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Quién manda

Ken Loach, durante su reciente paso por la Seminci en Valladolid.
29 de octubre de 2023 20:36 h

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El azar ha querido que coincidieran en el tiempo hablando Ken Loach y Felipe González. Ha venido bien. El segundo ha soltado un chascarrillo chungo sobre el pacto PSOE-Sumar, pronto vendrán otros renuncios satánicos y una columna en un medio postinero. Loach ha sido más serio, infinitamente: “El sistema está podrido, no queremos una izquierda que solo ponga parches”; también se ha referido a la violencia y la hipocresía de la comunidad internacional con Gaza.

Es verdad, la izquierda hace ya décadas que decidió no jugar más en albero, con chinas y barro, y jugar en césped y alfombras, mediáticas también. Loach y su coincidente contrapunto ejemplarizan bien lo que ha querido decir el sabio británico. No todos envejecemos igual.

La izquierda no solo parchea sino que, además, parcheando hunde el pensamiento disidente y resistente. Si algo se puede decir hoy, en estos tiempos de calamidad, es que la tristeza y el desánimo de la gente campean por encima de otros estados de ánimo. Y ello a pesar de que aún hay quienes se manifiestan, se echan a la calle, contestan a la dirigencia acomodada… un desahogo. Seamos sanos pesimistas, como dejó escrito Norberto Bobbio, sí, pero nada apunta a nada bueno.

En Europa, la fuerza de la meta de la unidad política, inalcanzable por los egoísmos nacionalistas, está igualmente resultando no ser un referente para nada que no sea vivir el presente, económico en todo caso

Nos habían dicho que el pensamiento democrático, heredero de la derrota del fascismo y el nazismo, era el modelo; nos habían dicho que la supremacía del multilateralismo, el derecho internacional, residente en las Naciones Unidas, podría con casi todos los retos. Vemos que no, nació viciada pero no hasta estos límites finiseculares.

En Europa, la fuerza de la meta de la unidad política, inalcanzable por los egoísmos nacionalistas, está igualmente resultando no ser un referente para nada que no sea vivir el presente, económico en todo caso. Contingente y dependiente de un novedoso turnismo, pero de régimen. Y nos dijeron que construir Europa era construir la paz, aquí y fuera de Europa, pero tampoco.

La amenaza de hoy, setenta y pico años después, es como la de ayer, con Trumps, Netanyahus, Bolsonaros, Mileis, Salvinis, Ayusos, Abascales… No, no he incluido a Joe Biden porque en EEUU, según su cosmovisión, pertenece a un partido dicho progresista, tampoco puedo incluir a Úrsula von der Layen, no porque no lo merezca sino porque no creo que vaya a dar tiempo a que se convierta en nada. Alemania va perdiendo fuelle aunque no remordimiento de interés. Cada tiempo, dejó dicho Primo Levi, tiene su propio fascismo.

Cuando pasen estos tiempos de fuego y dolor –tardará, según la dirigencia militar sionista–, ¿cómo quedará el mundo? ¿Quién mandará, quién quedará? ¿Cuántos mundos habrá, tendrán sentido la derecha y la izquierda? ¿Quién será depositario de algunos valores, aún mínimos, que nos permitan caminar cabizbajos sin mirar a las losetas de la vergüenza?

La izquierda se ha quedado vieja, pero atesora alguna lucidez y sus valores permanecen aunque sea en la alacena: Ken Loach, Noam Chomsky, Michel Warchawski… retienen algunos de sus valores. La izquierda europea, incluida la democracia cristiana progresista, herederas de las luces, ha pegado el apagón. El ejemplo de la socialdemocracia europea y Los Verdes alemanes es suficiente.

La izquierda se ha quedado vieja, pero atesora alguna lucidez y sus valores permanecen aunque sea en la alacena: Ken Loach, Noam Chomsky, Michel Warchawski…

La no tan joven izquierda española da la impresión, más que nada, de pelear por no volver a sus despachos o clases en la Universidad; una vez probado el jamón y frecuentar los mentideros de la corte, ya no quieren ni mortadela ni albero. Hoy forman parte, como otros muchos, del pelotón. Si acaso, a veces, ganan una meta volante y poco más. 

Este domingo escribía Navarro Antolín en Diario de Sevilla que esa ciudad estaba “mandada” por los bares, los hoteles, las cofradías y los clubes de fútbol: los cabildos hispalenses. Tiene toda la razón, sabe de lo que habla, porque esas emociones, pasiones e intereses inmediatos son trasversales; los sevillanos militan en alguna de estas facciones y todo lo tapa y perdona. Todos, como ellos, adocenados lanarmente ante una gran pantalla dormilona. Dice Manuel Chaves Nogales que a los sevillanos nos da vergüenza y ocultamos nuestro primitivismo emocional. Podríamos hacer extensivas, con las peculiaridades de cada uno, estas cosas de Sevilla a todas partes, sea con florentinos del centro, messiánicos del noreste, chiquiteros del norte, libertarios de caña o paseantes alumbrados y pasmados con la led pública de noroeste.

Y me pregunto, al fin y al cabo, ¿es que la izquierda tiene más responsabilidad en todo que la derecha? Pues la respuesta es sí, rotundamente.

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