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Del Nido y el retrato de una sociedad desmesurada

No creo que sea el único al que el caso de José María del Nido le recuerde al de Iñaki Urdangarín. Hoy, uno ha cambiado su chalé del Aljarafe sevillano por una celda en Mairena del Alcor, y el otro ha dejado atrás su Buckingham de Pedralbes y sueña angustiado con la rutina carcelaria que le espera agazapada en los papeles del juez Castro.

Ambos son ejemplo de una época de impunidad y vanidades hinchadas en la que muchos se olvidaron de las reglas del juego y se apoderaron de lo suyo y de lo de los demás en un ejercicio de codicia que retrata como ninguno la condición humana. Y ambos están siendo tratados como corresponde en una sociedad que, pese a lo que vociferen algunos demagogos de tertulias desatadas, sigue siendo un Estado democrático y de derecho y no la república bananera de sus sueños.

Centrémonos en el ex presidente del Sevilla FC y en lo que ha representado su procesamiento y posterior condena e ingreso en prisión para cumplir una condena por corrupción. A mi juicio, es un caso de desmesura que nos retrata como colectivo, pues casi todo lo que hemos podido escuchar ha oscilado entre el linchamiento de jaurías enfurecidas que han vomitado en las redes sociales su bilis más agria contra Del Nido y, en el otro extremo, los panegíricos de sus hooligans más inquebrantables, quienes han entendido que el Código Penal vale menos que la red de una portería de fútbol y que todo se puede arreglar como quien paga una multa en la Liga de Fútbol Profesional.

En medio de tanto apasionamiento, a algunos se les ha olvidado lo más importante. Que José María del Nido, al igual que Urdangarín y al igual que otros encausados mediáticos, es un ciudadano como cualquier otro y que no merece un trato especial. Ni para bien ni para mal. Sólo un trato justo.

El abogado sevillano ha dilatado hasta el límite más exagerado su ingreso en prisión. ¿Y qué? Sabía cómo hacerlo y ha intentado salvarse. Como para no entenderlo. Cualquiera con un mínimo de sensibilidad puede ponerse en el lugar de una persona que se va a pasar los próximos años de su vida metido en una prisión. Hay que tener la empatía de un muro de carga para no comprender su intento desesperado de eludir su destino.

Dicho eso, qué lejos de toda lógica queda el apoyo masivo de sus colegas del fútbol, empeñados en demostrar que viven en una burbuja que tampoco tardará mucho en explotar, y qué lejos de todo sentido común queda el modo tan frívolo con el que algunos han tratado un asunto así.

Aquí no se ha juzgado un pecado venial. Aquí se ha juzgado y condenado a un letrado que participó en el saqueo del Ayuntamiento de Marbella en connivencia con las autoridades y sin que le temblara la firma cada vez que se hacía con unas minutas escandalosamente infladas. Y punto. Fin de la historia. Del Nido ha delinquido, Del Nido ha sido condenado y Del Nido ha empezado a pagar por ello. No hay más. Es lo que suele ocurrir en las democracias serias con justicias serias. Y España lo sigue siendo, aunque a veces la realidad se empeñe en desmentirnos y dejarnos como mentirosos o simplemente como unos ingenuos sin remedio.

No creo que sea el único al que el caso de José María del Nido le recuerde al de Iñaki Urdangarín. Hoy, uno ha cambiado su chalé del Aljarafe sevillano por una celda en Mairena del Alcor, y el otro ha dejado atrás su Buckingham de Pedralbes y sueña angustiado con la rutina carcelaria que le espera agazapada en los papeles del juez Castro.

Ambos son ejemplo de una época de impunidad y vanidades hinchadas en la que muchos se olvidaron de las reglas del juego y se apoderaron de lo suyo y de lo de los demás en un ejercicio de codicia que retrata como ninguno la condición humana. Y ambos están siendo tratados como corresponde en una sociedad que, pese a lo que vociferen algunos demagogos de tertulias desatadas, sigue siendo un Estado democrático y de derecho y no la república bananera de sus sueños.