Ferran Casas y Joan Rusiñol: “Aznar ha pedido un nuevo 'a por ellos' y todos los poderes se han activado”
Manifestaciones de togados, ruido entre colectivos de policías, concentraciones convocadas por la extrema derecha ante las sedes del PSOE y hasta la Conferencia Episcopal abierta en canal por la amnistía. ¿Qué está pasando? Ferran Casas y Joan Rusiñol parecen haberse anticipado a esta pregunta cuando escribieron 'Espanya no es toca' (Editorial La Campana), un libro que es todo un catálogo sobre cómo reacciona el Estado, o sus diferentes círculos de poder, cuando perciben un peligro.
A Casas y Rusiñol les une ser periodistas, ser catalanes y haber coincidido durante varios años trabajando en Madrid. Ahora están establecidos en Barcelona, uno como subdirector de 'Nació' y el otro como número dos de los informativos de Catalunya Ràdio, pero siguen pudiendo hacer de guías por los rincones del Estado que no suelen enseñarse. “Cuando la corona y la unidad de España se sienten amenazadas, se apagan las luces y todo puede pasar”, resume Casas.
Su libro trata sobre cómo reacciona el Estado cuando se siente amenazado. ¿Pensaban que el Poder Judicial reaccionaría a la amnistía como lo ha hecho? ¿La respuesta que estamos viendo entra en su manual?
Ferran Casas: Sí, porque la amnistía seguramente no quita las paredes maestras del régimen del 78, pero sí es percibida como una cierta humillación. Se ha creado un marco que justifica una respuesta represiva y que no penaliza los excesos, y ahora que de golpe el PSOE, que había acompañado siempre a Rajoy en la respuesta al procés, dé este volantazo, hace que la reacción sea previsible.
Joan Rusiñol: Yo también creo que hay un punto de sobreactuación. Son como unas manifestaciones preventivas porque lo que da miedo aquí es la ruptura. Explicamos en el libro que hay un momento en el que España debe elegir entre dos R, la reputación o la ruptura. Y elige la reputación, es decir, acepta un coste reputacional para salvaguardar sus estructuras. Ahora vuelve el fantasma de la ruptura y lo que asusta a ciertas élites es la posibilidad de que tras la amnistía haya alguna medida sobre la autodeterminación o la plurinacionalidad.
¿Tienen la sensación de que la judicatura está quemando los barcos, en el sentido de que ha aceptado pagar un precio en su reputación en el intento de parar como sea la amnistía?
FC: Yo no tengo la información necesaria, pero es evidente que la concatenación de hechos… un martes se anuncia un acuerdo del PSOE y ERC por la amnistía, en el que se incluye de forma explícita al Tsunami y los CDR, y el siguiente día hábil la Guardia Civil envía el informe del Tsunami, situando a Marta Rovira como cabecilla, García Castellón hace una instrucción para enviar a juicio por terrorismo a los CDR y, cuando se está a punto de cerrar un acuerdo entre el PSOE y Junts, el juez mágicamente hace aparecer por allá a Puigdemont. Demasiadas casualidades como para pensar que no están haciendo política.
JR: En 2017 hay un “a por ellos”, que es el discurso del 3 de octubre del rey. Allá los poderes del Estado, y de forma clara la justicia, asumen un papel de portero del régimen del 78, porque entienden que el PSOE y el PP han flaqueado. Y tengo la sensación de que ahora hay otro “a por ellos”, que es Aznar diciendo aquello de “quien pueda contribuir que contribuya”.
¿Aznar está haciendo ahora el papel del rey del año 2017?
JR: No exactamente, porque Aznar no tiene la misma legitimidad. El rey habla a todos los españoles y Aznar no. Pero sí creo que en cierta forma Aznar ha pedido un nuevo “a por ellos” y todos los poderes se activan.
La sensación es que ahora la derecha quiere parar la amnistía en la calle. ¿Quizás porque se siente huérfana de instituciones?
FC: Es evidente. El 3 de octubre del 2017 la derecha tenía mucho poder institucional, porque tenía el Gobierno del Estado y un PSOE a su lado en las medidas que tomase. Ahora el contexto es muy diferente.
