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Salman Rushdie: “Me encantaba Homeland, pero la primera temporada solamente”

Lucía Lijtmaer

7 de octubre de 2015 20:54 h

Cuando te guían por un laberinto de salas y no hay nadie no es lo mismo que cuando te guían por un laberinto de salas y al final te espera Salman Rushdie. El escritor, símbolo indiscutible de las letras contemporáneas, espera en una habitación, como una especie de minotauro. Rushdie quedará siempre unido a la fatua que le impuso el Gobierno de Irán por blasfemia en Los versos satánicos con el semblante grave, de recluso forzado. Pero en persona resulta relajado, de ánimo amable y risueño.

El autor de Hijos de Medianoche y Vergüenza presenta ahora Dos años, ocho meses y veintiocho noches (Seix Barral), una fábula alegre y sensual que comienza en el siglo XII y entronca con el mundo contemporáneo a través de historias y narraciones que homenajean a Las mil y una noches -exactamente esos dos años, ocho meses y veintiocho noches-, en un debate dialéctico entre misticismo y razón, entre Averroes -Ibn Rushd, en un juego de espejos con el propio apellido del autor- y Al-Ghazali.

Su último libro, Joseph Anton, tenía mucho más que ver con la relación entre biografía y verdad, este lo han comparado mucho más con lo fantástico y el realismo mágico, con personas que vuelan, héroes de cómic, seres sobrenaturales...

Creo que el realismo mágico debería acotarse a Sudamérica, yo lo veo más surrealista. Los homenajes en la novela vienen a decir que el surrealismo francés, el español... vienen de la misma fuente, todo lo que no se entiende como “naturalismo”. Jamás pensé que escribiría una autobiografía, pero después pasó lo que pasó [se refiere a su persecución tras la fatua] y creí que yo era la persona que tenía que escribir esa historia. Cuando la acabé, me sentí aliviado y me di cuenta de que tenía que volver a lo realmente auténtico. Esta novela pertenece a esa sensación de autenticidad.

Se trata de un libro alegre, pese a la premisa: un apocalipsis, un pueblo elegido para el sacrificio.

Sí, es muy interesante, salió así, no me lo esperaba. Pensé que sería divertido, con humor negro, pero el resultado, tan divertido, es una sorpresa. Si le doy vueltas creo que hay algo de perversidad por mi parte... el mundo es tan triste últimamente cuando enciendes la televisión que hay algo de regocijo en hacer humor. También fue el resultado de acabar mis memorias, su efecto fue más duradero de lo que pensé, me dejó más ligero, ahora me doy cuenta.

Lo fantástico en la novela tiene un resultado sorprendente: los dos polos -el científico y el místico-, operan bajo el mismo poder, el lenguaje. Lo científico a veces tiene cualidades mágicas: un río de doble dirección, un rayo que aparece de la nada, y lo mágico, científico.

Exactamente. El libro muestra que las dos cosas opuestas no lo son tanto. Hay mucho de mágico en el ámbito científico, cada vez más. Cuanto más sabemos sobre nuestros cuerpos y el universo, hacemos cosas que parecen del terreno de lo fantasioso. La ciencia está llena de maravillas en el sentido literal del término. Este libro es en el que más he experimentado dejando llevar mi imaginación, durante el primer año la dejé vagar a ver dónde me llevaba, y me llevó a lugares inusuales.

Al principio, por ejemplo, en la escena de amor entre Ibn Rushd y Dunia, ella no era un ser sobrenatural, era solamente una historia de amor en el siglo XII. Después me di cuenta de que se podía ir mucho más lejos. Lo mismo con el jardinero, al principio solo flotaba, en un estilo muy kafkiano, y la gente no sabe qué hacer con él y cómo responder, como en La metamorfosis de Kafka. Después empecé a hacerme preguntas: ¿por qué pasa esto? Y tardé un año en que aparecieran los yinn y las fuerzas sobrenaturales.

Usted cita a Kafka, se puede ver que está también Borges en la novela. ¿Qué otras influencias encuentra aquí?

Hay muchas. Si entendemos que hay una gran tradición literaria en el naturalismo, no hay que dejar de señalar otra gran tradición opuesta, no naturalista, que aparece a lo largo de los siglos: Gogol, Kafka, El maestro y Margarita, de Bulgákov, El tambor de hojalata, de Gunter Grass. Son ejemplos de sitios muy diferentes, todos escritos mucho antes que Cien años de soledad, que es una reacción a ese naturalismo.

Esta tradición ni siquiera está circunscrita a los libros. Esta novela homenajea a Magritte en una ocasión muy evidente, el cine de Buñuel ha sido siempre una inspiración directa para mí, como Fellini. Todo eso está ahí, es el vecindario en el que transita mi literatura siempre.

