Primero fueron las mujeres prostitutas de Berlín, las que estaban en las calles. Y luego polacas, rusas, francesas, italianas y españolas que eran prisioneras de guerra y que se convirtieron en esclavas sexuales a cambio de salvar su vida. Mediante un sistema de selección, iniciación y sometimiento, decenas de ellas, tatuadas con un triángulo negro invertido en el pecho, fueron prostituidas por los nazis en la Segunda Guerra Mundial en el campo de concentración de Ravensbrück, a 90 kilómetros de Berlín, donde llegaron a estar encerradas hasta 400 mujeres.
Muchos de sus nombres han caído en el olvido y otros ni siquiera se conocerán nunca, pero la historiadora y escritora Fermina Cañaveras, oriunda de Torrenueva (Ciudad Real), ha tirado del hilo, del testimonio de algunas supervivientes y testigos de esos prostíbulos del proxenetismo nazi. Con ello ha publicado ‘El barracón de las mujeres’ (Espasa, 2024), una novela de no ficción que arroja algo de luz sobre el “infierno” (así lo llamaban ellas) que muchas vivieron en este campo.
Bajo el hilo conductor de la historia de Isadora Ramírez, una de las supervivientes, ya fallecida, Cañaveras compone un diálogo entre el presente y el pasado para ampliar su anterior publicación, ‘Putas de campo’.
La escritora llegó a la figura de Isadora a través de un trabajo que realizó estudiando Historia, dentro de su especialización en conflictos del siglo XX y mujeres. “Fue por casualidad, al estudiar cómo se organizaba el Partido Comunista en la clandestinidad. Ya sabía que había prostíbulos en muchos campos de concentración, pero con ella conocí la historia del ‘gran campo de mujeres’ que llegó a ser Ravensbrück”.
A partir de ahí la historiadora recabó testimonios para conocer cómo se organizaba la trata de mujeres y la prostitución en esta localización concreta. “Era un enclave especial porque estaba concebido solo para mujeres. En 1939 (al inicio de la guerra) llegaron las primeras que recogieron de las calles de Berlín, que ya eran prostitutas. Después se incorporaron prisioneras alemanas que militaban en contra del Tercer Reich, y posteriormente mujeres polacas, francesas, italianas, rusas y españolas”.
Trata de mujeres e “iniciación”
A partir de ese momento comenzó una trata de mujeres “pura y dura” con mujeres no judías (mantener relaciones con estas últimas estaba penado con la horca). Cuenta la escritora que las propias guardianas del campo elegían a unas cuantas mujeres, “las que consideraban adecuadas para sus hombres”, las preparaban, las metían en un barracón y allí los oficiales y soldados nazis las obligaban a ejercer la prostitución.
Las tatuaban con un triángulo negro invertido para marcarlas como esclavas sexuales e incluso muchas de ellas se desplazaron de unos campos a otros, sobre todo a Auschwitz y Mauthausen. “Empezó en Ravensbrück, pero se dieron cuenta de que funcionaba, los soldados estaban contentos y ese patrón pasó a formar parte de la maquinaria nazi”.
Las guardianas encargadas de su selección no les rapaban el pelo, se lo dejaban a media melena si lo llevaban muy largo, pero sí pasaban todo el proceso de despioje y una revisión ginecológica. “Cuenta la política y activista Neus Català, quien comenzó todo este ejercicio de memoria, que en ese proceso les inyectaban un líquido en la vagina. No está documentado para qué era, pero sí sabemos que en ese campo de concentración se hicieron experimentos de esterilización forzosa con mujeres”.
Después llegaba la “iniciación”. “No conseguían salvar la vida hasta que no pasaban la iniciación. Contaba una superviviente polaca que las pasaban a un pabellón, las lavaban y perfumaban, les ponían un camisón de algodón casi transparente, las pasaban a otro espacio, donde ya eran los hombres, por lo general oficiales nazis de alto rango, quienes decidían lo que tenían que hacer, que era todo lo que ellos quisieran. Podían realizar estos actos forzosos hasta 20 veces al día. Si decidían que no lo estaban haciendo bien, automáticamente les pegaban un tiro allí mismo o las gaseaban”.
