, no me gusta nada que haya líderes regionales autonómicos que, como hemos visto en el caso de Doñana, –pero no solo– apunten a “yo sigo prometiendo agua”. Esto es una barbaridad que encona un debate que de por sí es difícil y sensible, porque si hay algo que genera una preocupación o un temor –y es ancestral– es el miedo a no tener agua en el grifo o para actividades de las que depende la vida de mucha gente.

No me gustan los mensajes de 'llevaré agua donde no hay' porque no son verdad, confirman el negacionismo del cambio climático y desprecian las soluciones que se han aportado

Sí creo que se necesita un consenso entre formaciones políticas democráticas, pero siempre con respeto a las alertas climáticas de los científicos. Y en cómo gestionar la demanda de agua de manera que nos permita hacer frente a los desafíos que van a venir.

Uno de los ejemplos que he usado es que la buena gestión de una infraestructura como el trasvase Tajo-Segura y la eficiencia nos permiten garantizar mucho mejor el abastecimiento de agua en ciudades como Alicante, Murcia o Cartagena. Lo que no queremos es encontrarnos con situaciones como las de Barcelona en 2008 y tener que llevar agua en barco porque no hemos anticipado la menor disponibilidad de agua de lluvia. 

¿Se sintió defraudada por la actuación de Moreno Bonilla y Alberto Núñez Feijóo sobre Doñana?

Ha sido un clarísimo ejemplo de deslealtad, oportunismo, negacionismo e irresponsabilidad, no solo frente a la sociedad, sino en la manera de hacer política. Moreno Bonilla sabe que su proposición de ley es un callejón sin salida, que no tiene retorno y que no es posible. Sabe lo que significa fuera. Creo que en algún momento calculó mal.

La proposición de ley se ha congelado, por así decirlo, pero el tema del agua saldrá mucho en la campaña.

Moreno Bonilla ha sido desleal en el modo que ha despreciado los cauces de participación, en el modo en el que ha despreciado su compromiso de no hacerlo, en el modo en que ha querido evitar que se le critique oficialmente. Y sin embargo, le ha salido rana. Porque los ciudadanos no son tontos: no les gusta que les engañen. Porque a las organizaciones sociales les molesta mucho que les engañen. Porque el criterio científico en torno al agua está muy asentado y muy claro. Puede haber distintos enfoques, pero no a la premisa sobre el estado de Doñana.

Ha jugado a hacer de esto una baza electoral que le ha salido mal, así que ha decidido cambiarlo y ahora lo que dice es que “Pedro Sánchez no me da agua y no invierte en infraestructuras” y eso es una cortina de humo para dejar de hablar de Doñana.  

Los ciudadanos no son tontos: no les gusta que les engañen. El criterio científico en torno al agua está muy asentado y muy claro. Puede haber distintos enfoques, pero no sobre la premisa del estado de Doñana

Usted ha dicho que todo este asunto menoscaba la posición española fuera. ¿Por qué?

Hoy sabemos que no solamente la prensa internacional está muy pendiente, sino la Comisión y el Tribunal europeo también. Las cadenas de distribución y otros productores de fresa y frutos rojos en otro países están muy pendientes. Incluso distintos parlamentos nacionales están queriendo ver qué pasa en Doñana y eso, honestamente, es sonrojante. España no se merece el movimiento del señor Moreno Bonilla. Por supuesto, los regantes legales no se lo merecen tampoco.

El líder nacional del Partido Popular apoyó los planes de Andalucía.

España tampoco se merece que el líder del principal partido de la oposición no se dé cuenta de hasta qué punto esto es relevante a nivel autonómico y que requiere una respuesta de Estado. Hay que estar a la altura.

Todo este problema es indisociable de las elecciones del 28M. ¿Cuidar el medio ambiente da o quita votos?

Hemos avanzado mucho, pero hay que seguir. Hoy los ciudadanos entienden mejor que cuidar el medio ambiente es salvaguardar la capacidad de seguir generando riqueza, bienestar y prosperidad.

Ninguno de nosotros estamos dispuestos a bebernos el agua de nuestros hijos o a talar los bosques y que nuestros hijos solo tengan un desierto. Eso se entiende bien. Otra cosa son las propuestas concretas, donde nos falta pedagogía. Es muy importante hacerla. No se puede plantear un problema sin proponer diálogo y soluciones.  

