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Kamila, superviviente de la explotación sexual infantil: “Lo que me hicieron pasa a todas horas en todo el mundo”

Kamila Ferreira

Alicia Avilés Pozo

Toledo —

3

Es demoledor hablar de tu vida cuando consideras que lo que se llama vivir empezó ya pasados los 40 años de edad. Y que todo lo anterior fue “mierda”. Igual de devastador que contar delante de la gente tu testimonio: te preguntas cómo enfrentas, con qué palabras se resume una vida llena de abusos, incesto, trata, violaciones y agresiones desde los tres años de edad. Desde los tres años de edad. Hay que repetirlo para que entre en la cabeza, para que de alguna forma sea posible asimilarlo. Incluso aunque lo hayas vivido, como es el caso de Kamila Ferreira, activista y superviviente de la explotación sexual infantil.

Afirma Kamila que necesitaría una vida entera para contar lo que le pasó y que ni aun así sería suficiente. Pero lo hace. Lo resume como puede, como herramienta “empoderadora” ante el público asistente a unas jornadas sobre prostitución y trata organizadas por Médicos del Mundo y la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) en la ciudad de Toledo. Y conversando después durante varios minutos con este periódico.

Tiene 48 años, vive en Tenerife y durante 30 años y ocho meses estuvo en el sistema prostitucional y fue vendida de un país a otro. Nació en una de las favelas más violentas de Río de Janeiro, en Brasil, y se crio en una familia desestructurada, mimetizada con la violencia de su entorno, donde su presencia era “prácticamente invisible”. Comienza su relato mostrando una foto de su infancia, pero no para reconciliarse con su pasado sino para demostrarse a sí misma que una vez fue una niña.

Con tan solo tres años fue víctima de abusos sexuales continuados por parte de su hermano mayor, de 17 años por entonces. Lo recuerda todo, sobre todo el hecho de que se escondía debajo de la cama de sus abuelos para que no la encontrara. Y hasta el punto de que, incluso viviendo en uno de los barrios más violentos del mundo, llegó a sentirse “más segura en la calle que dentro de mi casa”. 

“Me desmayaba constantemente por los abusos, maltratos familiares y múltiples violaciones. Y mi familia fue cómplice de todo lo que me pasó. Nunca nadie me protegió”, cuenta Kamila, quien en varias ocasiones habla de su “familia proxeneta”, a quien reprocha su “horrible” vida y culpa una y otra vez.

Tras años de “infancia y miedo”, cuando ella tenía 14 años, su madre enfermó debido a la muerte de un hermano menor. “Pasamos de la pobreza a la miseria, y toda la favela lo sabía”. En su casa se presentaron dos hombres que ofrecieron a su familia llevarse a Kamila para trabajar en una vivienda como limpiadora a cambio de unos ingresos mensuales que iban directamente para sus padres y abuelos.

“Fue un engaño”. La llevaron una casa “del Brasil colonial” para obligarla a ejercer como prostituta, como “acompañante” de grandes ejecutivos. Allí la transformaron en una “muñeca erótica” mediante maquillaje, manicura, peluquería y ropa llamativa, “todo lo que les gusta a los pederastas”. Su primer cliente fue un médico de entre 55 y 60 años. “Después llegarían muchos más con diferentes perversiones y humillaciones. No fue agradable pero prefería sufrir esos abusos por parte de desconocidos que los de mi hermano”. Aun así, la situación fue tan “terrorífica” y la “culpa tan insoportable” que durante varios años inventó -en su mente- que todo eso se lo hacía un vecino imaginario.

Después fue vendida, víctima de trata. Pasó por varios países, entre ellos Tailandia, hasta llegar a España. En ese punto “la violencia sexual, física, psicológica y otros muchos tipos de violencia estaban ya normalizados en mi vida”.

Solo necesitaba una oportunidad y llegó, Desde entonces solo espero no volver nunca más a esa mierda

Hace cuatro años se encontraba ejerciendo la prostitución en una calle de Tenerife con otras compañeras. Ese día no podía parar de llorar. Debía pagar 300 euros a su proxeneta y como era verano y hacía calor, solo había conseguido 20 euros. “Lloraba de miedo por no tener el dinero necesario cuando una mujer se me acercó, venció su propio miedo, me preguntó qué me pasaba, pagó el dinero a mi proxeneta y me invitó a tomar un café”.

Estuvieron dos horas charlando, le preguntó si conocía algún oficio y se la llevó como limpiadora a su casa. “Solo necesitaba una oportunidad y llegó ese día. Esa mujer me la dio. Desde entonces solo espero no volver nunca más a esa mierda”, destaca rotunda.

También ha luchado siempre para que su hija, de 19 años y estudiante de Derecho “ni siquiera roce” ese mundo. La mantuvo alejada todo lo que pudo. En una ocasión, un proxeneta vio a su hija cuando tenía 12 años y le ofreció 350.000 euros por ella. “Le escupí en la cara y él me dio un puñetazo”, cuenta muy afectada, denunciando además el sistema de “castas racistas que existe dentro del sistema prostitucional”, ya que esa cantidad la ofreció porque su hija es blanca y con ojos claros.

