Will Smith, un actor obsesionado con la familia, el sueño americano y Paulo Coelho

Javier Zurro

29 de marzo de 2022 21:48 h

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Cinco minutos después de agredir al cómico Chris Rock delante de millones de espectadores, Will Smith subía a recoger su Oscar al Mejor actor por El método Williams entre sollozos. Todos esperaban una disculpa, pero en su lugar se escuchó una justificación que basaba su actuación en la defensa de su familia. “No se trata de ganar un premio para mí. Se trata de poder iluminar a toda la gente”, dijo al comienzo de su discurso para continuar diciendo que se sentía abrumado por lo que Dios le llama a hacer en este mundo: “En mi vida se me pide que ame a la gente, que proteja a la gente y que sea un río para mi pueblo”.

Un discurso que conmocionó a muchos pero que, sin embargo, solo es la materialización en palabras de las intenciones que ha tenido el actor a través de sus películas. Desde sus inicios, su carrera se ha basado en dos conceptos que se relacionan entre sí, la familia y el sueño americano. Will Smith se siente un líder que debe extender un mensaje, el mensaje de que en EEUU si te esfuerzas puedes tener todo lo que deseas. Es decir: éxito económico y una familia que aporte serenidad. Siempre lo ha dicho en sus entrevistas, él es el reflejo de que el sueño americano existe. Le da igual que el 90% de sus compatriotas no lo hayan logrado, para él, seguramente, será porque no se han esforzado lo suficiente o porque Dios no tenía ese plan marcado para esa persona.

Lo dice uno de sus libros de referencia, El alquimista de Paulo Coelho, que hasta ha estado a punto de producir en forma de película en varias ocasiones. “Dios escribió en el mundo el camino que cada hombre debe seguir”, dice Coelho en sus páginas. También que “cuando deseas algo con mucha fuerza, el universo conspira para que realices tu deseo”. Bajo esos mantras ha construido el actor su carrera desde el primer momento: esfuerzo, familia y superación. Si las enciclopedias de EEUU tuvieran que poner una foto para definir 'sueño americano', pondrían la de Will Smith.

Su primer éxito vino en forma de serie, con El príncipe de Bel Air, en la que él daba vida a un personaje con su propio nombre que escapaba de un barrio de mala muerte en Filadelfia para irse a vivir con sus tíos ricos. No hay orgullo de barrio ni de clase en Smith, sino ganas de tener lo que tienen los blancos: dinero y posición social. La serie vendió un cuento de Cenicienta para la comunidad negra, podían vivir tan bien como el resto. Tío Phil y Tía Vivian tenían una mansión que se parecía a la Casa Blanca, pero eran humildes y buenas personas. Su labor de propaganda había comenzado.

En un análisis de mic.com sobre la serie, hablan del prototipo de masculinidad tóxica que ya representaba Will Smith, el típico ligón que reincide y reincide hasta que tiene un sí por respuesta. No entiende el no. Obstruye el paso a las chicas, cambia los sitios en clase para estar a su lado. Destacan también dos episodios en los que se ve muy claro qué tipo de 'negro' quiere ser. En el episodio 4 de la temporada 1, el Tío Phil cuenta sus orígenes en una granja y se siente avergonzado. No hay orgullo de clase y se subraya en cómo el sueño americano le ha permitido tener lo que tiene ahora. En el 20 de la temporada 2, aparece Marge, una antigua compañera del Tío Phil junto a la que había luchado por los derechos de los negros en los años 60. Ella aparece huyendo de la policía, ya que sigue con su activismo y les echa en cara haberse aburguesado, a lo que Phil, en un discurso lleno de épica, le responde que ahora lucha “de la forma correcta” tras convertirse en “abogado”. La lucha desde dentro de sistema, nunca desafiándolo.

La serie le convirtió en una estrella, y era inevitable su salto al cine. Desde entonces su carrera tiene dos vertientes, la de los taquillazos con los que se convierte en un ídolo de masas y las películas 'serias' con las que busca el Oscar y también mostrar su forma de entender la vida basada en la fe, la familia y el sueño americano. Ya con sus taquillazos adopta siempre la función de salvador. Es el superhéroe Hancock, que comienza irreverente y se redime por amor; es el líder 'canallita' de buen corazón que salva al mundo en Hombres de negro o Yo, robot.

Mi padre era violento, pero también estaba en cada partido, obra de teatro y recital. Era alcohólico, pero estaba sobrio en cada una de las premieres de mis películas

La segunda faceta de su carrera comienza en 2001, cuando Michael Mann confía en él para dar vida a Muhammad Ali. Un ejemplo de superación, que se enfrenta al sistema pero que termina convirtiéndose, tras muchos tropiezos, en el mayor boxeador de la historia. Logra su primera nominación al Oscar y comienza su obsesión con ganar el premio. Una obsesión que se solidifica en varios proyectos 'serios'. Son, además, con los que más se implica y en los que muestra de forma más abierta su visión de la vida.

Ahí se enmarca En busca de la felicidad, dirigida por Gabriele Muccino y por la que vuelve a optar al Oscar en 2007. Smith es el productor e impulsor de esta historia —basada en un hecho real— en la que da vida a un padre que tras dormir en las calles junto a su hijo se convierte en un broker de éxito. Es el elogio absoluto del sueño americano, del 'si te esfuerzas lo conseguirás' y del dinero como meta final. “No permitas que nadie diga que eres incapaz de hacer algo, ni siquiera yo. Si tienes un sueño, debes conservarlo. Si quieres algo, sal a buscarlo, y punto. La gente que no logra conseguir sus sueños suele decirles a los demás que tampoco cumplirán los suyos”, dice a su hijo en la ficción, un personaje que interpretaba su hijo en la realidad, Jaden Smith.

