Mujeres con discapacidad: las mismas desigualdades, peores efectos
Con 28 años, se echó a llorar. Si casi nadie se había molestado mucho en apenas mirarla, mucho menos en entrevistarla y contratarla, como le ocurrió aquella mañana. Tenía, y tiene, una “alteración maxilofaxial” que la distanciaba del modelo de belleza normativo y una discapacidad física en una pierna. Nunca le habían dado la oportunidad de demostrar su valía como técnico administrativa.
Las dificultades para mujeres con algún tipo de discapacidad son mucho más graves, tanto en la esfera pública como en la privada. Ni es una cuestión menor ni afecta a un número pequeño de mujeres. 232.494 en Andalucía, según la base de datos estatal, tienen un grado de discapacidad igual o mayor al 33% reconocido administrativamente, 1,4 millones en toda España.
Desventaja social, económica, educativa y profesional que tiene reflejo en los datos. En España, frente al 55% de mujeres sin discapacidad que en el entorno europeo trabaja, sólo tiene empleo el 25% de mujeres con discapacidad. La calidad del empleo suele ser menor (menos retribuido, de estatus inferior y con menores ventajas que el de los hombres con discapacidad). Otro ejemplo: un gran número de mujeres con discapacidad es víctima de la violencia machista (80%) y tiene un riesgo cuatro veces mayor –que el resto de mujeres- de sufrir violencia sexual.
Estos últimos datos, procedentes de los escasos estudios existentes en 2004, los ofreció ya en el Parlamento Europeo Ana Pelaez, ciega de nacimiento que viene defendiendo los derechos de las mujeres y niñas con discapacidad de todo el mundo, pero tienen plena vigencia a día de hoy, según asegura Rosa Díaz, decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Pablo de Olavide, quien trae el ejemplo citado al comienzo del texto y apuesta por realizar un análisis dinámico de la situación de las mujeres con discapacidad. No le gusta hablar de doble o triple discriminación sino que sitúa a la mujer en una intersección de desigualdades a tenor de las cifras y de la información que ofrecen fuentes secundarias en cuestiones como, por ejemplo, la esterilización sobre mujeres con discapacidad. “Esas cuestiones no se aprecian en los datos oficiales pero son una realidad”, indica acerca de la “presión social” para que las mujeres con discapacidad no sean madres.
También comenta ese aspecto Isabel Viruet, presidenta del Consejo Territorial de la ONCE en Andalucía, que dice que las niñas con alguna discapacidad intelectual suelen dejar antes de estudiar por el miedo a que se queden embarazadas. “La base está en la educación. Se renuncia a su futuro y se las manda a casa”, lamenta. “Son las primeras perjudicadas cuando la cosa no va bien y alguien, por ejemplo, tiene que encargarse del abuelo porque ya no se puede afrontar el pago de una residencia de ancianos. La reincorporación luego es mucho más difícil”, explica.
Baja autoestima
Según el último Informe Olivenza sobre la situación y evolución de la discapacidad en España, desde una perspectiva de género las mujeres con discapacidad presentan resultados de mayor exclusión social en prácticamente todos los indicadores, aunque de manera muy relevante en el relacionado con el salario medio, que es casi 2.000 euros anuales inferior al de los varones con discapacidad, y en la situación de pobreza severa, con un punto porcentual por encima de los varones con discapacidad y seis por encima de la población general. La prevalencia de la jornada parcial es más del doble en las mujeres que en los hombres (23,1% frente a 10,1%).
En ese punto, Rosa Díaz detalla que también se observan diferencias salariales importantes en función del sexo, siendo de las mujeres un 16% más bajo que el de los hombres. El salario de las mujeres con discapacidad es un 8% menor que el de aquellas que no tienen una discapacidad. El salario mensual neto de los hombres con discapacidad es más alto que el de las mujeres. Es decir, las mismas desigualdades en el ámbito de la capacidad, pero con efectos más negativos ya que, ante una carencia de formación y cualificación adecuadas, estas mujeres tienen escasas o nulas posibilidades de acceder al mercado de trabajo, percibir ingresos y mejorar su situación.
Díaz se mueve entre el optimismo del “empoderamiento” y la mejora de la autoestima de las mujeres con discapacidad y el pesimismo de advertir “una población invisible” a presente y a futuro. “En momentos de crisis, los problemas de las minorías pasan a un segundo, tercer o cuarto plano, y son la última prioridad para la sociedad y el Estado”. Según recogía Peláez en su comparecencia, la tasa de inactividad de las mujeres con discapacidad se enmarcaba en torno a un 75% del total de la población entre 16 y 64 años.
