El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Desde que la vi, me gustó su título, Vicios privados, públicas virtudes, más que la película misma, porque condensa a la perfección la hipocresía moral y el fariseismo político. Ambas prácticas, siendo despreciables, tienen un aspecto revelador: muestran la existencia de unos valores tácitos en la sociedad, tanto en el plano ético como en el político, que son aceptados y defendidos mayoritariamente. Por eso mismo su incumplimiento trata de ocultarse, pues no es aceptable socialmente.
A comienzos del presente siglo, la mayor parte de los ciudadanos occidentales aceptábamos el orden internacional nacido de la Segunda Guerra Mundial, que reconocía la soberanía de los países; creíamos que ante problemas internacionales debía recurrirse a órganos mediadores, como la ONU o el Tribunal Penal Internacional, dejando la guerra para casos extremos en los que fracasaran. Así, en 2.003 presenciamos la invasión de Irak, tras unas infructuosas medidas internacionales para frenar el peligro que suponía. El objetivo declarado era defender al mundo de sus armas de destrucción masiva y liberar a los iraquíes de un tirano, y aún así hubo grandes protestas contra la guerra en la mayor parte de occidente. Nadie hubiera aceptado que su verdadera finalidad era mantener el dólar como moneda de pago del petroleo (Sadam Huseín había osado admitir euros como pago un par de años antes), y controlar las enormes reservas de crudo iraquí, aun provocando una guerra que duró nueve años, sacrificando cientos de miles de vidas humanas, y destrozando un país en todas sus dimensiones.
Tan sólo veintidós años después, de la mano del actual presidente de los Estados Unidos de América somos testigos de un brusco giro. La nueva política no guarda las apariencias, y las acciones concretas que adopta son cada vez más explícitas, ya sean leyes, decretos, acuerdos internacionales, o negocios, aunque oscilen entre lo inmoral y lo descaradamente delictivo. Contemplamos la ametralladora de medidas legales lanzadas por la Casa Blanca, estudiada para saturar y anular la reacción de políticos, gobiernos y ciudadanos; las amenazantes declaraciones de apropiación de territorios y recursos, como Groenlandia, el canal de Panamá, las tierras raras ucranianas, o la conversión de Gaza en la Riviera de Oriente Medio. Vemos también ostentosas corrupciones -más o menos sofisticadas- como las dos criptomonedas lanzadas, una con el nombre del presidente y otra con el de su esposa, o la Casa Blanca convertida en el gran concesionario de automóviles del Consejero Superior del Presidente y Administrador del Departamento de Eficiencia Gubernamental. Nos tememos que sólo es el principio, porque además el ejemplo va cundiendo, como la estafa de las criptomonedas promocionadas por el presidente argentino de la motosierra.
¿Porqué está sucediendo esto?, porque el acuerdo tácito mantenido por la mayoría de la sociedad occidental se ha perdido, está siendo volatilizado y sustituido por la ley del más fuerte y el más astuto, que se aprovecha de los demás en su favor, especialmente si estos no son de los míos. Antes, las posturas egoístas, discriminatorias y tramposas se profesaban disimuladamente, sin alardes públicos, pues resultaban fanáticas, o trasnochadas, o ridículas, en cualquier caso, inaceptables para la mayoría de los ciudadanos. Hoy, por contra, contemplamos el descaro, -¡incluso el alarde!- de quienes las defienden, y lo hacemos sin saber cómo reaccionar ante esta novedad. Boris Groys señaló que lo nuevo no es la aparición de algo oculto o impensado, sino que surge de la transmutación del valor de algo conocido y presente. Lo que antes daba risa o avergonzaba, ahora se ha higienizado, dotado de valor, e incluso se ha puesto de moda.
Hay otro factor que no puede disociarse del anterior, pues es su principal catalizador: la ruptura de la frontera entre la mentira y la verdad, es decir, el discurso del charlatán. Un discurso que apela a los afectos, y enaltece al público para ganar su entusiasmo incondicional. Si se descubre que el contenido es engañoso, incluso lleno de mentiras, no le afecta, porque el charlatán siempre encuentra una nueva estupidez que justifique la anterior y lo hace, además, jaleando a sus entregados seguidores. A éstos no les interesa conocer la verdad, sino desfogarse con consignas y “zascas” que dejen en ridículo a quienes la defienden con razones. Bruno Latour señaló en 2017 que este discurso charlatán fue puesto en marcha, intencionadamente, por las élites económicas industriales, para desacreditar el cambio climático y las medidas que exige, puesto que bombardean directamente sus beneficios. El mejor ejemplo de esta práctica lo encontramos en todo lo dicho por Trump desde que, a mitad de 2015, inició su carrera hacia la Casa Blanca.