JR: La derecha ha quedado huérfana de una parte del poder institucional, pero ojo, aún mueve resortes importantísimos, como el Consejo General del Poder Judicial, el Senado, muchas autonomías. Pero creo que sobre todo hay un giro en el discurso de la derecha de cinco años a ahora: se ha contagiado de tonos trumpistas. En el libro hablamos con Esperanza Aguirre, que nos dice que el Gobierno se apoya en “los enemigos de España”. Que son Bildu, el independentismo catalán y los comunistas.
Faltan los masones para hacer la santísima trinidad franquista.
JR: Es interesante porque habla de “los enemigos de España”. Y yo cuando veo estas imágenes no puedo dejar de pensar en el asalto al Congreso de EEUU y copian una idea que viene a decir que si ellos creen que el Gobierno está teniendo comportamientos ilegítimos, todo vale. Esto hubiera sido muy raro en el PP de hace unos años, cuando era un partido más diverso o con más acentos. Ahora hay un “o nosotros o los enemigos de España”.
Los jueces se han arrogado el papel de defensores del sistema que antes hacía el Ejército o la Iglesia
Una parte del poder judicial se ha convertido en la vanguardia de la respuesta a las amenazas del Estado. ¿Siempre ha sido así o es un papel que se han arrogado recientemente?
FC: No, entre otras cosas porque hasta el año 81 eran los militares, o podía ser la Iglesia, quien hacia este papel de defensor del sistema. Y ahora son los jueces los que se han arrogado ese papel que antes podía cumplir el Ejército o la Iglesia. La sociedad española se ha secularizado mucho, pero también ahora entre los obispos hay debate sobre la amnistía. Y vemos como la incidencia de la Iglesia hace 20 años cuando hablaba de ETA o del Estatut era mayor que la actual. El tema de los militares va a menos desde el 23-F, cuando hay un limpieza de la cúpula militar y una entrada de España a la OTAN. ¿Qué queda? Pues los jueces, que además son un poder que no hizo la transición, porque no dejó de ser juez ni uno.
Se fijan en tres amenazas al Estado, como fueron el procés, Podemos y la crisis de la Monarquía, pero a la vista de los resultados cabría preguntarse si realmente fueron tan amenazas…
FC: Me pregunto si pesaba más la amenaza, que eran el independentismo, el 15M, Podemos y el republicanismo, o si pesaba más la debilidad del castillo. Porque el PP estaba en el Gobierno con problemas brutales de corrupción, el PSOE estaba pasando un momento muy delicado de Transición, salíamos de una crisis que había deslegitimado mucho a diversos actores del 78, como CCOO y UGT, algunos medios de comunicación, bancos… Por tanto, no se si era tanto pensar que había unos nuevos actores que podían tumbar el régimen como que los guardianes de ese régimen estaban muy machacados.
JR: Los cimientos del castillo eran más fuertes no solo de lo que pensábamos nosotros, sino también de lo que pensaban ellos mismos. Javier Ayuso, al que también entrevistamos, que fue una persona importante en 'El País', trabajó en el BBVA y fue jefe de comunicación de la Casa Real en aquel momento, dice que en ningún momento tuvo miedo de la independencia de Catalunya, pero sí que había cierto temor a que alguna chispa prendiera en otro territorio o que incendiase otros debates, que Podemos también podía catalizar.
Es curioso que, pese a que el independentismo y Podemos son dos movimientos con grandes similitudes, nunca se acaban de llevar bien ni de reconocerse el uno al otro.
JR: Todo el mundo improvisaba un poco y se miraba de reojo. En el fondo eran dos respuestas a una crisis de legitimidad de la democracia. Pero es cierto que no ha habido nunca una actividad coordinada. Y creo que en el campo de Podemos, o ahora en Sumar, hay un cierto repliegue porque ha visto que eso del independentismo electoralmente no les ayuda.
FC: Además son dos movimientos víctimas de lo mismo, porque el Estado les ha dado una respuesta muy similar. Una de nuestras teorías es que el Estado responde siempre haciendo relevos. Por ejemplo, en el momento en que el bipartidismo no está en forma para responder, aparecen nuevos poderes: sale el judicial, la cloaca del Estado, los poderes económicos, que toman el control… Y actuaron de forma simultánea contra el independentismo y contra Podemos.
