Café y pincho de tortilla para frenar el éxodo rural: “Cuando no hay bar, no hay pueblo”
“Un bar cerrado garantiza que ese pueblo empiece a estar fuera del mapa”, así resume Sergio Gil, antropólogo, coordinador de la ‘Jornada de Ciencia Ciudadana: Los bares rurales como ecosistemas protectores de la vida social’ y presidente de la Fundación Restaurantes Sostenibles, la importancia de los bares en los pueblos y en su desarrollo.
Gil es el “padre” de la ‘Gastropología’, que consiste en el estudio de la conducta de las personas en el marco de bares, restaurantes o cafeterías. “Lamentablemente, cuando se cierra un bar, el pueblo va detrás”, señala, destacando la trascendencia de estos espacios en las comunidades rurales. Según Gil, es importante señalar la labor de los hosteleros quienes, más allá del esfuerzo económico y personal que realizan, comparten la responsabilidad de mantener estos bares como punto de encuentro y conexión social. Estos lugares sirven para cuidar la salud mental de las personas, dando a los pueblos y localidades pequeñas un lugar donde sentirse vivo, escuchado y parte de una comunidad: “Cuando no hay bar no hay pueblo y si no hubiera bares no existiría España”.
La despoblación es una amenaza para estos bares, muchos de ellos se cierran al jubilarse sus dueños, como en el caso de José Ramón Segura, quien compartió su experiencia como propietario del Bar L’espiga que cerró tras su jubilación. Durante la jornada se trató la problemática de la despoblación, ya que, al haber menos habitantes, hay menos clientes y es más complicado sacar adelante el negocio. Los participantes señalaron que el cierre de un bar puede acelerar el proceso de despoblación. “Un bar cerrado garantiza que ese pueblo empiece a estar fuera del mapa”, alertó Sergio Gil, presidente de la Fundación Restaurantes Sostenibles.
Aunque el principal problema con el que se encuentran estos establecimientos en el mundo rural es la viabilidad económica. Así lo explica Gil, que pide que las instituciones “se tomen los bares con la importancia social que tienen”. Explica el caso del bar de Castell de Cabras, el germen de su investigación sobre el componente antropológico de los bares. Esta investigación comenzó en 2017 y hoy ese bar ya está cerrado: “Uno de los motivos son las exigencias en normativas, no pueden afrontarlas económicamente. No tiene sentido que la exigencia sea la misma en un pueblo que en el centro de Barcelona y que no haya apoyo institucional”.
Fue José Ramón Segura el que abrió la jornada 'Los bares rurales como ecosistemas protectores de la vida social’ celebrada en Monroyo el pasado 28 de noviembre. Los participantes de la mesa redonda, incluidos hosteleros de localidades como Peñarroya de Tastavins, Cretas, Monroyo y Ráfales, coincidieron en que se sienten profundamente vinculados a sus localidades, ofreciendo un servicio que trasciende la mera atención comercial. Para los pueblos y localidades pequeñas el bar es el epicentro social y donde las personas se reúnen, conocen y cuidan. Esta jornada aparte de destacar la labor de los bares también busca hablar de estrategias para evitar su cierre. Diferentes localidades y ponentes hablaron de modelos de autogestión como el aplicado en Torre de Arcas o proyectos de rehabilitación como el realizado por una madre y su hija en Lledó. Gil valora muy positivamente la jornada para reivindicar y buscar soluciones en el mantenimiento de los bares, “que son el motor de un pueblo”.
Una jornada para reflexionar
La jornada reunió a expertos y taberneros para analizar el rol de los bares rurales en la cohesión social, congregando a unas 40 personas. Contó también con otros expertos como: Sara Anés, coordinadora del CIT de la provincia de Teruel, Jesús Contreras, catedrático emérito de antropología social por la Universidad de Barcelona, Joan Ribas, doctor en antropología social y miembro de la Fundación Alicia, Xavi Medina, catedrático de la UNESCO de Alimentación, Cultura y Desarrollo y José Antonio Campos, director del Instituto de Gastronomía Sostenible de la Fundación Restaurantes Sostenibles. Todo ello de la mano de diferentes propietarios de bares de la zona del Matarraña para discutir y hablar de la labor que realizan desde un punto de vista antropológico y social.
Sergio Gil destacó la importancia de contar con apoyo institucional para seguir realizando este tipo de encuentros, subrayando que hablar de despoblación sin atender a la relevancia de los bares rurales sería incompleto. Esto ya se ha subrayado en el Congreso, una propuesta presentada por Teruel Existe aprobada en marzo, que busca reconocer a bares, pequeñas tiendas y servicios de venta ambulante en municipios con menos de 200 habitantes como entidades de economía social. Esta ley permitiría a dichos establecimientos acceder a incentivos y beneficios que se aplican las entidades sociales como cooperativas o empresas de inserción. Sin embargo, todavía queda camino para visibilizar y dar el reconocimiento que se merecen estas instituciones.
Tras el éxito en Monroyo, las jornadas continuaron los días 29 y 30 de noviembre, con un evento dedicado a la recuperación del Fesol de Beseit en Calaceite. Este encuentro cuenta con la participación de restaurantes como la Fonda de Alcalá y la Fábrica de Solfa de Beceite, junto con el equipo técnico de la Fundación Restaurantes Sostenibles y los mismos expertos antropólogos que participaron en la jornada anterior. Gil destaca que ambas charlas se organizan con el objetivo de integrar la antropología del bar en la antropología de la alimentación, y que juntas muestren la relevancia de su papel en la construcción de la identidad y la economía local
Sergio Gil destacó especialmente los testimonios de los hosteleros y habitantes de la región, ya que son la base de su investigación y de su labor de campo a lo largo de los años. La jornada en Monroyo comenzó con el testimonio de José Ramón Segura, quien presentó su experiencia bajo el título “El bar era para todos”. Sin embargo, tras las charlas y el intercambio de ideas, la conclusión fue unánime: el bar es para todos.
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