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Todo estaba por estrenar y todos parecían de izquierdas: 40 años de las primeras elecciones andaluzas

Cartel institucional animando al voto en las primeras elecciones andaluzas en 1982.

Antonio Morente

21 de mayo de 2022 20:44 h

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Aquel domingo 23 de mayo faltaban tres semanas para que se inaugurase el Mundial de España, el de Naranjito y sus compañeros de correrías, los hoy injustamente olvidados Clementina y Citronio. Estamos en 1982 y ese día Andalucía se estrena con sus primeras elecciones autonómicas en las que la única duda es saber de qué calibre va a ser la victoria del PSOE, un avance de lo que va a ser el demoledor triunfo de Felipe González sólo cinco meses después. Desde un punto de vista democrático todo estaba por estrenar por una sociedad muy ideologizada y anclada en esa izquierda que había impulsado el proceso autonómico, el mismo que iba a hacer posible que por primera vez Andalucía tuviese gobierno y parlamento propio.

Esa Andalucía era tan de izquierdas que, cuando la Virgen de la Lágrima lloró sangre en la iglesia de San Juan de Dios en Granada, hubo quien dijo que eso era por la situación política y porque primero Andalucía, y España a continuación, se echaban en brazos de rojos y laicistas. Aquello fue diez días antes de las elecciones y parece que entre los que pensaba de esa manera estaba el propio sacristán, que fue el que se las apañó para que se obrase tamaño milagro y al que el Arzobispado granadino apartó discretamente de sus funciones. Aquello mereció crónica de Alfredo Relaño en El País y hasta un editorial, La Virgen llora en Granada, del que era el periódico de referencia en la España de la transición.

En aquella Andalucía que todavía estaba huyendo del franquismo, fantasear con que la derecha podía gobernar era como pensar en cruzarse con un unicornio. Imaginar una ola conservadora como la que salió de las urnas en 2018, y que aspira a consolidarse en los comicios del próximo 19 de junio, era impensable. El PSOE, que supo capitalizar el proceso autonomista que lanzó a cientos de miles de personas a las calles para reclamar libertad, amnistía y estatuto de autonomía, arrambló aquel 23 de mayo de 1982 con casi el 53% de los votos (una cifra nunca igualada hasta la fecha) y se hizo con 66 de los 109 diputados en juego. Le sacó más de un millón de votos (1.496.522 frente a 485.056) a Alianza Popular, que se convirtió en la segunda fuerza política con 17 escaños.

Hace 40 años, y aupadas por los socialistas, las formaciones de izquierda sumaban 77 parlamentarios frente a los 32 de los partidos conservadores. Transcurridas cuatro décadas, hoy se cierra una legislatura por la que las formaciones de derechas han circulado de forma plácida y se preparan para repetir con la posibilidad incluso de un giro incluso más conservador. ¿En qué ha cambiado en este tiempo Andalucía para que se produzca este cambio de rumbo tan marcado dentro de la más absoluta normalidad democrática? Y más allá de lo evidente, ¿en qué se diferencian las elecciones de 1982 y las de 2022?

“Campaña polarizada y muy intensa”

“Hace 40 años había una ilusión doble, la de la construcción andaluza y la del cambio frente al Gobierno de UCD, Andalucía fue la antesala de lo que ocurrió luego en octubre”, rememora Juan Montabes, catedrático del Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Granada. Y por mucho que se diga de lo que ocurre ahora, recuerda que “fue una campaña polarizada y muy intensa” que demostró bien a las claras que ya era inevitable el “desmoronamiento del Estado centralizado y unitario” y que, tras País Vasco y Cataluña, lo encabezaba una región como Andalucía, poco sospechosa de fantasías independentistas.

“Fue una campaña muy ideologizada”, incide Montabes, en un contexto en el que “los líderes de la dictadura franquista todavía estaban vivos”. La sensación era de que se votaba por algo incluso mayor, por una “consolidación de la democracia”, de ahí que la conclusión que extrae de aquel proceso es que “lo importante fue la normalidad”. Hubo, recuerda, alguna que otra manifestación radical, pero poca cosa, como demuestran los números: seis años y medio después de la muerte de Francisco Franco, Fuerza Nueva sumaba 34.533 votos (el 1,22% de los emitidos) pero no conseguía ni un escaño.

