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Aranceles: la palabra más bonita del diccionario
El título de este artículo es de Donald Trump, quien calificó con estas palabras el término arancel en una reunión con los congresistas del Partido Republicano.
Me imagino que una buena parte de los lectores estarán interrogándose desde el pasado martes, 1 de abril, en que Donald Trump dio a conocer su política arancelaria de manera solemne desde la Casa Blanca, qué puede suponer su implementación. No recuerdo un momento de mayor desconcierto generalizado a escala planetaria que el que ha provocado el anuncio urbi et orbi de dicha política.
No he sido capaz de escribir nada desde esa tarde. Varias veces me he puesto delante del ordenador para enviar un artículo y no he sido capaz de hacerlo. Este pasado fin de semana decidí que tenía que salir de ese callejón en que había entrado y que el lunes tendría que enviar algo.
En lo que llevo leyendo desde ese mismo día 2 no he encontrado ninguna opinión solvente que explique qué sentido tiene esa política arancelaria y cómo puede ser llevada a la práctica. Mejor dicho, todo lo que he leído lleva a la conclusión de que es un sinsentido, indicador de que la persona que la ha puesto en circulación tiene deficiencias cognitivas muy graves. Pero es el presidente de los Estados Unidos.
Después de casi diez años de ocupar el centro de la escena política mundial pienso que deberíamos haber aprendido a tomar las palabras de Donald Trump en serio. Y dichas palabras transmiten el mensaje de que es posible sustituir, mediante aranceles, el impuesto general sobre la renta. Esta es la fantasía del presidente de los Estados Unidos. Así lo dijo expresamente en la campaña electoral. En junio de 2024 en una reunión con los líderes republicanos en el Congreso, Donald Trump, después de decir que “arancel es la palabra más bonita del diccionario”, añadió que su objetivo era una “all tariff policy” que le permitiría a los Estados Unidos abandonar el impuesto general sobre la renta.
Lo dijo de nuevo en octubre de 2024 en un mitin en el Bronx: “Cuando éramos un país inteligente, en la década de 1890… solo teníamos aranceles. No teníamos un impuesto sobre la renta”. Y después, en respuesta a una pregunta de Joe Rogan: “¿Está hablando usted en serio?”. “Sí, por supuesto, ¿por qué no?”. Y lo volvió a decir en su discurso inaugural: “En lugar de imponer impuestos a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, impondremos aranceles a los países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos”.
La propuesta es simplemente una “locura” (Timothy Noah: 'Solamente una cosa explica los aranceles de Trump: la locura', The New Republic). Mediante el sistema tributario en su totalidad, en 2023 los Estados Unidos ingresaron 2,96 billones (europeos) de dólares, mientras que importaron 3,3 billones en mercancías extranjeras. Para sustituir lo recaudado mediante impuestos a través de aranceles habría que imponer un arancel de casi el 100 por cien sobre todas las mercancías extranjeras. Sencillamente demencial.
Ante la imposibilidad de poner en práctica esta política en su totalidad, el secretario de Comercio, Howard Lutnik, avanzó la propuesta de eliminar el impuesto sobre las rentas inferiores a 150.000 dólares y sustituir su importe mediante aranceles. Con esta propuesta dejarían de pagar impuestos el 75% de los contribuyentes con una pérdida de alrededor de un billón de dólares. El agujero de un billón es menor que el de tres billones, pero continúa siendo una locura intentar recaudar ese importe mediante aranceles sobre 3,3 billones de importaciones. A efectos prácticos es casi tan demencial como la de sustituir por completo la recaudación tributaria mediante aranceles.
De ahí que Derek Thompson afirmara en The Atlantic el 3 de abril sobre la propuesta de Donald Trump del día anterior que “solo hay una manera de encontrar sentido a los aranceles”, que es considerar dicha política como algo absurdo, como una “extensión de la personalidad caótica de Trump”. No hay manera de encontrar una explicación racional de la misma.
Por eso, añade, el mejor análisis de la situación no procede de un economista o de un investigador financiero, sino del guionista William Goldman, que capturó la falta de previsión de la industria cinematográfica con uno de los aforismos más famosos de la historia de Hollywood: “Nadie sabe nada”. “No va a encontrar un resumen mejor en tres palabras de los aranceles de Trump que este”, añadía Thompson, para rematar a continuación: “Si hay algo peor que un plan económico que pretende revivir el proteccionismo de la economía de los Estados Unidos del siglo XIX, es el hecho de que la gente responsable de explicarlo e implementarlo no parecen tener ninguna idea de lo que están haciendo”.
Cabría esperar algo de claridad del secretario del Tesoro, Scott Bessent. Pero incluso él parece no entender lo que está pasando. “El revólver de los aranceles estará siempre cargado y encima de la mesa, pero sería muy raro que se disparara”, dijo el año pasado.“ Y este 2 de abril, a la pregunta de si la Administración Trump tenía algún plan para negociar con los países con los que Estados Unidos mantiene relaciones comerciales, contestó: ”Tenemos que esperar y ver“. ”¿Está la Administración dispuesta a negociar con la Unión Europea, China o India?“ ”Veremos“. ”¿Por qué no figuran Canadá y México en la lista de tarifas?“. ”No estoy seguro“. Son transcripciones literales de las palabras del Secretario del Tesoro. Nadie sabe nada.
Lo más aterrador de los aranceles de Trump no son los números, sino el mensaje subyacente. Todos estamos viviendo en el interior de la cabeza de Trump y nadie sabe nada.
Qué recorrido puede tener esta política arancelaria resulta imposible de predecir. Lo que es seguro es que el coste para todo el mundo va a ser enorme.
El título de este artículo es de Donald Trump, quien calificó con estas palabras el término arancel en una reunión con los congresistas del Partido Republicano.
Me imagino que una buena parte de los lectores estarán interrogándose desde el pasado martes, 1 de abril, en que Donald Trump dio a conocer su política arancelaria de manera solemne desde la Casa Blanca, qué puede suponer su implementación. No recuerdo un momento de mayor desconcierto generalizado a escala planetaria que el que ha provocado el anuncio urbi et orbi de dicha política.