En la novela pulula la idea universal de que todo está construido sobre algo anterior, casi como la arquitectura romana, los cimientos son de otro y se construye encima.

Me encanta esa idea. Algo así emerge en la escritura: cuando tuve la idea de la discusión entre los dos filósofos, iba a ser una especie de prólogo y el resto estaría narrado desde la contemporaneidad. Pero me pareció que tenía mucho potencial, y que debería continuar. Lo bueno de la literatura es que todo puede pasar, por eso los fantasmas en la novela continúan con la discusión filosófica, porque así ha sido en la realidad. Es una discusión que sigue ocurriendo, cimentada sobre otra anterior.

Por lo que el libro es un homenaje al acto de narrar en sí, una oda a lo literario.

Sí. En el siglo XX ocurrió algo durante en modernismo, en el que se separó lo que se consideró la “literatura seria” de la narración. Por ejemplo, el Ulises de Joyce está lleno de historias, pero no es eso lo que impulsa la novela. Pasa lo mismo con Proust. De alguna manera, lo que hicieron fue sacarle el motor al coche. Para mí, la historia que el lector quiere oír es lo que le hace leer el libro. Los autores anteriores -Dickens, Thackeray y demás-, lo sabían: si quieres conducir un gran coche, métele un gran motor (ríe).

Siempre me ha parecido que esa separación era forzada, eso que llevó a que la narración se considerara algo de la “ficción popular”, algo impropio de lo literario. Nunca me ha gustado esa separación, hay que juntar esos dos caminos, como pasaba en el siglo XVIII y XIX. Cada vez me interesa más entender los mecanismos que hacen que una persona siga interesada en una historia que estás contando. Curiosamente, Almodóvar me ayudó mucho: hace años vi Hable con ella y me interesó mucho el truco que usa, muy a lo Las mil y una noches. Una historia cosida a otra historia, sin fin. Y al final las resuelve todas, de manera muy inteligente, jamás te confundes. Me pareció extraordinario. Hay muchas referencias españolas en mi libro.

Está Goya.

Goya, Almodóvar, Buñuel... y empieza en España.

La referencia a Goya (“el sueño de la razón produce monstruos”) al inicio queda muy presente por la oda una vez más, a lo mítico.

Por eso está ahí: para unir dos tradiciones. Él habla de la unión de ambos elementos, si los separas, llegan los monstruos. Cuando vi por primera vez esa pintura, hace muchos años, no sé cuando...

Podría ir a verla ahora.

Lo intenté, anoche, fui al Prado. Pero, claro, no la tienen expuesta y estuvieron buscándola un rato pero yo me tenía que ir. Volveré para poder verla.

Los críticos que pensaban que este libro va sobre la dualidad, los dos polos, uno bueno y uno malo se equivocan. Todo está en la pintura de Goya, como el ying y el yang: se necesitan.

En el libro, los herederos de una primera unión entre una yinn, un genio árabe y el filósofo Ibn Rushd, Averroes, pueblan la tierra, y son descritos como los elegidos para ser sacrificados: un pueblo mestizo que lo cubre todo.

Sí, teniendo en cuenta el inicio del milenio, no tiene sentido pensar en razas o pureza racial. No quería que fueran del este o el oeste, sino de todas partes. Además eso permite la introducción de la comedia: no todos son buenos, ni seres humanos convencionales, pero resultan útiles para la acción.

Es evidente que el libro tiene connotaciones contemporáneas, ¿es por eso que lo escribió?

Si vas a escribir sobre lo fantástico, en realidad estás siempre hablando de la realidad social. Que el mundo sea como es, es importante para el libro. No lo escribí como un retrato actual contemporáneo porque para eso está el periodismo. Me apetecía pasar por debajo del radar de los titulares. Sí, es el conflicto contemporáneo con el Islam, pero es el conflicto eterno de la historia de la humanidad.

Ni si quiera se trata de un conflicto externo, sino interno: por muy racionales que seamos, somos irracionales también. Aquí estoy yo, un pensador ateo y racionalista escribiendo sobre hadas (ríe). Hay una contradicción en eso.

Las opiniones de los escritores parecen tener mucha importancia últimamente con respecto a la situación de lo islámico en el mundo.

Estoy tan cansado de hablar del Islam. Por eso cuando me puse a leer sobre los yinn, las criaturas mitológicas, me gustó que aunque estén en la tradición musulmana, son preislámicas, muy antiguas. Son parte de algo mucho más salvaje, por eso las usé en el libro. Estoy agotado de opinar sobre el extremismo islámico, quiero hablar de otras cosas.

Pero el libro es una celebración de la libertad, de la capacidad de soñar.

