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Crónicas de verano

Ya va siendo hora de morir

Algo va mal en todas partes
23 de agosto de 2022 21:41 h

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Por razones, he abortado el viaje a Lisboa. Es la cuarta vez en mi vida que cancelo un viaje a Lisboa, no sé por qué ocurre así. Me acuerdo de aquella película de Alain Tanner titulada En la ciudad blanca: “Cuando camino pienso un montón de cosas. Cosas muy interesantes”. Esto lo decía el protagonista al que encarnaba Bruno Ganz, un marino prófugo que deambulaba la capital portuguesa sin mayores complicaciones. De eso y de poco más iba la película. Yo, sin embargo, una vez más no iré a Lisboa. Ya me pueden esperar sentados. Nunca me ha gustado esa ciudad. Tampoco me interesan sus poetas.

París también me tiene harto. Estoy hasta el gorro de la cultura. A diferencia de España, Francia es un país más o menos alfabetizado, pero la cultura parisina es puro marketing y en algunos ámbitos llega a ser más estúpida que aquí, donde tiene menos margen de desarrollo. El Palais de Tokyo, por ejemplo, acoge una de sus habituales exposiciones de pecios, trapos y roña para “tomar conciencia” de algo. La gestión cultural es una cueva de ladrones. El arte urbano, entretanto, ha dejado de ser protesta y ahora aspira al embellecimiento de la intemperie, a hacer bonito, una obscenidad que en ocasiones se ve agravada con la firma del autor, incluso con su dirección de internet. La contracultura ya no existe. Banksy: ¿artista o vándalo? ¡Mamarracho!

En fin, algo va mal en este pozo de racionalistas, no hay duda, algo va mal en todas partes. En lo global, Francia es el tercer exportador mundial de armamento; en lo particular, al desayuno, encuentro que algo ominoso gobierna el carácter de esta mantequilla que se unta fácil, una cualidad perversa, casi austríaca. Me voy de aquí corriendo.

Bajo el volcán

El tiempo no cesa. Albert Serra, el más afrancesado de los cineastas españoles y cónsul de un improbable cine catalán, ha presentado estos días en Barcelona la película que estrenará la primera semana de septiembre, Pacifiction, un thriller abotargado y colonial, de lino, mosquitera y ocaso, donde Benoît Magimel hace un poco de Gerard Depardieu y otro poco de Marlon Brando. La peli, entre el manglar y el vergel, es un viaje al fin de la noche que se va alucinando sobre una trama también mísera, pero muy hermosa: la de un hombre que espera.

Esto me lleva a pensar que casi todas las películas que me interesan se ocupan de un hombre que espera, que viene a ser lo mismo que un hombre en desesperación. En cualquier caso, Serra ha optado por someter la suya al proceso técnico de inflarla a 35 milímetros, no solo para que parezca cine sino para que lo sea en estos tiempos de miniaturismo. Porque Pacifiction es de una poética somera y módica encomendada a la densidad y el peso neto de sus imágenes, que abundan en el propósito de toda la filmografía del autor: la burla patafísica del mundo. Es, por tanto, una película de resistencia, que se sabe posible solo al amparo de “la cultura”, ya que el público, ni el español ni el francés, va a estar dispuesto a sostener un cine semejante, basado en el antojo y la ambigüedad.

Precauciones terminológicas

Hombres que esperan y hombres que corren, ahí se contienen las dos figuras más importantes de las películas, los desnudos y las persecuciones. Esa es mi noción del cine. La ocasión de la persecución en una película es casi una declinación de la trama, es la película personándose físicamente. Las persecuciones son tropos que atraviesan, cruzan, perforan y recorren las películas, siguen la línea del tiempo hasta que un personaje se zafa, se mete en un recodo y despista al que le corre detrás. Los desnudos, por su parte, resultan más expresivos que cualquier diálogo y son un ir a donde cubre de la película, para lo cual hay que desvestirse, desnudar al menos el alma, no hacer pie.

Truffaut, a quien mentábamos ayer, no creía en el desnudo en el cine, le parecía un asunto anecdótico, pero ahí tenemos que enmendarle la plana. En el desnudo la película permea nuestra intimidad y nos da acceso a la tontería que somos. ¿Me estoy explicando? El sexo y la violencia de toda la vida. Una película que carezca de esas dos energías hermanas, que hasta en la comedia más dulce deberían latir, no sirve ni para comer los gatos.

La importancia del desnudo así entendido creo que empezó con el Almuerzo sobre la hierba, el cuadro aquel de Manet. Corría 1863 y desnudos se habían dado muchos en la historia del arte a cuento de mitologías, de musas y de pamplinas, pero esta era la primera vez que se presentaba sin más contexto ni justificación que él mismo. Sus peculiaridades iban a marcar el porvenir de la pintura: junto a la mujer desnuda en la hierba hay dos hombres vestidos que conversan indiferentes. Ella nos mira. Nosotros no vemos más. Es lo que se llama un rapto.

Un tren y un periódico

Termino de leer las memorias de Bulle Ogier (que firma junto a Anne Diatkine, periodista cultural en Libération), tituladas J’ai oublié, y que dudo si traducir como “he olvidado” o como “ya no me acuerdo”. Ogier es una actriz a la que aquí no conoce nadie y en Francia pocos recuerdan. Su filmografía está asociada a Jacques Rivette, a Werner Schroeter, a Buñuel o a Marguerite Duras, pero también a Alain Tanner, que la hizo famosa con La salamandra en 1971. Madre de la malograda Pascale Ogier, está casada con Barbet Schroeder, otro director interesante que hace sesenta años fundó, con Éric Rohmer, la mítica productora Les Films du Losange, cuna de la nouvelle vague que hoy, y esto es una casualidad que sobreviene ahora el texto, coproduce la peli de Albert Serra.

En el libro, Ogier habla de las cosas importantes, que son las cosas sin importancia, y dice, por ejemplo, que después de cada representación teatral se siente guapa dos horas, una plenitud temporal que ha de ser resultado de escapar a la muerte cada noche. Habla también de cosas terribles, pero esas no estoy en disposición de recordarlas porque son íntimas y sobrecogedoras, quedan en su libro. Además es muy tarde.

El ventilador de pie lleva toda la noche ahí como un pasmarote. Gira y va moviendo la cabeza de izquierda a derecha en panorámica degustativa. El gesto me parece humano y trato de averiguarle el ánimo, la idea, pero no doy con el adjetivo. Detengo la escritura y hojeo a Eloy Fernández Porta, que en su último ensayo, Los brotes negros (qué buen título) anota lo siguiente a cuento de la ansiedad: “La disciplina, la autoexigencia y el esfuerzo harán felices a unas pocas personas y destruirán psicológicamente a las demás”.

La advertencia perdura y me martillea el cerebro mientras miro jugar desnudas a las bañistas au ballon de Picasso, que es mi fondo de pantalla en este verano que ya vence.

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