Pese al tiempo transcurrido, Isidoro Moreno, catedrático emérito de Antropología de la Universidad de Sevilla y hasta poco antes de las elecciones de 1982 secretario general del Partido del Trabajo de Andalucía, encuentra “bastante equivalencia” entre aquellos comicios inaugurales y el 19J: “Se ven como la previa de unas elecciones generales, lo que hace que se centren poco en Andalucía”, lamenta. Hace 40 años “todavía estaba vivo el recuerdo del golpe de Estado de Tejero un año antes” y a eso se unían los estertores de la UCD en el Gobierno central, con lo que las autonómicas “fueron casi como una primera vuelta de las generales y con el mismo resultado, arrasó el PSOE”; hoy ve una sensación similar, que se juega en clave nacional.

Andalucismo de galería

Otra similitud es que “casi todas las opciones políticas se declaran andalucistas y la palabra Andalucía va a estar muy presente”, pero esto no deja de ser un “blanquiverdeblanqueo” de cara a la galería, “mucha Andalucía pero con la vista en Madrid, la Carrera de San Jerónimo y La Moncloa”. ¿Y la sociedad estaba más concienciada y más movilizada en aquellas elecciones de 1982? Pues sí pero no, porque aquellos comicios los ve como uno de los hitos del “proceso de anestesia creciente de los andaluces para desactivar lo que estaba activo desde 1977”, con aquel 4 de diciembre con cientos de miles de personas en la calle exigiendo la autonomía.

Después vino el 28 de febrero de 1980, con aquel referéndum en el que Andalucía eligió (pese a todas las zancadillas) ir por la vía autonomista rápida, paso previo a volver a las urnas en octubre de 1981 para refrendar un Estatuto de Autonomía que, a su juicio, “ya fue a la baja”, porque el miedo tras el golpe de Estado estaba muy presente y se procedió a una “igualación por abajo”. “Se dijo entonces que Andalucía fue la última comunidad autónoma que aplicó el artículo 151 y la primera del 143, se vendió como un Estatuto de primera división cuando ya era de segunda”.

Así que a aquellas elecciones de 1982 se llegó con la ciudadanía “adormecida de forma bastante intensiva con grandes dosis de cloroformo” para rebajar su tono reivindicativo. Los comicios, además, fueron “el momento inicial de un régimen monopartidista que ha durado 37 años” y que ha hecho que, entre muchos que tienen menos de 50 años, se establezca una “equivalencia perversa entre Junta de Andalucía y PSOE”. “Fue una oportunidad robada”, apostilla Moreno, “pero no el día de las elecciones, aquello se perdió cuando los andaluces bajaron la guardia el día después del 28F, se escucharon cantos de sirena y se entró en un proceso de despolitización muy acelerado”.

'A la hora de la verdad'

Aquella Andalucía de 1982 cerró el año con una población de más de 6,5 millones de personas (dos millones menos que ahora), una tasa de paro del 20,6% (hoy es del 19,4) y un 15% de analfabetos, cuando la media nacional era del 7,92%. El PSOE concurrió en aquellos comicios encabezado por Rafael Escuredo, presidente preautonómico que había liderado el camino autonomista, y el lema A la hora de la verdad. Aquello fue un paseo militar, hasta el punto de que al entonces secretario general socialista, José Rodríguez de la Borbolla, le regalaron los suyos una escoba en un juego nada sutil de que habían barrido.

Segunda quedó la Alianza Popular (en realidad AP-PDP-UL) de Antonio Hernández Mancha y sus Soluciones de verdad para Andalucía, mientras que con el bronce se tuvo que conformar la UCD de Luis Merino y su descolocante lema de Anda por el partido más ancho. Cuarto fue el PCA-PCE de Felipe Alcaraz, que en los carteles salía con Pasionaria y Santiago Carrillo y compareció con un lema (Juntos podemos) que se antoja rabiosamente de actualidad para la izquierda, siguiéndole en quinta posición los andalucistas del Partido Socialista de Andalucía liderados por Luis Uruñuela (entonces todavía alcalde de Sevilla) y el eslogan de El Partido Andaluz al Parlamento andaluz.

