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The Guardian en español

Más de mil millones de musulmanes vivirán un Ramadán con mezquitas desiertas y ayuno en aislamiento

Un hombre desinfecta una mezquita en Karachi, Pakistán, este 22 de abril

Michael Safi, Hannah Ellis-Petersen, Bethan McKernan, Rebecca Ratcliffe y Oliver Holmes

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Las mezquitas estarán desiertas y el ayuno diario solo podrá romperse en aislamiento. En algunos lugares, las llamadas al rezo que solían congregar a los creyentes terminará en una exhortación muy diferente: adoren a Dios allá donde estén. 

Lo normal durante el Ramadán, el mes santo que comienza esta semana, es que la vida de la comunidad musulmana transcurra entre plegarias extraordinarias en los centros de culto y maravillosas cenas –iftar- que se alargan hasta bien entrada la noche. Pero ahora, esa socialización conlleva el riesgo de expandir el virus y la prohibición de encuentros, tanto sociales como familiares, persistirá a lo largo de gran parte del mundo islámico. Incluso después de que comiencen a reabrir la empresas privadas y las oficinas de la administración.

Mohammed Faoury, empleado de una organización de apoyo a los refugiados en Amman, la capital jordana, cree que “va a ser difícil y deprimente”. “Como estoy soltero y vivo solo, el mes de Ramadán es el mes en el que por fin veo a mi familia más tiempo”, añade. “Un momento en que estrechamos nuestros vínculos”.

El virus ha dejado vacíos los lugares sagrados del Islam en el momento más importante del año para los creyentes. La Ka’bah, la cúpula dorada de la gran mezquita de la Meca, está cerrada a los fieles al igual que lo están la mezquita del profeta en Medina y la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén. El jeque Omar al-Kiswami, Imam y director de Al-Aqsa, donde ahora solo pueden rezar los guardianes y empleados del recinto, lo califica como “un momento muy triste en la historia del Islam”.

Jamia Masjid, una de las mezquitas más grandes en el sur de Cachemira, una de las zonas más convulsas del sudeste asiático, por la que solía fluir a última hora de la tarde una marea de creyentes entre rezos y charlas sobre religión, política y vida, pasará estas semanas vacía por primera vez desde que se recuerda.

Fatima, de Srinagar, afirma, a sus 74 años, que “durante Ramadán rezaría cinco veces al día en Jamia e incluso haría allí el iftar [fin del ayuno] pero en esta ocasión es a vida o muerte. Fuera es peligroso, lo mejor que puedo hacer es quedarme tranquila y en casa”.

En Indonesia se ha prohibido el mudik, un reencuentro familiar anual para el que decenas de millones de personas viajan con el objetivo de pasar el Eid-al-Fitr, el festival que marca el fin del mes de ayuno, junto a sus seres queridos.

Las mezquitas, iglesias y sinagogas están cerradas por toda Palestina y en el estado de Israel. Abdullah Abu Galous, de 38 años, dueño de un taller en Ramallah, siente como que hubieran cancelado el Ramadán. “Nunca habría pensado que un pequeño virus pudiera evitar que celebremos el mes de Ramadán. Está manteniendo como rehenes en sus propias casas a más de 1.000 millones de musulmanes por todo el mundo”, lamenta.

Por su parte, el Gobierno turco ha decidido no decretar el confinamiento total que se aplica en otros países. Insiste en que la rueda de la economía debe seguir girando. Pero el Ramadán allí estará marcado por un confinamiento parcial de cuatro días que comenzará la noche del jueves y durante el cual las familias no podrán reunirse a comer y celebrar. Se arriesgan a multas e incluso arrestos.

La emergencia ha planteado ciertos interrogantes nunca vistos a casi 2.000 millones de creyentes que se disponen a abstenerse de ingerir cualquier alimento o bebida durante las horas de luz solar, y no todos comparten las mismas opiniones.

Varios periódicos árabes han publicado textos de expertos que aseguran que el ayuno no reduce la resistencia al virus. Al-Azhar, la mezquita más importante del islam sunita dijo la semana pasada que el coronavirus no podía convertirse en excusa para no observarlo a menos que se estableciera científicamente que beber agua contribuye a mantener la enfermedad a distancia.

