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Maíllo cierra el nuevo tiempo de IU: Seis años que estremecieron la izquierda andaluza

Antonio Maíllo deja su acta de diputado y abandona la política activa.

Daniel Cela

Antes de que Antonio Maíllo (Lucena, 1966) llegase a la dirección de IU en Andalucía, las asambleas regionales se cerraban puño en alto y entonando La Internacional. La refundación de la izquierda que quiso inventar aquel nuevo dirigente de 47 años, en el verano de 2013, tenía que ver con la alegría. “La alegría es revolucionaria. Hay que defender la alegría como una trinchera”, decía entonces, encendido, citando el poema de Benedetti. En aquella asamblea andaluza, el sustituto de Diego Valderas obtuvo el 83,8% de los votos, convirtiéndose en el coordinador regional de IU con más apoyos hasta la fecha (la marca anterior era del propio Valderas, con un 74,4% en 2008). Después de La Internacional, cuando los comunistas ya replegaban bártulos, sonó una canción de los Monty Python, que luego sería himno de la nueva etapa que iniciaba IU aquel día: Always look on the bright side of the life [Busca siempre el lado bueno de la vida].

Todas las revoluciones tienen una relación oblicua con la realidad, como diría Ángel Gabilondo, y la alegría revolucionaria de Maíllo no fue una excepción. Durante sus seis años al frente de la dirección andaluza de IU, vio cómo las clases populares indignadas se apartaban de su partido y buscaban nuevos referentes políticos que pondrían en riesgo la propia supervivencia de IU; se encaró con la vieja guardia del partido por “la torpeza y la falta de análisis” del 15M, que cristalizó en el nacimiento de Podemos; tuvo que matar a su padre político para marcar distancias con sus socios del PSOE; fue expulsado del Gobierno de coalición por sus socios del PSOE; fue derrotado en las urnas y presintió la extinción de IU (pasó de 12 a 5 diputados); fue sobrepasado por un partido de nuevo cuño (liderado por una joven Teresa Rodríguez), al que primero combatió para luego terminar aliándose en una nueva coalición (Adelante Andalucía). Y cuando estaba en el ojo del huracán político, le fue diagnosticado un cáncer de estómago que le apartó temporalmente de la arena pública.

Aquello de la alegría de la izquierda iba en serio: era un mensaje político interno para los comunistas ortodoxos que hablaban al pueblo “siempre con cara de cabreo, como riñéndoles” por no entender sus discursos, por no votar bien. Cuando fue elegido, Maíllo era un desconocido fuera de su organización. No era un duro del aparato, pero los duros estaban con él. Lo de la alegría también era algo innato de su personalidad. Este lunes, cuando ya se conocía su dimisión, le preguntó a su fiel amigo y jefe de prensa, Pedro Ortega, qué periodistas vendrían a su última rueda de prensa como coordinador general de IU en Andalucía. “Quería ver a todos y despedirse de todos”. Se llevó consigo pasteles y una bolsa con 15 tomos de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, en tapa dura, para regalárselos a los periodistas que aparecieran por allí. Y aparecieron muchos, más de lo previsto, en la sede del PCA de la calle Donantes de sangre, en Sevilla Este, adonde los periodistas van poco “porque está muy lejos”. Y porque tienen esa confianza tramposa con Pedro y con Antonio para enterarse luego por teléfono de lo que se han perdido.

Ninguno de los convocados a la rueda de prensa estaba acostumbrado a ver dimitir a un dirigente andaluz en activo, y nadie recuerda una cara tan feliz en un político dimisionario. Antonio Maíllo (Lucena, 1966) deja la primera línea de la política, abandona su escaño en el Parlamento -que ocupa desde hace siete meses-, entrega la portavocía de Adelante Andalucía -la confluencia con Podemos que gestó junto a Teresa Rodríguez y que aún no tiene un año de vida- y, por último, cede la dirección regional de IU, que ocupaba desde hace seis años. “He tenido un cáncer de estómago del que he salido vivo. El nivel de estrés de la política actual es incompatible con la calidad de vida. Uno puede luchar contra el sistema, pero no contra la biología. Me voy porque no me la quiero jugar”, ha dicho, emocionado. Luego le han aplaudido los de su equipo y al aplauso se han sumado los periodistas de todos los medios.

