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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Orma, Echea, Farruco

La prensa catalana informa de la llegada de Orma y Echea.

Jesús Ortiz

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Recuerdo de niño cenar bacalao con frecuencia, porque era tan barato como el bisonte para los europeos que durante el siglo XIX se extendían por el oeste de los Estados Unidos de América. Baratísimo… hasta que no quedó ninguno.

No era necesario un mes de parón para saber que la especie humana ocupa más espacio del que le conviene. Había avisos suficientes de que íbamos acabando con otras especies, algunas de ellas, como las abejas, imprescindibles para nuestra propia supervivencia a corto plazo.

No era necesario un parón para saber que nuestro modo de vida afecta profundamente al de los seres vivos con los que compartimos el planeta. Pero tampoco éramos conscientes de hasta qué punto.

Han bastado dos o tres semanas en las que, ojo, no hemos desaparecido, no hemos dejado de comer ni de ocupar nuestras guaridas, solo nos hemos abstenido de salir a la calle. Y los animales han cambiado de hábitos. Los perros urbanos miran a todas partes, extrañados de tanto humano faltante; las palomas se han adaptado reduciendo su presencia ¿dónde estará el resto de las habituales?, y dejando de paso espacio para gorriones y pajarillos varios.

Nada sabemos de las ratas, y no estaría de más, porque es otra especie que necesitamos. Los expertos explican que es conveniente que en una ciudad haya tantas como habitantes: cada una se alimenta de los restos de uno de nosotros, evitando así que se acumulen gases de la putrefacción en bolsas subterráneas.

Ciervos y corzos recorren ahora calles de poblaciones con la misma tranquilidad con la que los Borbones envían millones a Suiza. Otros animales de los que llamamos salvajes se asoman a nuestras viviendas como etólogos inversos estudiando nuestro hábitat. Hay piaras enteras de jabalíes a los que los guardas forestales, se dice, ponen pienso en las cunetas para evitar que bajen a comprarlo al súper del pueblo.

Twitter publica fotos magníficas, de osos aparentemente preocupados por nuestro bienestar y de pájaros que anidan en retrovisores de automóviles perfectamente inmóviles.

No hacía falta parar el mundo para saber que nuestra actitud afecta la de los bichos, pero es asombroso comprobar cuánto. Sabíamos, por ejemplo, que los animales se reproducen en mayor o menor medida según la dificultad para la supervivencia que presenta el entorno.

Bueno, pues el parón ha supuesto una mejora tan grande en la facilidad de supervivencia que en Hong Kong hasta una pareja de pandas, tras diez años de casta convivencia, se ha decidido a procrear.

—Ahora sí, Maruja —debió decirle Pepe Panda a su señora (en realidad Le Le y Ying Ying). Así se deduce de «Bueno, por lo menos los panda se lo están pasando bien», un artículo que nos recuerda que «se sabe que los pandas no son buenos para aparearse, sobre todo porque los machos son ineptos para leer las señales de las hembras (igual que los humanos, dirían algunos)».

Si unas semanas de confinamiento humano han hecho ver el cielo abierto a los recatados pandas, ¿qué no puede haber propiciado con otras especies cuyos machos saben leer mejor? Los osos cantábricos, por ejemplo. En 2003 dos osas cántabras de Cabárceno, Orma y Echea, fueron al zoo de Barcelona. Aquí las presentaron a un apuesto galán asturiano, Farruco, y les dieron todas las facilidades para que intimaran, con la esperanza de tener bebés de oso, una de las muchas especies con dificultades de pervivencia. Quizás el suave clima mediterráneo y los cuidados del parque favorecieran el romance. Pero no hubo modo, ni Orma ni Echea manifestaron el menor interés por el pobre Farruco.

Lástima que el empujón para la reproducción que ha supuesto nuestro confinamiento no llegara a tiempo a nuestras paisanas y nuestro vecino. Pero, quién sabe, igual a los humanos se nos ocurre aprender algo leyendo en el confinamiento. Y de este modo, además de mejorar nuestras posibilidades de apareamiento (en el caso de los machos), lleguemos a tiempo a revertir el desastre que infligimos al hábitat de todos, de los bichos y nuestro.

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