Fórmulas para aplicar en sus vidas...

Los ciudadanos necesitan ante los problemas un menú que no les tenga que convertir en héroes cada día para hacer las cosas bien. Nos dicen: “Yo quiero hacer las cosas bien, ayúdeme o al menos ayúdeme a entender por qué hacerlo así es no hacerlo bien”. Y algunas veces nos encontramos con que esos diálogos no están bien preparados.

Por ejemplo, entre los grandes problemas ambientales de España destacan los que están relacionados con el agua y, sin embargo, sentimos que muchos de los debates se han centrado sobre si la instalación de energías renovables ha de estar aquí o allí –que no es que no podamos mejorar en materia de renovables– pero tenemos problemas mucho más serios, que aparecen prácticamente escondidos.  

Ahora le toca defender la idea de que los caudales ecológicos de los ríos no suponen un desperdicio del agua porque hay mucha desinformación en las polémicas en torno al agua.

Durante tanto tiempo se tenía esa sensación de que podíamos utilizar todo lo que estaba a nuestro alrededor que nos hemos olvidado de que las cosas se agotan, o de que si se gestionan mal tienen consecuencias.

Durante tanto tiempo se tenía esa sensación de que se podía utilizar todo lo que estaba a nuestro alrededor que nos hemos olvidado de que las cosas se agotan o que si se gestionan mal tienen consecuencias

Nadie quiere ver un río seco. De hecho, hace dos años se vaciaron los embalses y hubo una gran alarma social. O cuando el Ebro baja su caudal a su paso por Zaragoza se produce una gran preocupación. O cuando el Tajo pasa por Aranjuez menos depurado por la insuficiente depuración de Madrid, también se alarma la gente allí o en Toledo.  

Pero se ha dicho en sede parlamentaria que si un río desemboca en el mar se está malgastando agua.

Cuando se miran las cosas desde lejos parece que se puede utilizar el recurso hasta el expolio. Hasta la la extenuación. Aquí de nuevo habrá que explicarlo muchas veces: un río es algo más que una bañera llena de agua. Un río aporta mucha riqueza a su paso. Genera mucha biodiversidad a su paso. Y debe mantenerse, no solo en volumen, sino en calidad. Debe estar en buenas condiciones, si no es muy difícil que puedan mantenerse los servicios que genera y puede provocarse una afección irreversible.  

Con el agua es fácil remover pasiones.

Aunque estamos mejor dispuestos, todavía se nota esa pulsión y tensión entre los que sienten que se compite por un recurso escaso. Y tenemos que conseguir que se entienda que debemos cooperar por la mejor gestión y preservación de un recurso al que todos queremos acceder.

El otro día un diputado de Vox por la Región de Murcia me dijo “el agua es de todos los españoles” y, efectivamente, así es: es de todos los españoles, no de la agroindustria en Murcia. El Tajo también es de los pueblos ribereños de Entrepeñas y Buendía. Y de las ciudades en su tramo medio y de los portugueses. Ese cambio de enfoque tenemos que consolidarlo: las cosas van bien si a todos nos van bien. Y si gestionamos con egoísmo y competición el acceso a los recursos con esa vocación depredadora de quedarnos con todo nosotros, no solo generamos un problema para lo demás, que no se van a conformar, sino que se genera un problema de colapso del funcionamiento natural de ese recurso.

Afloran los mensajes de que necesitamos un plan hidrológico nacional, que significa trasvases de norte a sur.

Es una de las frases electoralistas ideologizadas más irresponsables y peligrosas porque, en efecto, lo que quieren decir es me pongo el mundo por montera. Me pongo por montera los criterios técnicos. Lo que dicen los científicos. Lo que han consensuado los usuarios. De aquellos que participan en las comisiones de las confederaciones e impongo, no un pacto, impongo un chantaje: quiero tubos de agua que vengan del norte al sur a todas partes.  

Algo imposible...

Pero ¿alguien ha visto lo que le ha pasado el año pasado a Francia con el agua? Se nos han olvidado los problemas que tiene el Ebro, que es de donde suponen que va a venir toda esa agua ¿Se ha olvidado lo que ocurre cuando el Tajo está en mal estado? Por favor, ¿de qué estamos hablando? De un eufemismo que en realidad dice: el agua la quiero para mí y para quien yo quiera.

