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Cómo no quiero morir cuando sea mayor

Es normal que con la edad nuestras capacidades cambien. Pero si bien ya no se dispone de la misma agilidad física, sí que la agilidad emocional y reflexiva suele mantenerse e incluso agudizarse por cuanto la experiencia que se tiene constituye unos conocimientos y habilidades difícilmente igualables.

Este cambio de capacidades, que a veces conducen a la dependencia, suele ser la base de tomar la palabra de nuestro abuelo, amigo, o padre, y hablar por él sin tener en cuenta sus opiniones o deseos. Realidad que contradice los derechos que en la Ley de Autonomía del Paciente se otorgan a las personas y que, todo sea dicho, tanto esfuerzo y siglos ha costado regular. Salto “a la torera” no sólo por parte de los cuidadores, familiares, o amigos, sino también por parte de los profesionales sanitarios al cuidado.

Es una estampa habitual, en la práctica clínica diaria, ofrecer la información sanitaria, que recordemos sólo pertenece a la persona afectada (excepto cuando se niegue a recibirla o el médico considere que con ella empeorará el proceso), a los familiares presentes. Sea cual sea el estado de la persona mayor. Mientras que la Ley que regula los derechos y deberes de los ciudadanos cuando pasan a convertirse en pacientes frente al sistema nacional de salud dice que: “Cuando el paciente, según el criterio del médico que le asiste, carezca de capacidad para entender la información a causa de su estado físico o psíquico, la información se pondrá en conocimiento de las personas vinculadas a él por razones familiares o de hecho”. Dentro de esos estados básicamente se incluyen los deterioros del nivel de conciencia (por estados comatosos, inducidos o no), o cognitivos (desorientaciones pasajeras, demencias). Pero no el hecho de tener más de 70 años.

Y como para tomar cualquier decisión es básica la información, lógicamente, son las personas que reciben esa información quienes deciden: “a mí me ha hablado el médico, yo decido qué hacer”. No suelen ser las personas mayores quienes toman decisiones ante procesos de enfermedad puesto que simple y llanamente sólo padecen. No se les informa, no se les pregunta, no se les escucha.

Y si desean tomarlas, no se les respeta. Pese a haber vivido dos guerras mundiales, con sus respectivas posguerras... y seguir vivos.

Estas situaciones se tornan especialmente (peli) agudas cuando las decisiones que puedan tomar las personas mayores conlleven directa o indirectamente a la muerte. Las reflexiones van más allá, siempre en el contexto de una muerte digna en la última etapa de la vida, cuando hablamos sobre las prácticas eutanásicas en esos momentos y sobre lo que es la dignidad en el morir y en el vivir para las personas mayores. O, por otro lado, cuando llega el momento en el que ya no se quiere vivir más porque se considera que el proyecto vital ya se ha concluído (algo que se viene en llamar “cansancio vital”).

Estas y muchas otras situaciones más, serán tratadas en la tertulia de Derecho a Morir Dignamente del mes de Abril. Será el próximo Miércoles 8 a la hora y en el lugar de siempre (19h en la Librería Taiga de Toledo -Travesía Gregorio Ramírez, 2-).

Es normal que con la edad nuestras capacidades cambien. Pero si bien ya no se dispone de la misma agilidad física, sí que la agilidad emocional y reflexiva suele mantenerse e incluso agudizarse por cuanto la experiencia que se tiene constituye unos conocimientos y habilidades difícilmente igualables.

Este cambio de capacidades, que a veces conducen a la dependencia, suele ser la base de tomar la palabra de nuestro abuelo, amigo, o padre, y hablar por él sin tener en cuenta sus opiniones o deseos. Realidad que contradice los derechos que en la Ley de Autonomía del Paciente se otorgan a las personas y que, todo sea dicho, tanto esfuerzo y siglos ha costado regular. Salto “a la torera” no sólo por parte de los cuidadores, familiares, o amigos, sino también por parte de los profesionales sanitarios al cuidado.