Es cierto que el tipo de respuesta recibida ha sido similar en la forma, pero el independentismo ha tenido destituciones, condenas e incluso prisión. ¿Era porque era más peligroso o porque era más fácil de atacar, en la medida que no tenía aliados fuera de Catalunya?
FC: Sencillamente es que el independentismo llegó más lejos. Podemos, cuando le pasó todo esto de las cloacas, aún no estaba en el Gobierno. Ada Colau, Joan Ribó o Manuela Carmena gobernaron, hicieron zonas de bajas emisiones, mejoraron los servicios sociales, pero no pudieron impulsar un cambio de régimen desde los Ayuntamientos. En cambio, el independentismo controlaba en Catalunya las principales instituciones y estaba poniendo en práctica su desborde.
JR: También pasa que, mientras la respuesta al independentismo es prácticamente unitaria, en el caso de Podemos una parte de la izquierda se da cuenta de que es más fácil asimilarlos que destruirlos. Y aquí por tanto la estrategia del PSOE es diferente a la del PP. Nadie se plantea, por así decirlo, un “155 contra Podemos”. De hecho la táctica más frecuente son las cloacas…
JR: Sí, es un momento en el que se acaba la historia de ETA y en el que todo el mundo policial que hasta entonces había estado muy focalizado en Euskadi, busca nuevos objetivos.
En la Transición existe un intento muy claro de cooptación o seducción hacía el mundo del PCE y también del catalanismo. ¿Por qué ahora no ha pasado esto?
JR: Hay una paradoja interesante. El hecho de que el PP se oponga con todas sus fuerzas a la amnistía, pero que de aquí a unos años sirva para que el PP intente buscar alianzas con el nacionalismo catalán, como hace con el vasco. Pero para esto necesita que se normalicen los actores políticos que hasta ahora han estado fuera.
FC: La diferencia con el momento de la Transición es que entonces había una oferta que tenía recorrido. Veníamos de 0 autogobierno y el Estado fue capaz de ofrecer, no con pocos problemas, un horizonte interesante de despliegue autonómico. Eso dura unos 20 o 30 años, pero al final del aznarismo se ve que eso se ha agotado. Y ahora los partidos españoles saben que no tienen una oferta resolutiva o seductora, entre otras cosas porque supondría reformar la Constitución.
JR: De aquí las iras de Guerra y Felipe González, porque entienden que cualquier avance a partir de ahora supone reabrir el cajón de la Transición. Desde su punto de vista la amnistía supone una enmienda a lo que ellos hicieron a medias.
Felipe González es un personaje que aparece con frecuencia en el libro y llama la atención que tenga tanta presencia mediática casi tres décadas desde que acabara su presidencia.
FC: Hay una cultura muy asentada de que la Transición fue fantástica, y todos sus protagonistas están en una vitrina y se les escucha mucho. También hay un ecosistema mediático controlado por la derecha en Madrid y muy encerrado dentro de la M-3O al que le interesa mucho lo que diga Emiliano García Page, Felipe González o Alfonso Guerra y les sobredimensionan. A Alfonso Guerra, pese a tener la pátina de alma izquierdista del PSOE, nunca le he oído ninguna crítica a gobiernos socialistas por la vivienda, las pensiones, las reformas laborales… su preocupación siempre es la unidad de España. Y en el caso de Felipe González, este discurso le da eco, repercusión y le ha permitido hacer negocios los últimos 30 años.
En su libro derriban el mito independentista del “Estado fascista” pese a que detallan la continuidad del franquismo en ciertas estructuras. ¿Cuál es el retrato más honesto?
JR: España es una democracia imperfecta. En el caso español no hubo ruptura en la Transición y tiene inercias autoritarias que se mantienen en el tiempo. Esto hace que la calidad democrática sea baja: las cloacas del Estado y la corrupción policial tienen cierta permisividad social si hay un bien superior, que es la unidad de España. Con el GAL ya pasó. A Villarejo lo conocemos cuando empieza a meter las narices en la élite madrileña y las familias del PP, pero cuando sacaba papeles falsos contra Podemos o los independentistas no pasaba nada.