El problema que ha tenido Murcia estos años no ha sido de falta de agua sino de indisciplina en cuanto a la correcta utilización del agua, en cantidad y en calidad. Que ha perjudicado, por supuesto, a los pequeños agricultores y sobre todo a los vecinos en favor de no sé sabe quién, pero socializando unos daños tras los que va a ser muy difícil recuperarse.

Que un diputado de Vox utilice un eufemismo no lo comparto, pero lo puedo entender porque tengo unos referentes: Trump, Steve Bannon, Bolsonaro... Lo que no entiendo es que Núñez Feijóo se preste a ese juego. Es un ejemplo de decadencia del PP que no me esperaba.  

Que Vox utilice un eufemismo no lo comparto, pero lo puedo entender porque tengo unos referentes: Trump, Steve Bannon, Bolsonaro... lo que no entiendo es que Núñez Feijóo se preste a ese juego. Es un ejemplo de decadencia del PP que no me esperaba

Nadie se resiste al eslogan 'agua para todos'.

Agua para todos está bien. ¿Quién se va a negar a eso? Pero ya no significa agua para mí garantizada por encima de todo, porque sé que si no llueve, más allá de sacar a la Virgen no hay mucho que hacer. A menos que me haya anticipado.

Ahora, yo entiendo la necesidad de disponer de una cierta estabilidad. Que regantes o agricultores bienintencionados –que saben que el tiempo y el acceso de agua han cambiado– pidan a las administraciones cierta predictibilidad y estabilidad del agua de la que pueden disponer es comprensible.

No un planteamiento maximalista y más partidista que otra cosa. Es una preocupación para dar la mayor certidumbre. Sin certeza total, claro. Pero sí han entendido que hay que integrar los escenarios climáticos y que habrá más episodios de sequía y de inundación. Buscar la máxima aportación en oferta, pero la máxima diligencia en demanda para poder amoldarlas de la manera más razonable. Es imposible pensar en una oferta infinita. Se requiere una adecuación de la demanda.  

Llevamos meses con diversos bulos sobre el agua circulando. ¿Hay un negacionismo hídrico que recuerda a las primeras fases del negacionismo climático?

Tiene mucho de negacionista. Con la intención de apelar a las emociones más primarias respecto a la preocupación por el agua y es peligroso.

Hemos asistido a tres o cuatro mentiras muy llamativas. El hecho de que los meteorólogos recibieran amenazas porque había personas que pensaban que la estelas de los aviones son contaminación química o que estábamos generando sequía a propósito en un plan maquiavélico me resulta preocupante. No por el contenido, que no tiene ni pies ni cabeza, pero ¿Cómo es posible que haya personas que den crédito a eso? Requerimos resiliencia educativa. Porque es relativamente sencillo descubrir que esas afirmaciones son mentira y sin embargo, ha tenido un cierto recorrido.

El más reciente es el de la destrucción de presas...

Sobre cómo se ha jugado con los embalses y azudes debemos asumir que hay que dar explicaciones más claras. Es un programa nada nuevo, sino que se aplica desde 2005 para la identificación de obstáculos para la fauna, posibles acumulaciones de basura o que puedan colapsar por falta de mantenimiento. Y sin embargo, han jugado a proyectar la idea de destrucción de embalses y desabastecimiento. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que un Gobierno va a derruir las presas que nos permiten almacenar agua?

Hay una intención de trasladar una imagen absurda del Gobierno. El bulo intenta desacreditar las instituciones como se desacreditan los servicios públicos al no invertir en ellos, lo que reduce su calidad para, a continuación, justificar que se privaticen. Hay una intención política: desacredito las instituciones, por lo tanto, no las necesito.

Ve entonces un peligro ahí.

Cualquier demócrata debe ser un militante contra esa forma de hacer política que es protagonista en grupos antisistema como Vox y que, en algunas ocasiones, resulta atractiva para la derecha, para el Partido Popular. ¿Cómo puede encontrar una potencial ventaja electoral en esto?  

Con todo, uno de los elementos utilizados para hablar de desmantelamiento de presas ha sido la de Valdecaballeros. ¿Qué se hará con ella?