Y dos apuntes socioculturales para ponernos en el contexto de la época, uno de ellos de gran calado popular: tres meses antes de las elecciones había muerto Chanquete en la serie Verano azul, que terminó de emitirse en febrero. Y el día de las elecciones, el número 1 de los 40 era Él, de la sevillana Lucía, que un mes antes había quedado en un honroso décimo puesto en la final de Eurovisión. Por cierto, que en lo más alto de la más popular de las listas musicales de entonces a Lucía le precedió el Me colé en una fiesta de Mecano una semana antes, y le tomó el relevo el Bienvenidos de Miguel Ríos, el prólogo en su gira de aquel año, la del Rock & Ríos.

El elector se considera de centro

Pero volviendo al paralelismo entre los procesos electorales de 1982 y 2022, la profesora de Ciencia Política de la Universidad de Granada Carmen Ortega enclava lo que ha ocurrido en este tiempo en un marco global, que no es otro que “está perdiendo importancia la contraposición del eje izquierda-derecha”, lo que se traduce en que “ahora importan más las personas y los partidos que la ideología, y hasta se esconden las siglas”. “Hace 40 años el electorado estaba muy ideologizado y hoy la mayoría sigue siendo de izquierdas, eso no ha cambiado, pero ha crecido el número de electores que se consideran de centro”.

Hablamos de votantes que “no se consideran de ningún partido y se sienten independientes”, y que en muchos casos van a coger la papeleta “en función del candidato”, un contexto muy diferente de las pulsiones dominantes hace cuatro décadas. El problema para las formaciones políticas es que estos electores igual que te apoyan “te pueden abandonar”, y ahí está el ejemplo de los nuevos partidos como Ciudadanos y Podemos, que “subieron como la espuma” y hoy están como están.

Estas elecciones separadas por 40 años, en definitiva, “no se pueden comparar” porque el electorado “ha cambiado completamente” y ya no da su respaldo en masa a un PSOE que “canalizó el voto de izquierdas y el sentimiento andaluz”, algo esto último que curiosamente “ahora está intentando reivindicar la derecha”. En 1982, resume, había “ideología e ilusión”, y hoy en cambio el votante “lo que más quiere es moderación”.

Cuestión de perspectiva y cambio generacional

También hay un cambio por una cuestión puramente generacional. Así lo apunta Manuel Pérez Yruela, profesor de Investigación de Sociología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que fue portavoz del Gobierno andaluz en la etapa de José Antonio Griñán y que recuerda que la casi la mitad de los andaluces han nacido después de 1980 y, por tanto, aquellas elecciones “no las vivieron y no tienen en la cabeza lo que el electorado andaluz sí tenía presente entonces”: se era muy consciente de los problemas de Andalucía y se estaba construyendo una autonomía que era una “expectativa de mejora de vida”.

Dicho de otra manera, “los grandes servicios públicos ya están establecidos y se han suplido carencias que entonces movieron a la sociedad andaluza”, es decir, que “los procesos de bienestar traen nuevas identidades”. La ciudadanía, además, tiene ahora en el menú político “nuevos movimientos populistas y autoritarios tipo Vox”, que se presentan como “desconectados de la vida política” y abogan por devolver competencias autonómicas e incluso reducir la conexión con la Unión Europea.

“Falta memoria política y conocimiento del pasado”, y recordar que hace 40 años el momento era de “muchísima esperanza porque se salía de una dictadura, había ilusión y una gran expectativa de cambio y mejora, lo que movilizó a la población y a los partidos”. “Muchos logros conseguidos desde entonces no cuentan hoy como objetivo político, pero hay que ser conscientes de que lo que se tiene no es eterno, puede venir a menos”, alerta. Hoy, y de cara a las elecciones del 19J, incide en que se ha producido un cambio sustancial en la “valoración de la política pública” y que estamos en pleno “rebote del voto de derechas” que contrasta de manera radical con aquel 23 de mayo. “En 1982 era impensable una ola conservadora”, apostilla.

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