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Kim Hye-jin, la voz literaria del nuevo realismo coreano: “¿Sirve para algo pedir perdón? No lo tengo tan claro”

Isabel Navarro

29 de julio de 2024 22:42 h

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La literatura transparente y contemplativa de Kim Hye-jin (Corea del Sur, 1983), autora de Sobre mi hija (Las Afueras, 2022), se sitúa en el reverso de la precipitación, el ruido y la bulimia turbocapitalista de las redes. Sin embargo, su nuevo título, Soy toda oídos, difícilmente puede ser más contemporáneo ni reflejar de forma más fiel y serena las consecuencias de los convulsos e irreflexivos juicios sumarísimos que en ocasiones aprietan el gatillo de la cancelación. 

Traducida por Irma Zyanya Gil Yáñez y Minjeong Jeong, en la editorial independiente Las Afueras, la autora surcoreana vuelve a centrarse en esta novela en situaciones cotidianas sin apenas personajes ni giros argumentales, que sin embargo nos hablan desde un lugar pequeño, hondo y trivial de lo difícilmente escuchable, de lo difícilmente decible y lo difícilmente codificable entre la culpa y la inocencia. 

La protagonista de la novela es Haesu Im, una terapeuta de éxito y colaboradora de un popular programa de televisión donde ejerce de tertuliana. Un día lanza en directo un comentario negativo sobre un personaje público, un conocido actor que más tarde se suicida; y a causa de sus palabras –a las que la turba digital considera culpables de esa muerte– es condenada al ostracismo, despedida de su trabajo y acosada en redes. Es decir, lo pierde todo –incluso su relación de pareja– y se pierde a sí misma. “¿Cómo iba a saber que unas palabras, que ni siquiera recordaba haber dicho, me iban a sujetar el tobillo hasta hacerme caer?”, se pregunta perpleja la protagonista.

Kim Hye-jin, galardonada con el prestigioso premio de literatura Daesan en su país, forma parte de una nueva hornada de jóvenes autoras surcoreanas, entre las que destacan Han Kang (La vegetariana), Kim Ae ran (Afuera es verano) y Cho Nam-joo (Lo que sabe la señorita Kim). Durante su reciente paso por Madrid y Barcelona, invitada por el Centro Cultural Coreano, explicó en una entrevista con elDiario.es que "Soy toda oídos plantea preguntas sobre los propios errores, los errores de los demás y sobre el castigo y el perdón. Da la sensación de que hoy en día la gente está cada vez más ansiosa por hacer juicios rápidos sobre ciertas cuestiones, incluso cuando no tenemos todos los detalles. Pero al final la cuestión de si somos generosos o duros con los demás parece estar profundamente relacionada con nuestra capacidad de admitir y perdonar nuestros propios fallos”. 

Tras su caída en desgracia la protagonista tiene miedo a ser reconocida, por lo que solo se atreve a salir a la calle de noche. En uno de sus paseos sin rumbo se acaba encontrando con Sei, una niña que intenta alimentar a un gato callejero. Una niña de 10 años también solitaria –y sola– como ella, cuyas compañeras de balón prisionero (que en Corea no solo es un juego, sino también un deporte) maltratan y marginan. Con esa niña de alma vieja Haesu comienza una relación muy horizontal y de escucha. Las dos tienen en común la preocupación y el deseo de cuidar a ese gato sarnoso y huidizo, pese a que hasta ese momento la terapeuta jamás había sentido el más mínimo interés por los gatos ni por los niños. ¿A qué se debe ese cambio? Según la autora: “A que ha dejado de confiar en las palabras. Antes del incidente, Haesu nunca había pensado en las limitaciones del lenguaje. Creía que podía expresar y explicar cualquier cosa a través de las palabras, pero ahora tiene miedo de hablar. Ha caído en el ostracismo por culpa de las palabras y de repente aparecen en su vida estos dos personajes a los que no tiene por qué dar explicaciones ni la van a juzgar porque la comunicación con ellos no requiere palabras. En muchos momentos a lo largo de su relación con el gato y con la niña se da cuenta de que la comunicación no verbal es mucho más honesta que la comunicación verbal”. 

Y es que la crisis de confianza en las palabras es uno de los temas fundamentales de la novela, como cuando escribe el narrador omnisciente: “Ahora [Haesu] cae en la cuenta de que ella misma no era más que un ser humano abarrotado de palabras que desperdiciaba sin la menor prudencia. Nunca se tomó el tiempo de pensar cómo nacían, cómo vivían y a dónde iban a morir”.

Haesu Im se siente desconectada del lenguaje verbal, que también le falla cuando trata de escribir cartas a los familiares del actor fallecido o al jefe que la despidió. Cartas que salpican la novela, inconclusas y torpes, en las que intenta redimirse o pedir disculpas, y que funcionan como metáfora de una comunicación imposible: ¿cómo alcanzar al otro? 

Perdón es una palabra

¿Pedir perdón es un acto necesario? “En mi opinión personal yo creo que pedir perdón siempre es en sí mismo un acto muy necesario –dice la autora–. Pero, ¿sirve para algo? Eso ya no lo tengo tan claro. Depende. A un agresor puede servirle para, tras reflexionar mucho, ayudarle a hacer un acto de contrición y no volver a repetir esa acción. Pero a una víctima puede no servirle de nada, y hay que respetarlo, porque el daño está hecho y perdón es solo una palabra que no cambia nada”.

Temas que, con distintos derroteros pero con los mismos códigos, trata también en su anterior novela, Sobre mi hija, un inesperado y pequeño éxito editorial que ya va por la segunda edición, protagonizado por una viuda que trabaja en una residencia de ancianos y se ve obligada a compartir su pequeña vivienda con su hija treintañera –que ha tenido que volver a casa por razones económicas– y su novia, cuya relación no aprueba. Un libro sobre convivencia intergeneracional, precariedad laboral y homofobia, donde también se da un triángulo relacional, y que en su país fue considerado transgresor por su tratamiento de los personajes gays y las nuevas formas de familia.  

Kim Hye-jin no tiene redes sociales y reconoce que la historia de su protagonista no está basada en una experiencia personal a excepción del encuentro con el gato callejero: “Cerca de mi casa solía dar vueltas un gato muy popular al que todo el mundo daba de comer. Un día de repente enfermó y yo estaba segura de que alguien le ayudaría. Pero cada día estaba peor, nadie daba el paso y finalmente fui yo quien lo llevó al veterinario. Estuvo ingresado en el hospital, me lo llevé a casa para cuidarlo durante una temporada y ahora forma parte de mi familia. Eso sí es verdad”.

Y es que, en gran parte, salvar al gato y ayudar a la niña se convierten en la única vía de redención posible para esta terapeuta estancada en su burbuja de autodesprecio y rabia que puede ser, y tal vez sea al mismo tiempo, una persona malvada que ha cometido un error irreparable, una víctima de terribles acusaciones falsas, una fracasada que ha sucumbido ante la adversidad, y una idiota que se perdió a sí misma en un calvario. Porque, como demuestra Kim Hye-jin, nada de ello es incompatible. Ni simple.