 Eso forma parte de las conversaciones que tenemos con la Junta de Extremadura. Aquí se aplicó la norma. Si nadie tenía intención de utilizar aquello se tiene que desmantelar porque no tiene ningún papel desde el punto de vista del abastecimiento. Su mantenimiento con seguridad requiere una inversión importante. El Gobierno extremeño ha expresado su interés de hacerse cargo de la infraestructura para responder a nuevas demandas de ocio y ordenación espacial. Lo que hay que ver es en qué términos se puede hacer cargo la Junta.  

Usted se ha referido a la necesidad de que haya agua de fuentes no convencionales. ¿A qué se refiere?

La disponibilidad de agua en ciclo natural cae. Así que es importante poder utilizar más fuentes no convencionales, como el agua regenerada [tratada después de haber pasado por las ciudades]. Pasar del 10% al 20% en el uso de agua regenerada es una imagen muy potente.

También es relevante la capacidad de aumentar el agua desalada. Con las medidas del decreto de sequía no ha habido improvisación, sino que hemos adelantado inversiones que iban en los planes hidrológicos. Son infraestructuras que cuesta mucho tiempo construirlas y que estén operativas y las sequías no van a desaparecer. Las inversiones que se han declarado de interés general son en cuencas que están pasándolo mal como Catalunya, Andalucía y Alicante.   

¿Cómo incentivar el uso de agua desalada?

El agua desalada tiene un peso relativo que tiene que crecer. La tarifa puede generar incentivos perversos al diferenciar el tipo de agua por su origen con costes diferentes. El agua tiene que considerarse como recurso integral único. Se debe evitar diferenciar el agua en función de su origen [la más barata es la del acuífero, después la de superficie, luego el trasvase y la más cara es la desalada y regenerada]. El agua es un recurso único. Este volumen total es el que hay disponible. Y luego queda la política de precios que aproximen los extremos: no se puede regalar agua ni que tenga un precio que la haga imposible de utilizar.  

¿Pero cómo acercar el precio de esa agua a un nivel más atractivo?

Lo primero que hemos hecho es relacionar agua y energía. Podemos reducir el coste energético de obtener agua no convencional gracias a las energías renovables. Con energía solar. Así que la empresa encargada de las plantas desaladoras –Acuamed– también puede encargarse de las infraestructuras de autoconsumo energético.

No puedo considerar Daimiel un estanque que voy llenando por un tubo. Necesito que sea capaz de autorregularse porque el agua está disponible para ese espacio natural. Porque, si no, la alternativa es dejar morir Daimiel y esa no es nuestra intención

Pero eso necesita tiempo hasta que esté operativo. Y no podemos trasladar al precio del agua los costes de esa transición. Así que hemos visto que es importante que el presupuesto público se encargue de parte de los costes energéticos de agua no convencional. Si dejo al agricultor sin cobertura para asumir un coste del agua que se dispara por la energía creo una injusticia. Compartimos desde lo público esos costes energéticos para la desalación.

Doñana ha copado titulares, pero el próximo junio se cumplen 50 años de la declaración del parque nacional de Las Tablas de Daimiel, otro ecosistema único víctima del abuso del agua. ¿Puede salvarse?

Tenemos la obligación de preservar y restaurar nuestros ecosistemas. En especial con aquellos particularmente significativos como son los parques nacionales. Sabemos que los humedales –que en España se desecaron durante un tiempo porque parecían zonas inmundas– son muy positivos en el entorno en los que están. Y, sin embargo, los aprovechamientos del agua y los acuíferos los ponen en riesgo. Daimiel ya vivió una crisis muy grande y necesitamos recuperarlo.  

¿Cómo?

Requiere un consenso entre los responsables para ver la manera en la que se reducen las presiones sobre el acuífero. Eso debe considerarse sí o sí. Yo no puedo considerar Daimiel un estanque que voy llenando por un tubo cuando se necesita. Necesito que sea capaz de autorregularse porque el agua está disponible para ese espacio natural. Porque, si no, la alternativa es dejar morir Daimiel y esa no es nuestra intención.

Presentaremos un plan especial de actuaciones para Daimiel. Es un trabajo que necesita un análisis y un compromiso muy fuertes de las administraciones autonómica y locales y de los usuarios de ese agua, con independencia de que se puede aportar algo por tubería para otros usos y descargar así los usos sobre el acuífero. Pero, insisto, hay que ser serios: esto no va solo de que rellenar las Tablas cuando hemos consumido el agua, sino de equilibrar el consumo a la disponibilidad real de agua.