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El chiste sobre la fábrica del futuro o cómo sobrevivir en tiempos turbulentos

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman.

Neus Tomàs

5 de agosto de 2021 21:31 h

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Sus fans aseguran que quien se introduce en los escritos de Zygmunt Bauman ya no vuelve a mirar el mundo o a sí mismo de la misma forma. Puede sonar a exageración aunque, se discrepe o no de sus planteamientos, lo que nadie discute es que ha sido uno de los sociólogos europeos más influyentes. Bauman falleció en enero de 2017 en su casa de Leeds (Inglaterra). Pocos años antes, en febrero de 2014 y abril de 2016, mantuvo una serie de conversaciones con el periodista Peter Haffner que ahora han quedado recogidas en el libro 'Vivir en tiempos turbulentos', publicado por la editorial Tusquets.

El título no puede ser más pertinente y sus reflexiones, que van más allá del concepto de modernidad líquida que le convirtió en un icono y no solo en su disciplina académica, permiten acercarse al joven comunista que se entusiasmaba con la física y la cosmología y que murió a los 91 años sin renunciar a “las ideas socialistas”, entre ellas la de juzgar a una sociedad por su capacidad de permitir una vida decente a sus miembros más débiles. Nunca perdió el interés por la astronomía pero ver las calles bombardeadas de su Polonia natal, la huida familiar para escapar del nazismo y la sensación de nómada que le acompañó desde ese momento le llevaron a convertirse en alguien cuyo propósito era el de mejorar el mundo. “Y ahora que estoy con un pie en la tumba, veo que el mundo no es mejor. Eso significa que todo el trabajo de mi vida no ha llevado a nada”, se lamenta en uno de los diálogos con el periodista suizo.

Que el mundo no sea un sitio mejor no significa que su trabajo no sirviese para nada, puesto que sus ensayos se han convertido en una referencia y a través de los libros consiguió uno de sus propósitos: advertirnos de los peligros. Entre esos peligros (que no hay que confundir con los riesgos), uno de los que más le ocupó fue la incertidumbre que provoca el progreso, una palabra que en otro tiempo sonó alegre y que Bauman consideraba preocupante. Lo resumía con el chiste sobre la fábrica del futuro: “En la fábrica del futuro solo habrá dos seres vivos: un hombre y un perro. La función del hombre es alimentar al perro; la del perro, garantizar que el hombre no toca nada”. El sociólogo ahonda más en los retos y peligros del progreso en 'Retrotopía' (Paidós), su obra póstuma y cuyo título responde al neologismo construido a partir de una palabra entonces de moda, 'retro', y 'utopía'. Decía Bauman que ante un futuro tan incontrolable, la utopía no despierta el atractivo que se le presupone a un ideal de este tipo.

Escribió y mucho porque para él un día sin escribir era un día perdido. Reflexiones crudas sobre los políticos como la aseveración de que quien busca la verdad no se mete en política. Su resumen es que en la política no se busca la verdad, sino el poder. No hay otra política, concluía. O sobre el papel de los intelectuales, cuya función debe ser, según él, la de servir al pueblo. Añadía que su tarea es observar lo que sucede en la sociedad y discrepaba del concepto de “intelectual especializado” de Michel Foucault porque en ese caso será una persona culta y que sabe mucho sobre algún ámbito pero no es un intelectual. O al menos no a ojos de Bauman.

Más próximo al pesimismo a corto plazo que permitía a Gramsci ser un optimista a largo plazo, logró ser “un hombre con esperanza” a pesar de todas sus experiencias. Esperanzado y con la perpetua inseguridad que implica ser “una persona moral”. La moral, argumentaba, no es una receta para ser feliz. Bauman hizo suya la respuesta de Goethe cuando a su misma edad le preguntaron si tenía una vida feliz y respondió que sí, que la había tenido, pero que no podía recordar ni una sola semana de felicidad.

 “Cuando me muera, que será pronto, porque soy un hombre muy mayor, moriré insatisfecho e infeliz. Porque hay una cuestión con la que he lidiado para conseguir una respuesta convincente y no la he conseguido. Y sé que ya no hallaré la respuesta. No tengo tiempo. La pregunta es muy sencilla: ¿cómo renovamos el mundo?”. Esa era la mayor preocupación de Bauman al final de sus días: cómo transformar las palabras en actos. Esa pregunta es también una de las herencias que ha dejado a sus discípulos.

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