El ex portavoz de IU en el Parlamento andaluz, José Antonio Castro, solía bromear diciendo que en España “Dimitir era un nombre ruso”. Maíllo entró en la política activa abominando de los “profesionales de la política”, de aquellos dirigentes que se agarraban al cargo “porque no tenían oficio al que volver”. Ahora deja su escaño sin solicitar la cesantía que podría cobrar como exdiputado, y regresa a su profesión -la enseñanza-, siguiendo los pasos de otro histórico líder comunista de Córdoba, Julio Anguita. El ya ex coordinador andaluz de IU tiene plaza de profesor de Latín en un instituto público de Aracena, un pueblo de la sierra onubense a una hora en coche de Sevilla, donde está su casa, y donde se presentó dos veces como candidato a Alcalde (2003 y 2007). A veces solía conducir de noche para dormir allí alejado del ruido. Otras veces compartía piso en Sevilla con su jefe de prensa, que en la legislatura pasada llegó a dar cobijo a todo el grupo parlamentario de IU (cinco diputados).

Maíllo vuelve a las aulas con “mucha ilusión y con vértigo”, porque llevaba diez años sin impartir clases, porque la juventud es muy distinta a la de entonces y la legislación educativa es otra: en 2009, la última vez que se puso ante una pizarra, regía una ley de educación del Gobierno socialista (LOE), ahora está en vigor la última ley del PP (Lomce), y todo apunta a que habrá una nueva normativa en este mandato. Ya se ha inscrito a un congreso de lenguas clásicas en la Universidad Complutense de Madrid, que será este verano, y tiene en la cabeza aprender portugués. Quiere dejar de leer y de hablar de política un tiempo, quiere “desintoxicarse”, quiere leer sus libros con calma. Cada vez que le llegaba al móvil un mensaje de un compañero con algún problema interno de partido, se le agarrotaba el estómago que no tiene. “A veces falta fraternidad. O hay demasiadas confusiones entre ambiciones personales y proyectos políticos”, dice.

La dimisión de Maíllo tiene razones personales -está fatigado después de tres campañas electorales en seis meses-, pero el momento de anunciarlo está sujeto al calendario político: tras las autonómicas, generales, municipales y europeas, el líder de IU ha esperado a que se constituyan los ayuntamientos este sábado para anunciar una decisión que tomó “hace meses”. Lo sabía Teresa Rodríguez, apartada del Parlamento mientras dure su permiso por maternidad; lo sabían en su equipo, lo supo el líder federal, Alberto Garzón, y durante el fin de semana fue llamando a sus adversarios políticos, empezando por el presidente de la Junta, el popular Juan Manuel Moreno. A éste le pilló por sorpresa, aunque cualquiera diría que ya lo sabía tras escucharle en su réplica a Maíllo durante la sesión de control al Gobierno del pasado jueves: “Hacen falta muchos Antonios Maíllos”, le espetó, reconociéndole su oratoria parlamentaria. 

El dirigente de IU es el que lleva citas en latín al Parlamento y las combina con latiguillos de la calle, retórica de Cicerón con personajes femeninos de Almodóvar. Todo sin un papel y gustándose unos días más que otros, y cuando se hacía risa a sí mismo, le hacía sonreír a los demás. Como aquel debate en el que criticó el posibilísimo de la ex consejera de Hacienda (hoy ministra en funciones), María Jesús Montero, tratando de pactar los Presupuestos con la izquierda y con Ciudadanos: “Es usted una política holística: Le cabe todo”. Carcajadas en el hemiciclo. Montero y Maíllo tienen una relación estrecha, ella (médico de oficio y exconsejera de Salud muchos años) se preocupó mucho de él durante su tratamiento contra el cáncer.

Maíllo dice que su marcha no es una dimisión en diferido por los resultados de las andaluzas del 2 de diciembre, en las que la confluencia Podemos-IU obtuvo 17 diputados, tres escaños y 300.000 votos menos que el resultado que lograron las dos fuerzas de izquierda por separado en 2015. “Sí pensé en la dimisión el 5 de diciembre, cuando todo el mundo te dice que el resultado ha sido un desastre”, ha admitido. Pero por sentido de la responsabilidad se quedó hasta que hubo terminado el ciclo electoral. Sabía desde hacía meses que este lunes se marcharía, y eso es lo que le ha dado fuerzas para “echarse varias campañas electorales a la espalda”, y aguantar hasta el final.

Ahora va a trabajar para Javier Imbroda, el consejero de Educación de Ciudadanos, bromea. Maíllo es zurdo, pero solía escribir en la pizarra con la derecha. En 2017 fue reelegido coordinador regional de IU, una reelección vinculada irremisiblemente al proyecto de confluencia con Podemos, que fue refrendada de nuevo por el 83% de la militancia. Ahí arriba está la marca del legado de la coalición de izquierdas y ahí detrás está la incertidumbre de su futuro.  “Que la organización no se haya roto. Que siguiera cohesionada, pese a la división interna. Que yo, de alguna manera, haya servido de pegamento”, explica Maíllo cuando le preguntaron de qué se siente más orgulloso en sus seis años como líder de IU.

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