Pese a lo duro del testimonio, Kamila afronta también el relato de las secuelas y consecuencias de su vida hasta hace cuatro años. “Desconfío de todos, tengo cambios de humor, si alguien me hace daño lo considero normal, no espero nada bueno de nadie. Tengo de manera permanente un nudo en la garganta y una pelota de fuego en el estómago. No duermo más de dos horas cada día y estoy en tratamiento psiquiátrico. Soy como un vaso roto, que se puede arreglar pero que nunca volverá a ser igual. Perdí algo dentro de mi alma y de mi corazón que nunca voy a recuperar”.

“Violadores de prepago”

Eso en el terreno psíquico. Aparte, tiene cicatrices de quemaduras, de un balazo en la pierna y de cuchilladas, “marcas de la violencia” en todo su cuerpo. “Hasta hace muy poco me sentía culpable de lo que me había pasado, absolutamente de todo. Me tuve que empoderar, valorarme”.

Esta activista feminista, también escritora (ha publicado ‘Las cloacas la prostitución’) prefiere hablar de “violadores prepago” que de “puteros” y defiende férreamente el abolicionismo de la prostitución, que “no se va a conseguir con la teoría sino con verdades y con historias de todas las supervivientes”. “Lo que me hicieron pasa a todas horas en todo el mundo. España no está preparada para escuchar toda la verdad. Si yo hablara de todo y de todos, el país temblaría, pero he de ser prudente”, concluye.  

En esas mismas jornadas de Médicos del Mundo ha participado Sarah Berlori, también activista feminista y superviviente de la explotación sexual. Residente en Euskadi y con 51 años, a ella sí le gusta hablar de “puteros” y vincula la prostitución con la pornografía y el sistema patriarcal.

Sarah fue durante diez años prostituta “de lujo”. Ella misma lo entrecomilla cuando lo menciona porque asegura que está “mitificada” debido al “discurso de los lobbies de proxenetas”. En su caso, fue la necesidad económica la que provocó que entrara en el sistema y acabó también “normalizando la violencia sexual y de todo tipo”, aunque aclara: “Eso no significa que no nos duela sino que crees que es culpa tuya. Después, con las gafas violetas y la conciencia feminista, supe que era una barbaridad”.

Arrastra también profundas secuelas psicológicas y físicas ya que casi todas las relaciones que ha tenido han sido de abuso “cuando no sentía ni deseo”. “Cuando tu vida transcurre así, acabamos por pensar que nuestro lugar es ese, mediante engaños y mediante los discursos del proxenetismo de lujo”.

Es lo que se denomina “trata no coercitiva” (aunque también ha visto menores y víctimas de trata “a la fuerza”). En su caso no hubo amenazas ni chantajes, entró en un “piso-burdel”, usados para la privacidad de los “puteros VIP”, donde tenía que estar disponible las 24 horas del día los siete días de la semana. “Y entrar ahí es fácil, pero salir, no”.

“Ninguna mujer está preparada para lo que viene después. Nadie te habla del asco, de la violencia y del estrés postraumático. Son relaciones repugnantes, dolorosas y violentas, y ahí es donde no existe la libertad sexual, porque el consentimiento se puede comprar pero el deseo, no”.

Para la activista, el problema es que se ha “romantizado la prostitución de lujo” y “hay mucho mito”, hasta el punto de haber escuchado a veces reproches del tipo “estamos ahí porque queremos y nos gusta”. “Eso es un discurso violento, humillante y revictimizante. Porque cuando estás ahí, te piden lo que ven en el porno, que no deja de ser prostitución grabada, con prácticas violentas y degradantes”.

También hay proxenetas, puteros, que saben que no tienes recursos y además realizan un abuso de poder

“Es una espiral de ruina generalizada de la que sales destrozada, igual de pobre, con el mismo abandono institucional y con la sexualidad anulada”, relata.

Actualmente busca trabajo en el sector de la limpieza, y en varios anuncios online le han contestado hombres ofreciéndole dinero a cambio de sexo. “Esos también son proxenetas, puteros, que saben que no tienes recursos y además realizan un abuso de poder”, denuncia.

Por último, Sarah arremete contra plataformas online como OnlyFans, que permite a sus “creadores y creadoras” recibir fondos directamente de sus fanes con una suscripción mensual. “Ahí los proxenetas pueden hacer lo que les dé la gana aprovechando la privacidad y mediante la explotación sexual ajena. Esa forma de consumo del cuerpo femenino es un híbrido, una reinvención, del porno y de la prostitución”.

Tanto Sarah Berlori como Kamila Ferreira han estado acompañadas en las jornadas por dos profesoras y psicólogas especializadas en el ámbito de la explotación sexual. Beatriz Benavente, de la Universitat de les Illes Balears (UIB) ha detallado los factores de riesgo, las medidas y medios de captación para la explotación sexual infantil y adolescente. Por su parte, Giulia Testa, doctora en Psicología de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) ha detallado diferentes metodologías y estudios para detectar el uso problemático de la pornografía.

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