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El regreso masivo de turistas a Barcelona pone en alerta a los vecinos: “No aprendimos nada de la pandemia”

Pol Pareja

14 de mayo de 2022 22:33 h

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Los hijos de Sergi Bernal ya no quieren ir a jugar a la plaza. Ya no les pertenece ni a ellos ni al resto de vecinos del barrio Gótico de Barcelona, que durante la pandemia recuperaron las calles de la ciudad, se conocieron entre ellos y se dieron cuenta de hasta qué punto el turismo les había arrebatado el espacio público. “Era como si estuviéramos en el jardín prohibido”, recuerda este fotógrafo. “Estábamos rodeados de patrimonio y disfrutando de nuestro barrio, algo que no había sucedido nunca”.

El espejismo se ha difuminado rápidamente. El turismo masivo ha regresado a la capital catalana y con él las molestias para miles de ciudadanos. La diferencia es que, durante dos años, los vecinos han podido disfrutar de algunas zonas de la ciudad que ahora les han arrebatado de nuevo. El contraste está siendo doloroso, explican los habitantes del centro de Barcelona. 

“La hostia ha sido muy dura”, señala Martí Cusó, miembro de la Asociación de Vecinos del Gòtic. “Por lo que supone para la vida cotidiana y por la frustración de ver que las autoridades no solo no apuestan por un cambio de modelo sino que vuelven a promocionar la ciudad y a hacernos la vida imposible”.

Bernal documentó durante la pandemia esta recuperación del espacio público por parte de los vecinos del Gótico. Los niños jugaban al fútbol en las plazas y al escondite entre las callejuelas del casco antiguo. Las familias celebraron la verbena de San Juan y calçotades en las plazas.

Hace unas pocas semanas este fotógrafo regresó a los mismos lugares para documentar hasta qué punto han vuelto a cambiar. Donde antes había niños jugando y vecinos charlando ahora hay guías turísticos, aglomeraciones y turistas sudorosos con cámaras de fotos. Vuelven los grandes cruceros, vuelven las despedidas de soltero, vuelven los gritos de madrugada que no dejan dormir a los vecinos.

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“El espacio público vuelve a ser de nuevo un parque temático”, analiza Bernal. “Los vecinos ya vuelven a evitar ciertas calles y plazas… La sensación es que no se ha aprendido nada de la pandemia”, añade, en referencia a la falta de actuaciones de las autoridades para intentar mitigar esta presión sobre los ciudadanos. 

La Semana Santa fue el primer aviso de lo que viene: los hospedajes estuvieron al 85% de su capacidad y desde el Gremio de Hoteleros admiten que las expectativas se superaron. Las previsiones para el verano del último informe del Observatorio del Turismo auguran superar el 75% de los visitantes de 2019, cuando vinieron a la ciudad casi 12 millones de turistas.

“Hay que ser muy cautos porque tenemos un contexto que puede determinar la evolución hacia una dirección u otra”, señalan desde el consorcio publico-privado Turisme de Barcelona, refiriéndose a factores como la guerra de Ucrania o la inflación. “La reactivación es cierta, pero no estamos aún abiertos al 100% de los mercados”.

En la retina quedan los dos años de pandemia en los que se recuperaron espacios donde los barceloneses ya no se acercaban. Sucedió sobre todo en el centro de la ciudad, pero también en otras zonas como el Park Güell o la Sagrada Família, recintos a los que acudieron vecinos que hacía lustros que no lo pisaban. 

“Ya no creo que vuelva a entrar”, explicaba el miércoles Rosa Marqués, vecina del barrio de la Salut frente al Park Güell. “Estos dos años he vuelto a ir casi cada semana con mi hermana, pero vuelve a ser un lugar insoportable”.

Incluso la Rambla atrajo a barceloneses para consumir en sus terrazas durante meses. El pasado jueves ya no había ni rastro de población local en este paseo, convertido de nuevo en un carrusel de sangría, paellas de dudosa calidad y grandes jarras de cerveza. “Lamentablemente no ha habido ningún cambio”, señala Fermín Villar, presidente de la asociación Amics de la Rambla. “De todo lo que propusimos para cambiar el modelo del paseo apenas se ha hecho nada”.

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Decepción con las autoridades

Jordi Rabassa (Barcelona en Comú), concejal del distrito de Ciutat Vella, admite y comparte la decepción entre los vecinos por el regreso del turismo masivo a la ciudad. “Todos en general no hemos hecho los deberes para un cambio de modelo económico profundo y real”, reconoce.

Rabassa reivindica algunas actuaciones que ha puesto en marcha el Ayuntamiento durante este periodo, como por ejemplo la instalación de bancos y mesas en diversas plazas del centro en las que hasta hace poco solo había mesas de bares. Pero es consciente de que no es suficiente. “Debemos trabajar para que lo de los dos últimos años no haya sido un espejismo”, analiza.

“El Estado y las demás administraciones no han querido modificar el modelo económico basado en el sector terciario y nuestras competencias en este ámbito son mínimas”, prosigue el concejal. “Yo me siento solo y nadando a contracorriente con el discurso de la economía de proximidad”.

En el propio Ayuntamiento de Barcelona tampoco hay unanimidad sobre qué hacer ante este regreso del turismo desbocado. Mientras un sector de los comuns apuesta abiertamente por una reducción del número de visitantes, el PSC y las áreas que controla (que incluyen la concejalía de Turismo) insisten en atraer “turismo de calidad” y en seguir promocionando la ciudad. Algunos vecinos consultados lamentan que la alcaldesa, Ada Colau, no se haya posicionado con firmeza a favor de reducir los visitantes en un momento en que las molestias vuelven a ser generalizadas.

“El Ayuntamiento es un monstruo de dos cabezas”, lamenta Cusó, con varios años de activismo en el centro de Barcelona a sus espaldas. “Hay un sector que aboga por un cambio de modelo y otro que defiende volver a la situación previa a la pandemia con la excusa de la recuperación económica”. Como ejemplo, menciona la nueva normativa que permite a los grandes establecimientos del centro de la ciudad abrir todos los domingos hasta el 15 de septiembre. “¿A quién va dirigida esta medida?”, se pregunta este miembro de la Associació de Veïns del Gòtic.

También Villar, de Amics de la Rambla, lamenta que no se haya logrado cambiar el modelo de una calle que vuelve a estar enfocada únicamente a turistas. “No se puede arreglar Barcelona sin arreglar la Rambla”, asegura. Villar destaca que durante estos dos años se ha logrado que vecinos de la ciudad se acercaran al paseo, pero cree que con la dinámica actual volverán a alejarse en poco tiempo. 

“La mayoría de locales de la Rambla tiene una oferta que expulsa automáticamente a los vecinos de la ciudad”, apunta Rabassa, que reivindica las múltiples actividades que se han organizado en el lugar enfocadas a los barceloneses. “Pero sin la voluntad del sector privado poco podemos hacer”, añade. “No le podemos decir a un local a qué precio debe poner la cerveza o la calidad que deben tener sus patatas bravas”.

Son varias las asociaciones vecinales que preparan acciones para visibilizar un problema que ya ha regresado a la agenda de la ciudad. Algunas entidades creen que lo ocurrido durante la pandemia, con cientos de locales cerrados, fue un aviso de lo que podría suceder con la crisis climática si la ciudad no logra encontrar otro modelo de supervivencia.

“No es solo un problema de Ciutat Vella”, señala Cusó. “Hay que encontrar una salida urgente a este modelo o cuando reaccionemos será demasiado tarde”.