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5.000 años de minería a los ojos del turismo: Riotinto

El tren minero que realiza el recorrido turístico, a punto de salir de la estación.

Fermín Cabanillas

Huelva —

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Son las 11.00 de la mañana del sábado 18 de enero. Un autocar de la empresa lepera Gonca aparca junto a la única estación de tren del mundo que está en el corazón de una explotación minera. Se baja del vehículo un grupo de turistas portugueses que va a recorrer durante hora y media una buena parte de las explotaciones mineras ya en desuso que se encuentran en la localidad onubense de Minas de Riotinto, un municipio al que su principal actividad económica le ha dado nombre históricamente, y que ahora, desde 2015, alterna los 2.000 puestos de trabajo que aporta la mina con los ingresos de la actividad turística para visitarla.

La actividad del tren minero es una de las que se puede realizar para conocer la historia y el presente de la minería en la comarca, donde todavía hay muchas huellas de los británicos que explotaron las minas en el siglo XIX, y que consideraron este rincón de España como una colonia, por lo que asentaron sus huellas en Riotinto no a imagen y semejanza de su vida en Inglaterra, sino casi como una réplica de su presencia en La India, una de sus históricas colonias hasta 1947.

Para realizar el recorrido del tren se inicia el viaje a las 11.30 o a las 13.30. Víctor Valverde es uno de los responsables de que se muevan la locomotora y sus vagones, en un viaje al que “la gente responde muy bien, porque es muy bonito, tanto para ver la explotación como la vía verde, o los colores del Río Tinto, que no siempre son los mismos, según el tiempo que haga. El público siempre se va encantado”.

Para hacer realidad el viaje, la Fundación que gestiona el legado y su aprovechamiento turístico ha recuperado parte del trazado original de la vía que desde 1875 conectaba las minas con el Puerto de Huelva. En vagones de madera reconstruidos a partir de los planos del siglo XIX se recorre la antigua mina con un ferrocarril de tracción diésel a lo largo de 22 kilómetros (ida y vuelta). El primer domingo de cada mes el viaje es en un ferrocarril a vapor.

El recorrido tiene dos partes. Los primeros 11 kilómetros son para que la guía explique con detalle lo que se puede ver a ambos lados del tren. A la mitad del recorrido se llega a una estación y se da diez minutos al pasaje para que baje a ver el río de cerca, con la advertencia de no tocar el agua si no queremos que se queden sin color anillos, relojes o joyas, o tener en la ropa una mancha indeleble. Los aportes de minerales al agua del Tinto y la contaminación añadida han hecho que la belleza de su visión con tonos rojizos sea inversamente proporcional a su salubridad.

Hora y media después de salir de la estación, los viajeros vuelven al punto de inicio. Es momento para coger el coche o subir al autocar para recorrer unos cinco kilómetros y llegar al Museo Minero, diseñado sobre las alas de una sola planta en el hospital maternal que funcionó en el municipio hasta inicios de los años 80. El nuevo hospital se levanta a unos metros, mientras el museo se ha convertido en un lugar de referencia a la hora de conocer la historia minera de la comarca, con la sorpresa para algunos visitantes incluso al saber que el Riotinto que pisan no tiene nada que ver con el que existía hasta hace poco menos de 50 años, enterrado completamente por la actividad minera. 

El nuevo pueblo fue creciendo poco a poco, pero el antiguo sigue enterrado, dejando bajo tierra todo el patrimonio que atesoró durante toda su historia, incluido, para los futboleros, el primer lugar de España en el que se jugó al fútbol, que no fue Huelva capital, aunque en esta ciudad haya una placa que lo afirme. La ciudad tiene, eso sí, al decano del fútbol español, el Recreativo, fundado en 1889.

En 1873 un grupo de británicos compran al gobierno español los yacimientos de Riotinto creando una empresa Río Tinto Company Limited para la explotación minera. No solo llevaron el fútbol a la zona, sino también el tenis, el golf y el cricket. Aparte, como suele pasar en estos casos, atesoraron mucha riqueza a cambio de una mano de obra muy mal pagada y con jornadas laborales de muchas más horas de las legales.

La minería desde los romanos

El museo tiene 1.800 metros cuadrados divididos en ocho espacios, en los que se incluye la reproducción de la Mina Romana y la Sección Etnográfica. En la exposición permanente se presenta, en primer lugar, el proyecto y la línea de trabajo llevada a cabo por la Fundación, para luego pasar a realizar un recorrido por las características medioambientales y geológicas de la comarca y adentrarse en la historia de esta región, siempre en relación con la explotación de sus recursos mineros. 

Cuenta con una colección de piezas relacionadas con la minería y la metalurgia de todos los tiempos, así como otras de arqueología industrial tan emblemáticas como el ‘Vagón del Maharajá’, el vagón en vía estrecha más lujoso del mundo, construido para la reina Victoria de Inglaterra y llevado a Riotinto para una visita de Alfonso XIII.