Algunos de los miedos son económicos. Por ejemplo, el confinamiento ha limitado los horarios de rodaje de algunas de las telenovelas típicas de la noches de Ramadán en muchos hogares. Los directivos de los canales de televisión hacen equilibrios para rellenar la parrilla en el momento más lucrativo del año. 

Celebraciones virtuales como alternativa

Muchos piensan en soluciones alternativas o ponen la situación en perspectiva. En Reino Unido, el Consejo Islámico de Gran Bretaña ha propuesto y defendido que los creyentes celebren su iftar en el mundo virtual, a través de las redes sociales.  Más de 1.400 personas se han apuntado ya a una emisión que llamará al rezo y fin del ayuno cada noche con invitados especiales.

Será retransmitido a través de Zoom una organización con sede en el Reino Unido, Ramadan Tent Project. La aplicación permite que sus usuarios se dividan en grupos pequeños. “Que estén en cuarentena no tiene porqué significar que pases solo el Ramadán”, dice Rohma Ahmed, una de las portavoces del proyecto.

Abu Ibrahim, de 32 años, explica que pone las dificultades de este año en perspectiva. En 2011 pasó Ramadán bajo los bombardeos de Dara’a, en el sur de Siria. En 2012, pasó el principio del mes huyendo de las patrullas ejército que trataban de evitar que muchos como él huyeran a pie a Jordania.

“La gente se pregunta cómo va a pasar Ramadán sin verse, cuando supone un riesgo para la salud”, asevera. “Nosotros solíamos poner la comida en la mesa bajo el sonido de las bombas. Temíamos a la muerte, la nuestra y la de nuestros familiares”, relata. “El coronavirus no me preocupa. Estoy en mi casa con mi familia, estamos seguros, tenemos electricidad, teléfonos y comida”.

Fa’ek Thyabat, imán de la mezquita Bab Al-Rayan en Amman, Jordania, dice que el Corán no ofrece instrucciones concretas para los creyentes sobre el modo de practicar el Ramadán durante una peste. Deja a su criterio el modo de navegar por un océano sin cartografiar aplicando con criterio el contexto cultural al que pertenecen.

Añade que “hay un hadith [una enseñanza profética] que dice así: 'Si oyes hablar de una plaga en un lugar, no vayas a él. Si sucede en el lugar donde estás, no salgas de él”. “Del mismo modo, si sabemos que se recomienda a los musulmanes que comen cebolla y ajo que no vayan a la mezquita porque su aliento molestará al resto de fieles, es fácil concluir que no puedes ir a la mezquita cuando se corre el riesgo de extender una enfermedad contagiosa”, dice.

Para algunos, el coronavirus “no es un problema”

El islam es una religión sin jerarquías formales y no todos sus líderes comparten las interpretaciones de Thyabat. Cientos de fieles siguen yendo a rezar. En Herat, Afganistán, un predicador de la línea más dura, Mujib Rahman Ansari, acaba de decir a sus seguidores que morir por coronavirus es una forma de martirio.

En el vecino Pakistán, el Gobierno se ha comprometido con los clérigos a levantar la prohibición de los rezos colectivos en Ramadán a cambio de que no se extiendan alfombras, los niños y las personas de edad avanzada se mantengan a distancia y los fieles lleven mascarillas y guarden el espacio de seguridad necesario entre ellos.

Maulvi Haider Zaman, que lidera rezos en Islamabad, dice que el coronavirus “no es un problema” e insiste en la importancia de que la gente vaya a rezar durante el Ramadán.

“La gente no tiene miedo de rezar. Vamos a aplicar distancia social en la mezquita, pero no creo que se necesite porque el coronavirus no va a afectar a quienes estén en la mezquita. Es la casa de Dios”, afirma.

En Jordania, Thyabat dice que está pidiendo a los fieles que se centren en las ventajas. En años anteriores, el Ramadán ofreció la ocasión de celebrar un iftar cada vez más abundante y más comercializado. “Este Ramadán es una oportunidad para regresar al espíritu original del ayuno, la idea de la austeridad y la ayuda a los necesitados”, concluye.

Reporteo adicional de Sufian Taha, Jassar Al-Tahat, Shah Meer Baloch, Akhtar Mohammad Makoii y una persona en Srinagar.

Traducido por Alberto Arce

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