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Atrapados en la precariedad vital
La cifra habla por sí sola: solo 13 de cada 100 jóvenes andaluces logran independizarse. Un dato que es solo la punta del iceberg de la realidad que, de manera ininterrumpida desde la crisis de 2008, lleva lastrando a la juventud de este país y, con mayor dureza, a la andaluza desde entonces. Una situación de stand by vital, de parón, de vivir en la incertidumbre, que no nos deja tomar las riendas de nuestra vida.
Todo esto es producto de la precariedad que se ha instalado en nuestras vidas. Una precariedad que viene generada por la mala calidad del empleo, bajos salarios y un mercado inmobiliario que nos condena a no poder desarrollar un proyecto de vida propio.
Desde hace décadas, vivimos en una montaña rusa provocada por la suma de malas condiciones laborales, económicas y sociales que lastra nuestro futuro. Nos genera un estado vital de estar siempre a la espera de que todo mejore, de tener un empleo estable, de que los alquileres bajen, de ahorrar lo suficiente para emanciparnos… Una vida siempre pospuesta mientras el calendario corre, la juventud pasa y arrastramos esa precariedad vital que se supone que debemos abandonar con los años, pero que, los datos lo demuestran, nos acompaña superados los 35 y nos hace más pobres que nuestros padres. Un estado vital que tiene serias repercusiones en nuestra salud física pero también mental: es dramático el incremento de casos de suicidio entre personas jóvenes, por ir al dato más extremo, pero no son más optimistas el resto de indicadores. Vivimos estresados, con ansiedad, con cuadros clínicos, en muchos casos, compatibles con la depresión. ¿Hasta cuándo vamos a seguir soportando para que los problemas que atravesamos generaciones enteras de jóvenes se tengan en cuenta como un problema del conjunto de la sociedad?
¿Cómo vamos a construir un futuro si el presente no nos ofrece posibilidades?
Es injusto que en Andalucía generaciones enteras vivamos atrapadas en una vida precaria a pesar de querer desarrollarnos profesional y personalmente. Más injusto aún es que no se nos proporcionen las herramientas para lograr ese desarrollo y convertirnos en ciudadanos independientes. Y es que, incluso estando formados de sobra, la falta de oportunidades laborales dignas, con remuneraciones ridículas en muchos casos, y el altísimo precio de la vivienda, han generado la tormenta perfecta que nos impide ser dueños y dueñas de nuestras vidas.
¿Cómo vamos a construir un futuro si el presente no nos ofrece posibilidades?
Es fundamental que se ponga este problema en el debate social y que exijamos soluciones para revertir la situación. Porque esta tasa de emancipación tan baja no es solo un mal dato más. Esta precariedad eterna a la que nos condenan no solo tiene consecuencias en nuestra salud: afecta a la dinámica demográfica, el bienestar emocional y a las relaciones familiares, provocando un gran impacto en el tejido social de nuestra tierra.
Si una persona joven en Andalucía cobra un 18% menos que la media nacional y tiene que destinar de media el 96% de su salario en un alquiler, estamos condenados a vivir hasta más allá de los 30, con suerte, con nuestros padres
Ha llegado el momento de exigir soluciones a esta precariedad laboral y vital con políticas que garanticen un mercado laboral justo e igualitario y que promuevan el acceso a la vivienda.
Si una persona joven en Andalucía cobra un 18% menos que la media nacional y tiene que destinar de media el 96% de su salario en un alquiler, estamos condenados a vivir hasta más allá de los 30, con suerte, con nuestros padres.
La subida de salarios, la creación de empleo estable y de calidad, así como la regulación del mercado inmobiliario para garantizarnos el acceso a la vivienda, son solo algunas de las soluciones que urge poner en marcha. No podemos permitir que toda una generación tire sus proyectos de vida por la borda.
En este escenario de precariedad laboral y vital, también debemos pedir responsabilidad a las empresas y exigirles que dejen de tratar a nuestros jóvenes como trabajadores de segunda o tercera categoría. Es hora de que arrimen el hombro y contribuyan a crear un mercado laboral más justo e igualitario. Se acabó usar a los más jóvenes a su antojo. Las empresas deben ser parte de la solución, no del problema.
Es hora de actuar. Tenemos a toda generación viviendo en un constante estado de frustración, sufriendo ansiedad, estrés y una sensación de inseguridad constante. Nuestras y nuestros jóvenes se ven atrapados en un bucle de inestabilidad que les impide planificar su futuro y es hora de que todas y todos empecemos a remar junto a ellos.
Estamos convencidas de que solo desde la organización podemos acabar con esta precariedad vital y situar los problemas de la juventud no como un problema inherente a nuestra edad, sino como una problemática de profundo calado y dramáticas consecuencias para el conjunto de la sociedad. Una sociedad donde no sintamos que el sistema nos expulsa, donde podamos construir nuestro propio futuro y no nos tengamos que conformar con el camino que otros quieren dejarnos escrito.
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