Si a alguien le quedan dudas de si las luchas feministas han sido necesarias a lo largo de la historia, basta señalar que el vagón tiene dos partes: una para las mujeres con sillones y otra para los hombres con sillones también, pero que se podían convertir en camas para que los caballeros de la época no sufriesen demasiado en los trayectos largos.

La masacre de 1888

El museo, aparte de contar la historia económica y social de la comarca, se detiene a contar cómo se vivió lo que iba a ser la primera manifestación ecológica (además de laboral) de la historia. Fue el 4 de febrero de 1888, cuando se produjo la mayor masacre (antes de la Guerra Civil) en la zona. Según los datos oficiales murieron 13 personas, pero más de 200 familias perdieron a alguien ese día.

A las 4:30 de la tarde unas 12.000 personas se manifestaron a las puertas del Ayuntamiento del antiguo pueblo de Riotinto para pedir, entre otras cosas, la supresión de las montañas ardientes de mineral que desprendían a la atmósfera un venenoso e irrespirable humo sulfuroso. 

El Regimiento de Pavía empezó a disparar contra la muchedumbre, en una jornada que es conocida como ‘El Año de los Tiros’. Algunos muertos fueron “cargados” en un camión y enterrados en una fosa común sobre la que luego fue levantado un cementerio. El entonces gobernador civil de la provincia, Agustín Bravo, el principal instigador de los asesinatos masivos, fue “premiado” con el traslado a otra provincia y jamás fue procesado.

En el museo se pueden ver los textos de los telegramas que Bravo se cruzó con militares ese día, hasta decidir acabar a tiros con los manifestantes, incluida una mujer que llevaba a su bebé recién nacido en brazos.

Fueron solo dos minutos de tiroteo, que causaron tal impacto que los niños y niñas de la comarca han crecido estudiando ese suceso en el colegio fuera del temario oficial diseñado en cada curso, siempre, eso sí, a criterio de algunos profesores que han querido siempre que no se pierda la memoria de aquellas personas fusiladas por defender sus derechos.

Un barrio lejos de los vecinos

Los directivos británicos de Rio Tinto Company Ltd que se establecieron en la localidad no se mezclaban con los vecinos. Por eso crearon su propio barrio, Bellavista, una réplica de sus casas coloniales, hoy día ocupadas por distintas personas que las han ido adquiriendo y reformando con el paso de los años.

Una de esas viviendas, la conocida como ‘Casa 21’, está en pie tal y como la levantaron en 1885. Se puede visitar con la misma entrada y precio del ferrocarril y el museo. A la entrada se advierte de que se tenga cuidado con las escaleras y de que la casa se visita desde arriba a abajo, empezando por la tercera planta, y bajando a la segunda y al bajo.

Como en la serie ‘Arriba y abajo’, creada en 1971 por Jean Marsh y Eileen Atkins, arriba del todo se encuentran las estancias reservadas para el servicio, mientras que según se va bajando se van viendo los sitios reservados para el matrimonio propietario y sus hijos. Una hija del ingeniero inglés que compró la casa ha sido determinante para recuperar la vivienda para el turismo.

En las tres plantas de la casa se encuentran objetos restaurados de la vida y la casa, fotografías, textos sobre algunas de las celebraciones y sobre la práctica de deportes que muestran cómo era la vida social de los ingenieros británicos y sus familias.

Muy cerca se puede visitar la capilla presbiteriana de Bellavista, también denominada como capilla anglicana, que data de 1891 y desde 2005 está indexada como bien perteneciente al Patrimonio Histórico Andaluz. Se puede visitar en momentos concretos, porque algunas personas que acudieron a ver la Casa 21 se la encontraron cerrada, ya que no hay horarios coordinados en ese sentido, aunque sí se puede ver, con permiso de sus socios, el club social levantado por los ingleses, donde se conserva todavía el cartel que avisaba de que estaba prohibida la entrada a mujeres en su sala, excepto para las limpiadoras.

El recorrido podría terminar en el cementerio protestante del barrio. Se llega a él tras una pequeña caminata por el campo, que comienza con la visión de un pequeño monumento en memoria de los cinco directivos de la compañía minera que murieron en la I Guerra Mundial.

El cementerio, abandonado y adquirido por un euro

Podría terminar el recorrido, pero en realidad no termina, porque el cementerio está en ruinas y ni siquiera se conserva su puerta original. Una puerta colocada posteriormente con un candado y ya oxidada cierra el paso al visitante, y le priva de ver este legado de arquitectura funeraria, que alberga un total de 56 tumbas: 47 protestantes y nueve católicas.

En el centro del cementerio se levantó una pequeña capilla en memoria del doctor Robert Russell Ross, fallecido en Inglaterra en 1935, que fue demolida en 1955.

Para los más curiosos, se puede trepar un par de metros por una de las paredes laterales y tener una visión más o menos clara de su interior. El camposanto es propiedad del Ayuntamiento, que lo adquirió en 2013 a un precio simbólico de un euro a la comisión liquidadora de la SAL de Riotinto. Doce años después sigue abandonado.

(Contenido ofrecido con la colaboración de la Consejería de Turismo y Andalucía Exterior de la Junta de Andalucía)

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