FC: España es una democracia, pero es un Estado de Derecho intermitente. Con la corona y la unidad de España se sienten amenazados, el estado de derecho desaparece, se apagan las luces y puede pasar de todo, también porque no se cuestiona social, mediática o políticamente al poder madrileño. Se puede torturar a un director de diario, pero como era contra ETA no pasaba nada. El primer periodista en documentar la policía patriótica de Fernández Díaz fue Pedro Águeda [periodista de elDiario.es, en 2014], que creó un gran escándalo en Catalunya, pero en Madrid pasó como un tema más.
La respuesta a esto suele ser que “todas las democracias se defienden”. ¿Es excepcional la forma que tiene la democracia española de defenderse?
FC: Que Mitterrand hundiera un barco de Greenpeace, que el Reino Unido hiciera lo que hizo con el IRA… no quiere decir que el periodismo lo tenga que ver bien y legitimar. Debe explicarlo y denunciarlo. A nadie que sea mínimamente decente le gusta vivir en un estado de derecho donde las luces se apagan y los derechos dejan de existir. Y esto ha pasado y pasa en España.
JR: Cuando como en los últimos días hay centenares de personas gritando el cara el Sol, habría que preguntarse si esta forma de defender la democracia ha tenido unos costes asumibles, si ha valido la pena.
La gran suerte de Felipe VI es que Pedro Sánchez se mantiene fiel y no consulta a las bases del PSOE sobre la monarquía
El día de la jura de la princesa Leonor, ¿tuvieron la sensación de cierto desgaste de la monarquía?
JR: En 2014 el ascenso al trono de Felipe dio la oportunidad de abrir una etapa nueva, pero no lo hizo y se escoró mucho más a la derecha. No es que ya haya perdido a Catalunya después de su discurso del 3 de octubre de 2017, sino también a parte de la izquierda, que no ve a este rey como un jefe del Estado moderno. Además, los sectores más reaccionarios tampoco están contentos y le llaman “Felpudo VI”. Su gran suerte es que Pedro Sánchez se mantiene fiel y no consulta a las bases del PSOE sobre la monarquía.
Sánchez es un hombre acostumbrado a sorprender a todo el mundo. ¿Le ven abriendo el debate de la monarquía?
JR: El rey es el presidente del consejo de administración. Hay que pensar dos veces un movimiento así.
FC: La primera consecuencia del ‘España no se toca’ es que la monarquía no se toca. Dependerá de los errores que cometa la monarquía. En 2014 la corona se tambalea por Botswana, Noos, una actitud nada empática en relación a la crisis económica… Felipe VI lo ha intentado corregir estéticamente, haciendo que no se sepa qué hace en sus vacaciones y que la gente crea que solo va unos días a Marivent, ha roto lazos con su hermana y su padre. Dependerá de los autogoles y de la capacidad del PSOE para defender ante su base electoral que el partido debe seguir siendo monárquico.
Habiendo diseccionado bien cómo responde el Estado cuando alguien quiere cambiarlo, la pregunta es obligada: ¿Creen que España es reformable?
FC: España es reformable pero hace falta valentía política de la izquierda. No creo que sea necesaria la entente con la derecha porque sus intereses están vinculados al statu quo. El reformismo español, si llega, llegará por la presión de la izquierda y los nacionalistas periféricos, pero no estamos en este momento. Antes se precisa de organización, presión popular, insistencia política y pedagogía: Pedro Sánchez a lo mejor tiene que insistir más en que la amnistía se hace para convivir civilizadamente y no explicar que es el peaje a pagar por su investidura.
JR: Quim Nadal dice que solo hay una cosa más difícil que la independencia, y es la España federal. La prueba del algodón será si la amnistía es el punto de partida o de llegada, si el PSOE después puede afrontar la resolución del conflicto político con Catalunya, a lo mejor no con un referéndum pero con un mecanismo para dar voz a la ciudadanía. El PSOE está llegando más lejos que nunca, se debe estar a la expectativa.
FC: Hay un principio de realidad, tanto para el independentismo como para el PSOE. Para el independentismo implica darse cuenta de la imposibilidad de la vía unilateral. Para el PSOE, recordar que desde el año 93, en que Felipe González pierde mayoría absoluta, solo ha podido gobernar con izquierda alternativa y nacionalismo periférico. Por lo tanto tendrá que adaptarse y hacer cambios.
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