Durante años consideró este su mejor papel, y quizás por ello repite con Muccino en Siete almas, que para él supuso un punto de inflexión: “Tras esta película tuve una epifanía de todo lo que quería ser y de todo lo que quería hacer, esa idea de vivir entregándome a la humanidad en vez de vivir al servicio del éxito comercial de mis películas”. Una película de la que en las entrevistas promocionales también destacó la importancia de Dios. “Por muy aterrador que sea, por muy mala que sea la vida, solo debes saber que hay alguien en un lugar alto que está de tu lado”, decía en Collider.

Intentó fusionar sus dos vertientes en After Earth, superproducción en la que muchos vieron una defensa de la cienciología, la creencia popularizada entre los profesionales del cine por Tom Cruise y que Smith ha defendido abiertamente. “Creo en muchas de las ideas de la cienciología, son brillantes y revolucionarias y no religiosas”, dijo entonces el actor, que entregó ese año 122.500 dólares a diferentes asociaciones que pertenecen directamente a la Cienciología, cuyos miembros creen en la existencia de Xenu, alienígena dictador de la Confederación Galáctica, que hace 75 millones de años trajo a miles de millones de personas a la Tierra y los lanzó dentro de un volcán. Tras matarlos a todos con bombas de hidrógeno, sus almas se juntaron y pegaron a cuerpos de gente viva.

El fiasco en taquilla de After Earth y las críticas por su defensa de la cienciología hacen que Smith pase por un etapa donde no acierta en taquilla ni con sus proyectos personales, en los que se enmarca La verdad duele, biopic del neuropatólogo Bennet Omalu, que descubrió el síndrome postconmoción cerebral, que tanto daño causó a numerosos jugadores de fútbol americano, provocando incluso el suicidio de muchas estrellas de la NFL. Con esa película visitó Madrid y no paró de alabar el sueño americano y cómo él es la muestra de que existe y funciona. Según Smith, Omalu, la persona real en la que se basa su personaje, le dijo que desde pequeño le decían que “América era el lugar al que Dios enviaba a su gente preferida”.

“Yo soy el sueño americano, soy el mejor ejemplo de alguien que desde muy abajo alcanza la cumbre. Soy el ejemplo de una carrera que solo se puede dar en EEUU, y me enorgullece este recorrido. Por eso me ofende cuando un estadounidense ensucia ese sueño americano, me lo tomo de forma personal. Y como soy el ejemplo, intento que el resto no olvide de dónde venimos y hacia dónde debemos de ir”, decía a El País.

Todos ustedes definen el sueño americano. Representan lo mejor de lo que todos esperamos que este mundo y este país puedan ser

Un mensaje que entronca directamente con el de El Método Williams. En manos de Will Smith, impulsor del proyecto, Richard Williams —padre de las tenistas Venus y Serena— es un hombre íntegro, que defiende a su familia y que confirma que en EEUU todo es posible, hasta convertir a dos niñas negras de barrio en dos superestrellas del deporte. No crítica los métodos, la obsesión, la explotación de sus hijas para su beneficio económico. No cuenta que tenía otra familia, que abandonó a sus mujeres, que era infiel. No, porque lo que le interesa es que era un hombre que hizo todo por sus hijas y su mujer. Como él haría por Jada Pinket en los Oscar poco después.

Al recibir el Critic Choice semanas antes del Oscar volvió a subrayar otra vez sus obsesiones: “Todos ustedes definen el sueño americano. Representan lo mejor de lo que todos esperamos que este mundo y este país puedan ser. Me encanta que hayamos podido mostrar lo que hizo su madre (de Venus y Serena) para ayudar a crear, moldear y dar forma a su familia, y poder mostrarle al mundo el poder de la fe, el poder de la unidad, el poder de la familia, el poder de la disciplina”.

La promoción de El método Williams ha coincidido con la de sus memorias, Will, donde se abre en canal. Un libro muy útil para ver las obsesiones del actor, pero también sus traumas. Un actor marcado por la violencia que ejercía su padre contra su madre, pero que termina defendiéndole. “Mi padre era un hombre brillante. Como muchos hijos, yo sentía adoración hacia mi padre, pero también le tenía pavor. Él fue una de las mayores bendiciones de mi vida y, al mismo tiempo, una de las mayores fuentes de dolor. Mi padre era violento, pero también estaba en cada partido, obra de teatro y recital. Era alcohólico, pero estaba sobrio en cada una de las premieres de mis películas. Cuando tenía nueve años vi a mi padre pegarle un puñetazo a mi madre en la cabeza con tanta fuerza que se desmayó. La vi escupir sangre. Ese momento, en esa habitación, definió quién era yo más que cualquier otro momento de mi vida”, cuenta en el libro.

Siempre acaba entrando Dios, subrayando una vez más la importancia de la fe y dando a todo lo que le ocurre un sentido mayor, hasta su adicción al sexo, que cuenta casi como una vía de escape para alguien que solo busca el amor: “Me convertí en una especie de hiena. Mantuve relaciones con muchas mujeres, lo que me hacía sentir tan culpable en mi interior, que acabé desarrollando una reacción psicosomática al orgasmo. Literalmente me daba arcadas y hasta ganas de vomitar. Cada vez que lo hacía, miraba a Dios esperando que esa hermosa desconocida fuera la persona que de verdad me amara, la que hiciera que todo ese dolor desapareciera. La mirada en los ojos de esas mujeres no hacía más que profundizar en mi agonía”. Dios, el amor, la familia, y el sueño americano. Obsesiones de un actor que hundió su momento de gloria por unos valores que defiende hasta con violencia física.