El hecho de que las mujeres con discapacidad, globalmente consideradas, siguen sufriendo discriminaciones por razón de género y de discapacidad perdura en el tiempo como consecuencia de factores personales como la “autopercepción negativa”, el desconocimiento de las propias capacidades y potencialidades, el desconocimiento de las características que actualmente definen el mercado laboral, así como las carencias formativas y de habilidades adaptativas, etc.
También, apunta Díaz, están presentes factores como la sobreprotección familiar, la desconfianza en sus capacidades y el desempeño de un trabajo en el seno de la propia familia, así como factores sociales como los prejuicios entre los propios empleadores o las medidas de protección social, que generan “mujeres escondidas en su casa, que no cause problemas”. Por ejemplo, respecto a beficiarios de prestaciones sociales y económicas de la LISMI (Ley de Integración Social del Minusválido), son subsidios principalmente recibidos por mujeres, un 75'8%, sobre todo cuando se trata de los de garantía de ingresos mínimos y de ayuda por tercera persona.
“Se ha retrocedido bastante”
“No podemos pensar de entrada que no van a ser capaces de hacer algo”, señala Viruet, por ejemplo a la hora de administrar sus ingresos. “Sí, ella vale para trabajar y ganar dinero pero sus entornos lo manejan”, denuncia. Viruet mira en todo caso al fututo “con esperanza” porque “las administraciones públicas están más sensibles que nunca” pese a que “se ha retrocedido bastante”. “Cuesta andar hacia adelante y se cae más rápidamente cuando vienen vacas flacas”, señala acerca de las consecuencias de la crisis. “Las cuestiones que se estaban visibilizando vuelven a ocultarse”, añade Díaz.
“Las etiquetas no sirven”, apunta la decana de la UPO, que recuerda la desaparición de un tejido asociativo en torno a esta cuestión que ya no está presente. “El feminismo no ha tenido nunca en su agenda a las mujeres con discapacidad”, sentencia, apostando por “fomentar el activismo” y “potenciar la autoestima y la autonomía”. “Ahí está el secreto”, opina la decana. Viruet coincide en este punto, observando aunque “muy tímidamente” una vuelta a la organización de mujeres con discapacidad. “Hay que salir a la calle, si no no hay manera”.
“La mujer con discapacidad no se cree que pueda trabajar”, insiste Díaz, que indica que por lo general “se sienten 'feas' y eso lo abarca todo”. “Hay que trabajar en la excelencia de las mujeres con discapacidad”. Aislamiento, carencia formativa, prejuicios laborales,... “Si las mujeres sin discapacidad tienen problemas, imagínate las que tienen una discapacidad”, señala. “Si no tienen un entorno favorable, se 'arrugan'”, apunta Díaz, que alude en la conversación al sobresaliente cum laude de la tesis doctoral 'No estamos locas, sabemos lo que queremos', sobre los procesos participativos de las mujeres con diversidad funcional en Andalucía, de Antonia Corona. “El estereotipo social de infravaloración es tremendo”, añade.
Peláez, vicepresidenta ejecutiva de la Fundación CERMI Mujeres, ya hace años hizo hincapié en esta cuestión: “La influencia de la discapacidad en la imagen corporal de la mujer, no ajustada a los cánones de belleza femeninos que los medios de comunicación crean y difunden, hace que en muchas circunstancias las mujeres con discapacidad encuentren mermada su autoestima. La propia discapacidad determina negativamente el mantenimiento de relaciones sociales, sobre todo, de índole afectiva. En general, la percepción de la mujer con discapacidad es errónea e insuficiente, se la considera asexuada, limitada intelectualmente, etc”.
El 'Autodiagnóstico de la situación de las mujeres con discapacidad en Andalucía', publicado en 2012, también ofrece datos interesantes. De las 3.343 mujeres entrevistadas, el 78% se encontraba en situación de desempleo. Sólo el 10% había completado estudios de FP de Grado Medio y tenían Bachiller o FP superior un 17%. Solo el 11% eran diplomadas o licenciadas. La accesibilidad de la estadística viene siendo también “un problema”, dada la ausencia de datos desagregados de discapacidad y la dispersión de la estabilidad cronológica, apunta la decana, aunque estudios como los citados o los de Fundación CERMI Mujeres ayudan a paliar ese déficit, que se aprecia en “la imposibilidad de realizar los análisis por falta de deagregación por sexo de los datos”, lamenta Rosa Díaz.