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H. G. Wells: el inventor de mundos que insistió en ser socialista

Fotograma de la película La máquina del tiempo (1960) basada en la novela de H.G. Wells

Ignasi Franch

20 de septiembre de 2016 20:05 h

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El escritor y divulgador inglés Herbert George Wells nació el 21 de septiembre de 1866 en Bromley (Reino Unido). En su juventud, luchó por superar las barreras de clase: a pesar de ser hijo de trabajadores, quería dedicarse a la docencia y la vida intelectual. Con sólo 32 años, ya había publicado cuatro clásicos de la narrativa fantástica que le aseguraron la posteridad como novelista: La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898). El éxito que estas cosecharon, reverdecido a través de múltiples adaptaciones cinematográficas, condicionó la recepción de sus obras de madurez.

El escritor parecía condenado a generar frustraciones y recibir reproches. Mientras despuntaba con la narración de futuros distópicos, experimentos sacrílegos e invasiones extraterrestres, su editor le insistía en que abandonase una literatura que consideraba de simple entretenimiento. Las posteriores Kipps (1905) y Tono-Bungay (1909) beben de la realidad contemporánea y de la vida personal de su autor. Con todo, Wells no dejaría de inventar utopías de inspiración socialista y otras ficciones de tesis. Por ello, el escritor G. K. Chesterton afirmó que Wells era un narrador nato que se había vendido “por un plato de mensaje”.

Las divisiones entre un Wells fantástico y un Wells realista tienen un sentido relativo. Tono-Bungay, por ejemplo, puede estar más apegada a lo real, pero la sobrevuela un evidente impulso humorístico. Y sus primeras obras de la ciencia-ficción trascendían la evasión pura: todas ellas incorporaban reflexiones sobre temas en boga, como los dilemas éticos derivados de la investigación científica.

Ya la primeriza La máquina del tiempo, considerada una obra de juventud por Wells, era algo más que una aventura exótica. Su autor también incluyó consideraciones sobre los efectos de una sociedad perdurablemente desigual. Como en la Metrópolis (1925) de Thea Von Harbou y Fritz Lang, esa desigualdad se plasmaba en una segregación social: un grupo vive sobre la superficie terrestre y otro grupo en el subsuelo. Interesado por las implicaciones del darwinismo, Wells reservó algunas sorpresas que han provocado largos debates sobre su mirada a los conflictos de clase.

Socialista convencido, pacifista con lagunas

A pesar de que La máquina del tiempo ya incluía alusiones al comunismo, la politización de la literatura wellsiana se consolidó con los años. Abundaron las novelas utópicas de inspiración socialista... con algún guiño al mundo libertario en Hombres como dioses (1923). El filósofo Bertrand Russell destacó esas visiones optimistas del futuro, potencialmente constructivas en tiempos de desánimo, y también afirmó que Wells fue “una de las personas que hizo del socialismo algo respetable en Inglaterra”. En todo caso, el inglés fue muy crítico con el marxismo.

Una de sus propuestas más insistentes fue la creación de un Estado mundial, al cual aludía tanto en obras de ficción como en ensayos. Su enfoque era idealista, e incluía aspectos inquietantes junto a propuestas bastante avanzadas. En The open conspiracy (1933), por ejemplo, defendía una especie de renta renta universal para todos los ciudadanos del planeta. En el posterior The new world order (1940), publicado ya en plena II Guerra Mundial, atacaba los “individualismos nacionalistas” y advertía de que la irrupción del fascismo y el nazismo sólo se solucionarían con el internacionalismo... y el control o supervisión estatal de la empresa y la banca privada. Según su opinión, Hitler era el síntomas de problemas profundos que no desaparecerían con soluciones bélicas.

Pacifista convencido, Wells sufrió una pequeña crisis de convicciones. A pesar de haber criticado las beligerancias de británicos y germanos en el clima pre-bélico de principios del siglo XX, dio un cierto apoyo a la I Guerra Mundial. Las matanzas resultantes disiparon cualquier duda que pudiese albergar sobre las apelaciones a presuntas guerras buenas.

Un crítico del colonialismo

El autor de El hombre invisible no dejaba de ser un hombre de su tiempo. Nació en el seno del Imperio Británico. En la literatura popular de la época despuntaban las fantasías colonialistas de tierras que conquistar, fuese en el Oeste americano o en la Luna. Con todo, no tardó en firmar obras críticas como el delicioso relato El país de los ciegos (1904). Su punto de partida es propio de las aventuras exóticas de supremacía cultural: un explorador llega a un mundo perdido que se le antoja atrasado. Como todos sus habitantes son invidentes, el protagonista concibe fantasías de dominio. Con su derrota, Wells nos advierte sobre la vanidad de las civilizaciones que se creen superiores.

Diversas ficciones del inglés incorporan otras críticas al humanismo clásico, a la noción del hombre blanco occidental como centro del universo. En La guerra de los mundos, se relata la violenta irrupción de unos invasores marcianos que usan la sangre humana como recurso alimentario. En paralelo, Wells recuerda que la humanidad aniquila especies animales o “razas inferiores”. Esta última reflexión evidencia la relación compleja del autor con los marcos mentales de su época: criticó el imperialismo con palabras racistas. Emplear ese vocabulario no le impidió denunciar la segregación del colectivo afroamericano en los Estados Unidos.

A pesar de que el autor se autoconsiderase feminista y escribiese intentos novelísticos en esta línea, como la polémica Ann Veronica (1909), su obra y su misma vida personal sugieren algunas limitaciones en este aspecto. Wells asumió las reivindicaciones del movimiento sufragista y defendió, de manera más o menos explícita, más o menos igualitaria, una expansión de la libertad sexual. Con todo, su narrativa no deja de reflejar, no siempre con impulso crítico, un mundo de hombres marcado por la división sexual del trabajo y de la vida. El escritor generó múltiples fisuras en los discursos más reaccionarios de su época. Aún así, a pesar de imaginar futuros mejores, a pesar de soñar con una humanidad más fraternal y solidaria, estuvo sujeto a algunas de las ataduras e inercias de su presente.

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