En algunos barracones, mientras algún hombre las obligaba a realizar estos actos sexuales, había una ventana por donde miraban los hombres que esperaban fuera. “Las rusas contaban que mientras las estaban violando, miraban por la ventana de manera insinuante al que les tocaba después, para que se masturbara y quitarse uno de en medio. Con el tiempo llegaron a tener sus propias técnicas para que las violaciones durasen menos”, relata la escritora.
En 1941 llegaron hombres prisioneros al campo de concentración y también a ellos se les ofreció la posibilidad de acceder a los prostíbulos. “La mayoría no lo hicieron y eso les honra”, resalta Fermina Cañaveras, recordando además que este asunto fue abordado en la controvertida película ‘El portero de noche’, de Liliana Cavani (1974).
Después de tirar del hilo, también descubre la historiadora que en 1944 dejaron de tatuar a ciertas mujeres. Eran las más jóvenes, la mayoría niñas. Las separaban del resto y en unos barracones anexos que estaban muy cerca de Ravensbrück empezaron a utilizarlas para “curar” a los homosexuales arios.
“Casas de perras”
Otras mujeres también fueron destinadas a lo que los nazis llamaban “casas de perras”: prostíbulos “de lujo” ubicados al lado de donde vivían los altos mandos. “Iban bien vestidas, tenían algunos pequeños privilegios, a cambio de tenerlas a su disposición para todo. Algunas han contado que había orgías cada semana, que se fueron dilatando conforme se acercaba el final de la guerra y muchos de ellos comenzaron a desertar”.
El final de la guerra lo marcó todo. Por ejemplo, señala Cañaveras que buscar mujeres españolas es casi una misión imposible porque la mayoría procedían de la resistencia francesa y cambiaron sus nombres. Por ello, aparte de Isadora, la mayoría de testimonios han procedido de mujeres polacas y rusas. Calcula que en total fueron prostituidas unas 26 mujeres, pero “es muy probable que fueran más”.
“Habrá muchos nombres que nunca se recuperarán porque la peculiaridad de este campo de concentración es que si no pasaban ciertos controles, las gaseaban automáticamente. Están borradas de la historia”.
Pero entre los casos conocidos está el de Elisa Garrido. Era de un pequeño pueblo de Zaragoza, estuvo allí, consiguió sobrevivir y no regresó a su pueblo hasta la década de los 70. “Nunca contó en su pueblo que había pasado por un campo. Era de las que dio detalles de prostitución forzada y violaciones, y contaba que, al margen de los barracones, había hombres que directamente llegaban y las violaban donde fuera. Eso pasaba en todos los campos de concentración, pero la peculiaridad de Ravensbrück fue la trata de mujeres. Hay que ponerles a los nazis también el nombre de proxenetas”.
Otro testimonio muy valioso es el de la austriaca Selma Van de Perre, quien actualmente reside en Londres y tiene 104 años. Llegó a este campo de concentración con su madre y su hermana, a quienes mataron. Se quedó sola y logró salvar la vida gracias a las “redes de cuidado y sororidad” que crearon entre las mujeres presas.
Allí estuvo también como prisionera una sobrina de Charles de Gaulle, además de Catherine Dior, la hermana de Christian Dior, a la que apresaron en 1944. Consiguió salvar la vida y el famoso perfume Miss Dior lo creó su hermano “en homenaje a todas las mujeres que estuvieron allí”.
Casi las borran de la historia para siempre
Ravensbrück fue de los últimos campos de concentración liberados al final de la guerra. Fue el 30 de abril de 1945. Eso hizo que a los nazis le diera tiempo a destruir en los hornos crematorios las chapas e identificaciones de muchas mujeres. “Casi las borran de la historia para siempre”.
“Además, al haberlo liberado el ejército soviético, pasó a ser un símbolo comunista y no se profundizó en su historia, en el sitio de aniquilamiento y trata de mujeres en que se convirtió”. “Ese el trauma que han tenido las que han podido contarlo. Muchas dijeron ser las olvidadas del Holocausto”.
Hubo algunos juicios posteriores en los que se habló de las guardianas y de la prostitución en los campos, pero “se intentaron suavizar”. Hasta 1978 no se desclasificó la poca documentación que quedaba de Ravensbrück porque “era muy incómoda”. “Estas barbaridades en el campo que ellas llamaban ‘el infierno’ siguen muy oscuras en la memoria y el tiempo no corre a nuestro favor”, concluye.