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El segundo brote de ébola más grande de la historia se cobra 438 vidas en Congo

Georgie trabaja ya desde la apertura como higienista en el ETC de Mangina. Después de una formación comenzó a trabajar en el centro como higienista.

Icíar Gutiérrez

Aline Kahindo Mukandala vive en Mangina, una localidad de la provincia de Kivu del Norte, en República Democrática del Congo. Hace unos meses, su madre cayó enferma y ella decidió acompañarla al hospital. Había contraído el virus del ébola. “Después de estar cuatro días allí, falleció. Dos días después, comencé a sentir escalofríos y frío por todas partes”, cuenta en un testimonio recopilado por Médicos Sin Fronteras (MSF).

La joven fue trasladada al Centro de Tratamiento de Ébola y dio positivo en los análisis de sangre. Pero, a diferencia de su madre, ella pudo curarse y ahora trata de ayudar a otros pacientes del centro. “Me siento muy agradecida. A las personas enfermas: no dejéis pasar la oportunidad de acudir a trataros”.

Kahindo es una de las 267 personas que han sobrevivido al ébola en los últimos meses, según los datos más recientes del Ministerio de Salud congoleño, vigentes hasta el 7 de febrero. Se cumplen seis meses desde que el Gobierno declarara el brote en las provincias de Kivu del Norte e Ituri, al noreste del país. Una semana antes se había dado por finalizado otro brote de una cepa distinta en la provincia de Ecuador, al oeste del país.

Desde entonces, se han registrado 791 casos de personas contagiadas con el virus, 737 de ellos confirmados en laboratorio y 54 probables. 492 personas han fallecido en este brote, de las cuales 54 muertes siguen bajo investigación para clarificar si están relacionadas con el virus y 438 están confirmadas. Las cifran han convertido la epidemia en la segunda más grave de la historia en número de casos, solo por detrás de la declarada en 2014, que se concentró en África Occidental y se cobró la vida de más de 11.300 personas.

En Congo, el brote sigue sin estar controlado y ha golpeado principalmente a las ciudades de Beni, Mabalako, Butembo y Katwa, en Kivu del Norte. Se trata de áreas densamente pobladas, no zonas aisladas, que nunca antes se habían enfrentado a la enfermedad, en un país que ha vivido otros nueve brotes en su historia desde la aparición del virus en 1976, en una zona delimitada por el río Ébola. De todos ellos, el actual es el más mortífero.

La violencia y el desplazamiento, algunos factores

El último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) apunta a un aumento en el número de casos desde el inicio de este año, mientras los investigadores trabajan para identificar lo que se conoce como “la cadena de transmisión”: hacer el seguimiento de quiénes estaban en contacto con los pacientes contagiados confirmados y quiénes estaban, a su vez, en contacto con estos contactos. El virus, que se transmite a través del contacto directo con la sangre y los fluidos corporales, continúa avanzando, en primer lugar, por los movimientos de población que se producen en esta zona, lo que añade dificultades a la hora de dar una respuesta.

“La población local se desplaza con frecuencia entre pueblos y ciudades por motivos laborales y familiares. Algunas personas también prefieren regresar a sus aldeas de origen cuando están enfermas o temen morir”, explica desde Congo Laurence Sailly, coordinadora de emergencia de ébola de MSF, a eldiario.es. “Una de las dificultades de esta epidemia es que en realidad consiste en varias epidemias en una misma epidemia, que ocurren en diferentes áreas según los movimientos de las personas. Así, cada vez que se declara un nuevo punto caliente, es necesario retomar el contacto con la población, gestionar las sesiones de sensibilización, compartir información y, por supuesto, establecer centros de tránsito y tratamiento médico, todo desde cero”.

Estos desplazamientos también responden a la violencia que se vive en algunas de las zonas afectadas Kivu del Norte e Ituri, donde operan grupos armados. La inseguridad también explica que el brote aún no esté bajo control, al dificultar la respuesta médica. La OMS ha mostrado su preocupación por la existencia de “zonas rojas” a las que el personal sanitario apenas puede acceder y, por tanto, aislar a las personas enfermas y evitar los contagios, así como conocer la dimensión real del brote.

“En varias zonas rurales, el acceso puede ser difícil debido a la inseguridad o a limitaciones geográficas como la calidad de las carreteras. Esto hace que sea difícil tener una visión clara del brote en general y de las cadenas de transmisión”, asegura Sailly. “El desafío de controlar el brote en la gran área metropolitana de Butembo y Katwa -con más de un millón de habitantes- aún no se ha logrado”, sostiene.

La provincia de Kivu del Norte lleva más de 20 años castigada por el conflicto y esto ha lastrado la confianza de la población en las instituciones, lo que a su vez ha provocado, en parte, la reticencia de las comunidades afectadas a “participar” en la respuesta al brote, apunta la representante de MSF, que trabaja para contener el brote bajo la coordinación del Gobierno congoleño.

“El conflicto no resuelto y la consiguiente violencia a largo plazo que ha sufrido la población de Kivu del Norte ha creado un enorme 'déficit de confianza' hacia las autoridades, incluso en lo que se refiere a la respuesta al ébola”, apunta Sailly. A todo ello se une, además, el malestar generado en la población tras el aplazamiento de las elecciones generales el pasado diciembre en Beni y en Butembo por el ébola y el clima de violencia, lo que generó protestas que afectaron a la respuesta médica.

Sailly recuerda que la participación de la población local “es fundamental” a la hora de controlar la epidemia, sobre todo a la hora de identificar los contactos de las personas infectadas. También es importante a la hora de desmontar rumores o acabar con la desinformación sobre la enfermedad.

“Sin embargo, en cada brote de ébola nos enfrentamos a cierta resistencia o desconfianza por parte de la comunidad afectada, que puede sentirse temerosa e insegura. Esto es comprensible, porque no es una enfermedad muy conocida y puede parecer aterradora. Ganarse la confianza de la gente es un reto para convencerla de la importancia de que las personas enfermas acudan a un centro de salud con un nivel adecuado de control para evitar infecciones”, asegura la responsable de MSF.

Más de 73.000 personas vacunadas

En la respuesta al brote también ha jugado un papel importante el uso de la vacuna experimental rVSV-ZEBOV, que se encuentra aún en fase de investigación y aún no ha sido homologada. Desde agosto, 73.309 personas han sido vacunadas en total, según los últimos datos de la OMS, muchas de ellas profesionales de primera línea. “Es probable que [la vacuna] haya reducido la extensión del brote”, apunta Sailly.

“Aunque aún no está homologada, sus datos de seguridad y eficacia son muy tranquilizadores, lo que explica la aprobación de su uso actual por parte de los comités éticos del Ministerio de Salud congoleño y de MSF. También se han iniciado campañas de vacunación para los trabajadores sanitarios en Uganda y Sudán del Sur, y está previsto también que se lleven a cabo en Ruanda, ante el temor de que el virus traspase fronteras como lo hizo en 2014, cuando se extendió desde Guinea-Conakri a Sierra Leona y Liberia.

“Hubo un antes y un después de 2014 en la respuesta internacional al ébola. Por ejemplo, la OMS ha tenido en Congo un papel mucho más presente desde el principio, o también en el acceso a fármacos, o a la vacuna”, sostiene Luis Encinas, experto en ébola. “Lo que no ha cambiado es que sigamos necesitando números grandísimos de muertos para poder alertar al mundo europeo y occidental, cuando el ébola no es un problema de África, es global. Hay interés, pero siempre llega cuando son números grandes”, sentencia.

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