Ay, qué felices éramos con aquel 60% del IRPF, nuestro querido descuentito que nos hacía sentir tremendamente felices, como jubilados noruegos, y nos suavizaba el impacto de los precios y los impuestos en nuestros maltrechos bolsillos. Qué alegría en las calles, qué regocijo al poder ponernos al día en aquella deuda que nos acompañaba como un amigo indeseable, y ahora el 60 por ciento me dicen que pende de un hilo, menos mal que ahora para compensarlo nuestras autoridades me ofrecen dar dos vueltas a la isla por el precio de una, puedo salir de Santa Cruz y a la vez de Tedote, y recorrer los 14 municipios a la vez que los doce menceyatos, una doble vuelta, el presente y el pasado insular unidos por obra y gracia de la Smart Island. No sé si es más ciencia ficción o fantasía épica, pero mi pensión sin el descuentito está deprimida, como esas obras que parece que van por aquí y acaban yendo por allí, como el martirio de aquel Sísifo que cuando llegaba arriba con la piedra tenía que volver a cargarla desde abajo, en fin, mi gozo en un pozo. Pero estos albores de la espléndida primavera, con la isla verde y llena de flores por los cuatro costados, me compensan del susodicho 60% con un cien por cien de belleza adonde quiera que mire, y me compensan al menos a nivel contemplativo del ardor guerrero que invade nuestro mundo, que parece padecer otra vez la neurosis de guerra de los años treinta y cuarenta, hasta tal punto que me dan más miedo las negociaciones de paz (me recuerdan aquellos encuentros de los líderes de las grandes potencias antes de la Segunda Guerra Mundial) que los desplantes, improperios y amenazas de unos y otros, sobre todo teniendo en cuenta que los adalides de la libertad son herederos cercanos, demasiado cercanos de aquellos que segregaban a la gente de color hasta en los autobuses y algunos de los que reclaman paz como dulces palomas colombinas, valga la redundancia, son los que hacen estallar personas con cierta frecuencia y tremendo swing. Me agarro a este cien por cien de belleza de la incipiente primavera y me solidarizo, y no sólo por la cuenta que me tiene, de la gente que contaba al menos por un tiempo con el susodicho 60 por ciento, pues no sólo de belleza vive el hombre. (Ninguna duda sobre la belleza de los nombres aborígenes, paseo casi a diario por los tres Ti de Mazo, Tirimaga, Tigerorte y Tigalate, aunque también me parecen de leyenda los otros nombres, Montes de Luna, Lomo Oscuro o Malpaís, y sí, presumo de Mazo, ¿pasa algo?, pero me parece perfecto que no se pierdan los nombres de los doce cantones aborígenes, la belleza del pasado debe subsistir, aunque para el GPS pueda ser un lío, pero perdonen que odie el GPS).