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Silencio

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En un mundo lleno de ruido, sorprende encontrar silencio, pero si observamos dónde lo encontramos, se nos pueden poner los pelos punta.

El silencio lo encontramos, mayor y problemáticamente, ante la violencia. El hecho de que la violencia cuente con la cultura del silencio le permite a la primera quedar impune y seguir perpetuándose.

Es por eso que, cuando se denuncia una situación de violencia o acoso, se activan una serie de mecanismos de presión social y coerción para que la víctima no obtenga justicia ni reparación por los daños percibidos.

El silencio que permite esa impunidad, por parte de quien ejerce esa violencia, se alimenta de la culpa y la vergüenza. ¿Quién quiere ser señalada públicamente? ¿Quién quiere ver cómo se te culpa por haber aparecido en una foto con esa persona? ¿O no haber denunciado antes? ¿O no haberlo dicho públicamente? Y tantos otros “oes”.

Y esto lo sé profesional y personalmente. Por el acompañamiento profesional en casos de violencia machista y acoso que he ejercido, y tras cerrar un proceso judicial de un acoso de varios años. Un proceso judicial de varios años que ha sido mental y emocionalmente desgastante, y que puede llegar a agudizarse si quien ejerce la violencia está atravesada por una realidad estigmatizada. Por ejemplo, no es lo mismo denunciar que te acosa un hombre blanco que un hombre negro porque te expones a retroalimentar los prejuicios racistas de los negros violadores. Pero tampoco es lo mismo denunciar que te acosa sexualmente un hombre que una mujer, porque tenemos demasiado asimilada la idea de que la violencia machista es algo que sólo ocurre en parejas heterosexuales. Pero si eres mujer recibiendo acoso y amenazas de un hombre, pero es gay, la incredibilidad social hace que caiga en saco roto la denuncia.

Y esta falta de sensibilidad y herramientas en la sociedad contra el silencio y la violencia es, a quienes se encuentran en los márgenes, una trampa sin salida en la que las redes de apoyo son clave, así como aquellos que forman parte de su grupo de iguales.

Porque cuando rompemos el silencio, hay consecuencias. Por ejemplo, Ane Lindane denunció públicamente a su acosador, y se encuentra con la situación de que la ertzaina (policía de Eskadi) la ha denunciado a ella en vez de identificar a su acosador. Pero ¿quiénes son los ertzainas en nuestras vidas? ¿Quiénes, en vez de intervenir, actúan en contra de las víctimas? Esa policía metafórica es la que presiona a tu familia para que retires una denuncia. Los compañeros y compañeras de trabajo que te llaman exagerada porque tu compañero gay todo el tiempo intenta meter su mano en tu entrepierna, según ellos, de broma. Las familias que, sabiendo que está siendo abusado un menor, le dicen que no hable para mantener unida a la familia.

La falta de sensibilidad y herramientas en la sociedad contra el silencio y la violencia es, a quienes se encuentran en los márgenes, una trampa sin salida en la que las redes de apoyo son clave

Pero aun así nos encontramos también con la otra policía, la de la persecución, el castigo y la exclusión; en definitiva, el punitivismo. Una de las expresiones del punitivismo es lo que se ha llamado “cultura de la cancelación”, y si bien es una herramienta precisamente para quienes no tienen el dinero ni los contactos para enfrentarse a quienes ejercen abuso de poder, uno de los fallos que he observado es la falta de perspectiva reparadora tanto a las víctimas como a la sociedad. Es una conversación pendiente que tenemos todas, y es uno de los obstáculos para hablar con sinceridad sobre el tabú que supone reconocerse como agredida.

Para romper la cultura del silencio en torno a las violencias necesitamos una cultura sanadora y reparadora, una mayor formación y sensibilización social en torno a estos temas, pero también hacer un trabajo personal muy duro que es  entender y asumir que, como dijo Audre Lorde, el silencio no nos protegerá.

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