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Las cosas de la ignorancia

José Manuel Rambla

Hasta hoy sabíamos que la ignorancia era atrevida. Ahora, además, hemos descubierto que la ignorancia también puede ser deliberada. En realidad era algo que ya veníamos sospechando, pero nos lo ha confirmado el juez José Castro con su auto por el que imputa a la infanta Cristina por haber trincado su parte en el caso Nóos a través de la empresa Aizóon que tenía a medias con Iñaki Urdangarín, el duque Empalmao.

El magistrado se muestra así poco dado a los sentimentalismos y no se ha dejado impresionar por el amor que la hija de ese ex rey necesitado de urgente aforamiento judicial, sentía por su esposo, un amor tan ciego como la confianza que le profesaba en todo lo que fuera engordar sus bienes gananciales con euros a costa del erario público. Y es que para Castro los malabarismos de Nóos eran tan descarados que nadie con un “nivel intelectivo medio” podría haber dejado de sospechar.

Algo de eso también le ha terminado pasando al europarlamentario de IU, Willy Meyer, que pese a su probado nivel intelectivo medio jamás llegó a sospechar que su inocente fondo de pensión se gestionaba a través de una Sicav desde Luxemburgo, uno de esos paraísos fiscales que tanto denostaba. Si Cristina estaba cegada por amor, en Meyer su entrega a la causa del proletariado velaba su mirada crítica para las menudencias de sus asuntos económicos. Su ceguera le obliga ahora a dimitir para evitar que el escándalo afecte a su organización, ya bastante desconcertada tras la irrupción de Podemos.

A diferencia del ya ex eurodiputado de izquierdas, los representantes españoles en Bruselas del PP y del PSOE no parecen tener esos remordimientos por sus vinculaciones con el capitalismo de casino. Incluida la candidata socialista Elena Valenciano que durante la campaña electoral se ufanaba de su intención de combatir a los paraísos fiscales con el mismo tesón con que Sherlock Holmes perseguía al malvado profesor Moriarty. Claro que también es justo reconocer que Valenciano condicionó esa lucha a que los socialdemócratas ganaran las elecciones, algo que obviamente no ocurrió. Así que los socialdemócratas han optado por un Plan B que pasa por votar al candidato conservador Jean-Claude Junkers y silbar mirando hacia otro lado mientras su dinero viaja a Luxemburgo.

Seguro que más de uno considerará que ese tipo de actuaciones en políticos que gozan de un nivel intelectivo medio, son un ejercicio de incoherencia, cuando no de cinismo. Pero se equivocan por malpensados. Al menos con los socialistas. Porque aunque lo parezcan, estas aparentes contradicciones no lo son. Lo explicaba recientemente Eduardo Madina, la nueva esperanza blanca tras la renuncia de Susana Díaz a obrar el milagro de rescatar al PSOE de la melancolía. El político vasco nos iluminó al dejarnos claro que no es partidario de cuestionar la monarquía porque antes que republicano, el socialista es un partido comprometido con “producir convivencia”.

Lo que no terminó de explicarnos Madina es si en su opinión quienes reclaman un referéndum sobre la monarquía están poniendo en peligro la convivencia en este país. O por el contrario, lo que piensa es que la convivencia estaría amenazada porque los monárquicos no aceptarían bajo ningún concepto una república nacida de las urnas. Así que no estaría nada mal que el aspirante a secretario general del PSOE nos aclarara exactamente qué es lo que piensa. Aunque tal vez, a lo mejor ya lo ha hecho bien claro y lo que pasa es que nosotros, pobres infelices, no alcanzamos un nivel intelectivo medio.

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