Cada 8 de marzo, entre pancartas y discursos que inundan las redes sociales, se repite una idea que, lejos de empoderar, desmoviliza: 'Si quieres, puedes'. Esta frase, convertida en un mantra de la autoayuda y el emprendimiento, es en realidad un insulto para quienes han nacido en contextos de desigualdad estructural. No, no todo el mundo puede porque no todas las personas parten desde el mismo punto ni tienen acceso a las mismas oportunidades. La desigualdad de oportunidades implica desigualdad social y repetir el 'Si quieres, puedes' solo invisibiliza esas barreras.
El mito de la meritocracia
Con motivo del 8M, la semana pasada fue a un acto donde una señora alzaba el discurso meritocrático como un todo y estuve a punto de pedir el micro, sinceramente. El discurso meritocrático nos dice que el éxito es una cuestión de esfuerzo individual. Nos cuentan que si una persona trabaja lo suficiente, si es lo bastante persistente, logrará cualquier objetivo que se proponga. Pero esta es una falacia cruel que ignora las condiciones de base de cada persona. No es lo mismo nacer en una familia con estabilidad económica que hacerlo en una donde la pobreza es el pan de cada día. No es lo mismo ser hombre que mujer, no es lo mismo ser blanco que racializado, no es lo mismo crecer con acceso a una educación de calidad que enfrentarse a un sistema que te margina desde la infancia.
Si la meritocracia fuera real, las estructuras de poder no se mantendrían inamovibles. De hecho, esta humilde letrada estaría muy por encima de muchos 'señoros'. Pero la realidad nos demuestra que, a pesar de los casos excepcionales que se utilizan para justificar este discurso, la mayoría de las personas que alcanzan el éxito provienen de entornos privilegiados. Esto no significa que no hayan trabajado duro, sino que su esfuerzo se vio respaldado por una red de apoyo, por oportunidades que otras personas simplemente no tienen.
La trampa del falso empoderamiento
Cada vez que escucho a alguien, especialmente en el contexto del 8 de marzo, repetir el 'Si quieres, puedes' como una forma de empoderamiento femenino, no puedo evitar sentir una profunda indignación. No se trata de una frase inofensiva, es una trampa. Es una manera de desviar la conversación de lo verdaderamente importante: las estructuras de poder que sostienen la desigualdad. Es un mensaje que responsabiliza exclusivamente a las mujeres, a las personas racializadas o empobrecidas de su propia situación, sin señalar los obstáculos que les impiden avanzar.
Este tipo de discursos, muchas veces impulsados por quienes han tenido acceso a privilegios, funcionan como un bálsamo de falsa motivación. No ayudan a generar cambios estructurales, sino que tranquilizan conciencias sin comprometerse con la lucha real. En lugar de exigir derechos, de señalar las injusticias, se nos pide que trabajemos más, que nos esforcemos más, como si el problema fuera individual y no colectivo.
La lucha es colectiva, no individual
Los avances sociales que hoy disfrutamos no han sido regalos de ninguna élite, no han llegado por concesiones caritativas ni por el esfuerzo individual de unas pocas personas. Han sido producto de luchas constantes, de gritos que han resonado hasta volverse imposibles de ignorar. Han sido producto del coraje de quienes se han atrevido a decir basta, aun cuando eso les ha costado ataques, represión y, en muchos casos, la vida.
El derecho al voto de las mujeres, la jornada laboral de ocho horas, el acceso a la educación, el matrimonio igualitario, nada de esto se logró porque alguien 'quiso y pudo'. Se logró porque hubo movimientos sociales que enfrentaron la violencia y la discriminación con organización, con resistencia, con la convicción de que la justicia social no se pide, se exige.
Cuando se nos dice que el cambio depende únicamente de nuestro esfuerzo individual, se nos está arrebatando el verdadero poder: el de la colectividad. Se nos está desmovilizando, haciéndonos creer que el problema es que no estamos esforzándonos lo suficiente, en lugar de reconocer que vivimos en un sistema diseñado para que ciertas personas nunca lleguen a la meta.
Decir basta al 'Si quieres, puedes'
Por eso, en este marzo reivindicativo, yo digo basta al 'Si quieres, puedes'. Basta de discursos que disfrazan la opresión de motivación. Basta de mensajes que nos hacen sentir culpables por no alcanzar metas que nos han sido negadas desde el principio. Basta de ignorar las condiciones materiales de millones de personas en nombre de una positividad tóxica que solo beneficia a quienes ya tienen ventaja.
El verdadero empoderamiento no viene de repetir frases vacías, sino de luchar por transformar la realidad. Viene de exigir equidad salarial, de pelear por la representación en los espacios de poder, de garantizar derechos básicos como la salud y la educación. Viene de la sororidad real, la que no le dice a otra mujer que 'trabaje más duro', sino que la acompaña y la sostiene.
No quiero más discursos que nos pidan que confiemos en la meritocracia cuando la evidencia grita lo contrario. No quiero más influencers vendiendo la idea de que todo es cuestión de actitud, cuando sabemos que hay personas que, por más que se esfuercen, jamás tendrán las mismas oportunidades. Lo que necesitamos es justicia social y eso no se consigue con optimismo individual, sino con organización y resistencia colectiva.
Así que basta. Basta de decirnos que si queremos podemos. La historia nos ha demostrado que los cambios no llegan porque alguien lo desea con fuerza, sino porque hay quienes se niegan a aceptar la injusticia y luchan para derribarla.
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