La porra de los Goya
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Víctor Erice llevaba 30 años sin rodar un largometraje cuando se anunció que preparaba una nueva película. El título se supo pronto, Cerrar los ojos, y su presentación tuvo lugar (no podía ser de otro modo, aunque él no apareciera), en el Festival de Cannes. Allí se desveló el misterio de su regreso. La proyección en el Teatro Debussy era el evento que ningún cinéfilo (con directores como Kore-Eda o Amat Escalante incluidos) podía perderse. Cerrar los ojos comienza con un plano que muestra una casa de campo, de nombre Triste-Le-Roy, que como indica al espectador una cartela se sitúa en los alrededores de París. Estamos en el año 1947, y en aquella finca se produce el encuentro entre el señor Franch y Monsieur Levy.
Aquellos nombres sonaron rápidamente familiares en el patio de butacas. Franch y Levy. La sospecha del lugar de donde provenían se confirmó rápido cuando Levy le pide al primero que acuda a Shanghái. Sin duda, lo que Erice estaba proyectando en pantalla como presentación de su regreso al largometraje era una versión de El embrujo de Shanghai, de Juan Marsé. No es una elección casual, durante años trabajó en una versión del guion preparada para rodarse hasta que su productor, Andrés Vicente Gómez, lo canceló por supuestos problemas con el presupuesto.
Un revés para Erice, que veía, de nuevo, cómo un proyecto suyo se veía truncado. Igual que pasó con El sur, de la que los espectadores solo vimos la mitad del guion original escrito por el cineasta. Una película cuyo título parecía una paradoja, ya que aquella mutilación impidió que se viera el sur donde se encontraba su protagonista. Un sur que, posteriormente, sí aparecerá en Cerrar los ojos. Allí es donde se encuentra refugiado el personaje que interpreta Manolo Solo, un cineasta con una obra maldita e inacabada.
Con semejantes pistas estaba claro que Cerrar los ojos era una película sobre los fantasmas del pasado. Fantasmas en forma de personas, pero también en forma de proyectos que nunca se materializaron. Quizás por ello Erice le puso de nombre a la casa Triste-Le-Roy, el nombre del hotel que aparece en La muerte y la brújula, de Jorge Luis Borges, y que Erice preparó para ser adaptado en televisión a principios de los 90. Otro proyecto fantasma, otro proyecto roto.
La confirmación de ese aura fantasmal llega tras esa primera escena, y lo hace de la voz del propio Erice. En un momento dado la escena se congela y es el cineasta el que nos dice que lo que estamos viendo, realmente, es una película dentro de su nueva película. Cerrar los ojos buscará, a partir de entonces, a Julio Arenas, un actor que “desapareció en 1990, cuando trabajaba en La mirada del adiós, la película que nunca existió”. Erice, junto a Michel Gaztambide, ha escrito, para su regreso, un filme sobre un actor y un cineasta separados por una película que nunca existió. Una película que, claramente, era una versión de El embrujo de Shanghai como la que él no pudo realizar.
Aquella película se llamaba La promesa de Shanghai, y Erice, tras el golpe de la cancelación del proyecto, editó el guion, que fue publicado por Plaza y Janés. Un libro en donde el cineasta explica su pasión por la novela de Marsé, por Shanghái, y que estructura en episodios que vienen anunciados por títulos para las escenas. En ese guion, publicado en el año 2001 y ahora descatalogado, Erice dejó escrito el nombre de la película con la que regresaría más de 20 años después. En el episodio VII aparece de forma clara: Cerrar los ojos. Como si hubiera previsto su futuro, Erice escribió en su guion maldito cómo llamaría la que muchos creen que puede ser su obra de despedida.
“Víctor Erice ha hecho en 30 años dos películas, un documental y un tercio de película. Por algo será. Es un hombre complicado, que lo piensa mucho”. La frase, lapidaria, es de Andrés Vicente Gómez, el productor que iba a financiar la versión del director de El embrujo de Shanghai y que finalmente canceló el proyecto, que rodó años después con otro libreto y con Fernando Trueba a los mandos. Las declaraciones las hizo en el periódico ABC con motivo de la llegada del guion publicado por Erice.
Daba su versión de los hechos argumentando que no quiso asumir riesgos económicos y sintió que Erice “no era el director más adecuado para este proyecto”. “Nadie me puede obligar a hacer una película con quien yo no quiero y, sobre todo, si no tengo ningún compromiso con él”, añadía y contaba que se le pagó por su labor en el guion y que opinaba que Erice no tenía “notoriedad por lo que hace, y quiere tenerla por lo que no hace”. Dejaba en el aire posibles medidas legales contra él si el guion le perjudicaba en algo.
Respondía así al prólogo del guion publicado de Erice y a una carta abierta escrita por el director en El País donde contaba lo que había ocurrido para que un proyecto que se gestó durante tres años se parara “de la noche a la mañana”, cuando se tenían que formalizar los contratos de los actores y construir los decorados. El argumento que le dio es que la versión original, de tres horas, era inviable. “No me quedaban más que dos alternativas: decir adiós al proyecto o bien modificar sustancialmente el desarrollo del guion. Opté por lo segundo”. Aquella segunda versión tampoco convenció al productor. “Cansado de forcejear, acabé tirando la toalla”, dijo Erice en su carta abierta.
Una de las cosas que destaca al leer el guion que escribió Erice es que la acción nunca viaja a Shanghai. Nunca sale de Barcelona. Los personajes de Franch y Levy son mencionados, pero nunca se encarnan ni protagonizan ninguna escena, ni en el plano real ni en el imaginario del resto de personajes. Por tanto, a pesar de lo que pueda parecer, la escena con la que abre Cerrar los ojos es una nueva reescritura de la obra de Marsé quien, por cierto, siempre mostró su pasión por el guion de Erice diciendo que era “mejor que la novela”. De la película de Trueba comentó que “es la mejor adaptación de una novela mía, lo cual tampoco es decir mucho dada la baja calidad general”.
Lo que sí hay en el guion de Erice es una justificación clara para que uno de los episodios en los que se divide su versión editorial se llame Cerrar los ojos. Es ese gesto el que une al personaje de Susana con su padre, Kim Franch, al que cree en Shanghái. Cada noche, a la misma hora, ella cierra los ojos, como supuestamente le ha prometido él. Un acto místico, casi esotérico, que les une en la distancia.
Lo cierto es que cualquiera de las películas de Erice se podría llamar Cerrar los ojos. Empezando por El espíritu de la colmena, que comienza con los ojos como platos de un pueblo ante el milagro del cine en la posguerra española y termina con Ana Torrent cerrándolos e invocando a una presencia fantasmal. “Si eres su amiga, puedes hablar con él cuando quieras. Cierras los ojos y le llamas. Soy Ana… Soy Ana…”, se escucha antes de culminar el filme. Aquella frase y aquel gesto vuelve a remitir a su último filme.
Lo hace de forma explícita, ya que Ana Torrent regresa 50 años después a trabajar con Víctor Erice y le hace invocar al mismo fantasma cuando en un momento dado y en una de las mejores escenas del cine español de este año dice las mismas palabras: “Soy Ana”. Pero también une todas estas películas (rodadas y no rodadas) en ese mismo gesto, el de cerrar los ojos. Era el gesto que hacía Ana Torrent, el que hacía Susana en aquel guion maldito y es con el que cierra su último filme, en este caso es José Coronado quien lo hace mientras suena el sonido de una bobina cinematográfica llegando a su fin y que reivindica el cine, y la sala como memoria personal y colectiva a punto de desaparecer.
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