La principal herramienta empleada para lograr este giro de las conciencias, han sido las redes sociales. En ellas la charlatanería ha sembrado de manera infatigable, además del negacionismo climático y científico, el escepticismo político, el machismo, la homofobia, el racismo, la xenofobia, el desprecio de lo común, y el espíritu del sálvese quien pueda. No es casual que los magnates de la nueva política estadounidense sean, mayoritariamente, magnates tecnológicos y tengan en sus manos las principales redes sociales y sus infraestructuras. Esa nueva realidad donde adolescentes y jóvenes habitan, no ha sido tenida en cuenta, ni valorada debidamente; tampoco se previó su capacidad movilizadora y generadora de cambio social. Ni los partidos políticos tradicionales, ni los intelectuales, ni la mayor parte de la envejecida ciudadanía occidental han sabido mirar a tiempo las redes.
Lo que hace un par de años llamé paradigma Berlusconi, hoy se revela como un postfascismo, del cual el magnate italiano fue, nuevamente, pionero. Para la nueva política la ideología pasa a ser totalmente secundaria, y es el poder económico quien directamente toma las riendas del gobierno. Para el fascismo la relación con los ricos estaba mediatizada por unas ideas en las que creían. Ahora en cambio, estas ideas son empleadas por el nuevo poder como una eficaz apisonadora para allanarse el camino. Por eso fomenta y apoya, de múltiples modos, a la ultraderecha, y a parte de la derecha tradicional, que ha optado por bailarle el agua. Los grupos ultraconservadores han crecido exponencialmente en los Estados Unidos de América desde 2016; en Europa la estrategia ha consistido en fomentar y apoyar los partidos de extrema derecha, todos ellos antieuropeistas, mediante El Movimiento (The Movement), que es una internacional de ultraderecha fundada en 2017 por Steve Bannon, asesor de Trump en su primer mandato. Una estrategia dotada de tres aguijones, el divide y vencerás, la introducción de troyanos en los sistemas políticos democráticos, y el tercero, el más peligroso, normalizar estas posturas, igualando la validez de quienes respetan los derechos humanos y consideran al otro como persona igualmente digna y la de quienes los incumplen y establecen categorías.
Los grupos y partidos peones de esta nueva política son fascistas, y no podemos pasar por alto que su ideología es totalitaria y autoritaria, en consecuencia antidemocrática. Es también racista, uno de los pilares de la extrema derecha mundial es el rechazo de los inmigrantes, a los que culpa de la mayor parte de nuestros males, que en realidad son sistémicos. Pero es también una ideología que normaliza el empleo de la violencia como instrumento para lograr sus metas: recordemos el asalto al Capitolio, o las manifestaciones ante la sede madrileña del PSOE, donde repetidamente se realizaron actos de un terrible simbolismo, como el ahorcar muñecos que representaban al presidente del gobierno, los cuales eran también golpeados brutalmente y quemados. Somos animales simbólicos y estos estudiados actos preparan el camino y resultan el portal de la violencia real, a la cual justifican. No miremos hacia otra parte, ni restemos importancia a estas graves acciones.
Lo que llevamos presenciando en los últimos años puede ser el preámbulo de un futuro tenebroso. Quienes creemos que los seres humanos pueden vivir sin aprovecharse despiadadamente de sus congéneres, y que nadie vale más que nadie, sea cual sea la posición que en el juego le ha tocado en suerte, no podemos permanecer callados, ni tolerar boquiabiertos la situación. Hemos de actuar sin miedo y sin complejos, pero -y ahí está la dificultad- sin emplear los métodos de los enemigos del ser humano y de la convivencia. Hoy en día la batalla ha de librarse en las redes sociales, pero también en las aulas, en el trabajo, en las ciudades, y en todas las bocas y los comportamientos de la ciudadanía democrática. ¿O vamos a esperar que al nuevo postfascismo se le vayan de las manos sus peones fascistas y les muerdan? Porque si eso sucede, antes nos habrán mordido al resto.
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