Sí. Hay una moda en la literatura contemporánea sobre la distopía. Cuando ves la lista de libros nominados al premio Booker, son todas distopías. Son buenas, sí, pero deprimentes. Supongo que es anticuado ser alegre, escribir sobre lo que somos capaces de hacer como seres humanos. Al fin y al cabo, ya sabemos que somos capaces de lo peor, ¿por qué no explorar lo mejor?

En el libro hay un apocalipsis y una era extraña. ¿Es la nuestra?

Por supuesto, no sólo únicamente por la religión sino también por la tecnología. Vivimos en un mundo que cambia tan rápidamente que la gente tiene esa sensación de extrañeza, como si las reglas y las certezas se hubieran disuelto. Este mundo electrónico permite que las personas cambien y novelen sus vidas constantemente, y no se comporten como lo harían en el mundo real. Eso ha hecho que mucha gente, incluido yo, nos sintamos algo alienados de la realidad, por lo que se considera real ahora mismo. Creo que somos muchos y quería dramatizarlo.

¿Cree que los escritores tienen la responsabilidad de retratar u opinar sobre lo que ocurre? Sin ir más lejos, Michel Houellebecq o Martin Amis han sufrido las consecuencias de opinar sobre cómo retratan esa realidad.

No creo que se trate de responsabilidad sino de temperamento. Hay quien sí opina, como Martin Amis o Houellebecq y hay quien no siente la necesidad. Y está bien, así debe ser. Si eres Hilary Mantel y quieres escribir sobre Enrique VIII, hazlo, es legítimo. Debe resultar legítimo. Es muy peligroso prescribir qué debe hacer un autor. Yo siento un gran deseo por no escribir sobre la realidad contemporánea. El problema es que la frontera entre la vida privada y la vida pública se ha evaporado. Me resulta muy difícil contar qué hacen mis protagonistas sin tener en cuenta el mundo que les rodea, porque todo está demasiado cerca. Me encantaría volver a escribir un libro solamente sobre lo privado, sobre lo que ocurre en el interior, algo menos público. Ya no sé cómo se hace, por eso me interesa.

Usted fue muy crítico sobre lo que ocurrió en los premios PEN de literatura, dónde se premió a Charlie Hebdo y muchos escritores se opusieron a ese premio por considerar intolerante a la revista.

Fue algo muy triste, por suerte acabó bien porque los que se opusieron al premio eran solo unos pocos. Aún así, varios de los que disentían eran escritores brillantes y muy amigos míos. Me sorprendió mucho.

El episodio recordaba de alguna manera al concepto de “contraculpabilidad” de La izquierda exquisita, de Tom Wolfe.

¡Qué gran libro! Tengo que releer ese libro, es verdad. Con los intelectuales fascinados por algo que no conocen (ríe). Es que eso es lo que pasó: mucha de la crítica a Charlie Hebdo era desinformada en Estados Unidos, ¡ni siquiera conocían la revista, no saben nada de la realidad francesa! Eso llevó a un retrato fallido sobre la gente de Charlie Hebdo, se dijo que eran racistas, cuando se trataba exactamente de lo contrario. Ahora que las cosas se han calmado, espero que mucha de esa gente entienda que su posición fue equivocada.

Resulta curioso ver que a usted le gusta tanto la ciencia ficción, que es muy activo en Twitter.

Bueno, activo cuando estoy de promoción. Si escribo, ni caso. Sigo a Margaret Atwood, Joyce Carol Oates... También es cuestión de temperamento. Martin Amis ni aparece (ríe). Lo que me interesa es ver cómo se desarrolla la información en esa plataforma, ese es el valor.

También ha colaborado en canciones con U2.

Sí, por accidente (ríe). Le mandé un libro a Bono y él me contestó con una letra. No creo que vuelva a ocurrir (ríe).

Y ha hecho cameos en películas.

Sí, en Briget Jones, por ejemplo. Me encantaría volver a salir en la próxima película pero no puedo, por trabajo. Ahí tienes una exclusiva: no saldré en la próxima Bridget Jones. Lo que me gusta del cine y la televisión ahora es, como decía antes, la capacidad de narrativa. Especialmente en las series.

¿Le gusta alguna serie contemporánea?

Me encantaba Homeland, pero la primera temporada solamente. Dicen que la tercera mejora. Juego de Tronos me resultó demasiado violenta. Y Mad Men me gustaba hasta que me deprimió.

¿Le deprimió? ¿Por qué? ¿Por el existencialismo?

No, ¡ojalá! La serie acaba con el famoso anuncio de Coca-Cola del año 1971, que es cuando yo entré a trabajar en el mundo de la publicidad. Cuando una serie de época coincide con tu propia vida es que ya eres demasiado viejo (ríe).