Analfabetos en la intimidad
No me voy a andar con paños calientes en este asunto: que un responsable político que ha dedicado su vida al ámbito de la cultura no sepa escribir es una vergüenza. Y cuando digo saber escribir no me refiero a tener una prosa deslumbrante ni un estilo envidiable. Me refiero, únicamente, a tener la capacidad de expresarse por escrito con la mínima corrección exigible a un alumno de secundaria.
En efecto. Cuando escribo esto estoy pensando en Mayrén Beneyto y en su atroz misiva de despedida. Quienes, desde su partido, quieren restar importancia al asunto y circunscribirlo a un ámbito privado demuestran una ignorancia con respecto a la tecnología al mismo nivel que el de la de Beneyto con la ortografía. Lamentablemente no existen las redes sociales de ámbito privado. ¿O acaso no les suenan Wikileaks y el caso Snowden?
Las redes sociales, para bien o para mal, están sometidas al escrutinio público. Incluso la información vertida y pública en un perfil privado es susceptible de generar exposición pública. Por eso la jurisprudencia considera las injurias y calumnias vertidas en la red casi al mismo nivel que las publicadas en un medio de comunicación. Es justo, por tanto, que la impericia o incluso la flagrante incapacidad de la que haga gala un cargo público a través de las mismas sea también del dominio público.
Porque no nos engañemos, la capacidad de redacción demostrada por la exconcejala de cultura es sintomática de incapacidad para gestionar ningún asunto público y, mucho menos, uno relacionado con la cultura. No exagero. A escribir se aprende leyendo. Cuanto más se lee, mejor se escribe. Y ser incapaz de expresarse por escrito de una manera mínimamente solvente es sintomático de un analfabetismo cultural preocupante.
Llámenme anticuado pero yo todavía soy de los que opinan que nadie debería salir del bachiller con faltas de ortografía y, por supuesto, estas no deberían tolerarse en la universidad. En ninguna universidad. Un abogado no debería tener faltas de ortografía. Pero un veterinario o uningeniero, tampoco. ¿Se imaginan la fiabilidad que transmitiría el proyecto de una obra pública plagado de errores?
Lamentablemente la situación dista mucho de ser así. Conozco incluso casos de estudiantes de periodismo –¡de periodismo!–que han protestado porque sus profesores les ha recriminado el no saber escribir. A mí, desde luego, dichaqueja me parece descabellada pero a fin de cuentas ¿cómo no van a sentirse legitimados ellos para protestar con semejantes ejemplos en la esfera pública?
Estoy convencido de que el caso de Mayrén Beneyto no es el único. De que nuestra política alberga muchos más de estos analfabetos funcionales que, cuando se ven privados de asistencia y asesores, muestra hasta qué punto es atrevida su ignorancia. Pensando, ilusos, que les ampara la intimidad de una red que conecta a mil trescientos millones de personas. Que se dice pronto.