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Síndrome de las piernas inquietas, ¿existe algún tratamiento?

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Del mismo modo que existe gente muy tranquila y relajada, hay quienes son muy activos y parecieran necesitar estar siempre en movimiento. Pero hay algunas personas dentro de este último grupo que lo padecen en grado patológico: las que sufren el llamado síndrome de las piernas inquietas (SPI).

Este síndrome es un inconveniente sensitivo y motor caracterizado por una necesidad imperiosa de mover las piernas. Por lo general, es causado o acompañado por sensaciones desagradables de dolor o malestar en esas extremidades –y a veces también en los brazos– cuando la persona se encuentra sentada o tumbada.

Quienes experimentan tales sensaciones de malestar suelen tener dificultades para definirlas. A menudo utilizan expresiones como quemazón, burbujeo, tirantez, presión (“como si me estiraran o apretaran los huesos o los tendones”), nerviosismo, inquietud o desasosiego.

Así lo explica una guía de 'Recomendaciones diagnósticas y terapéuticas' sobre el SPI editada en 2013 por el Grupo de Estudio de la Sociedad Española de Neurología y de la Sociedad Española de Sueño.

Esos síntomas desaparecen, o al menos se alivian de forma notoria, cuando la persona se levanta y camina o al mover o estirar las piernas. Sin embargo, pueden reaparecer de inmediato cuando el movimiento se interrumpe, o muy poco después.

La otra característica del SPI es su ritmo circadiano, es decir, el hecho de que los síntomas aparezcan casi siempre en los mismos momentos del día: en general por la tarde, y sobre todo hacia el anochecer.

¿Cuánta gente sufre las piernas inquietas y por qué?

Aunque no es demasiado conocido, este problema fue identificado hace tres siglos y medio: el médico inglés Thomas Willis lo describió ya en 1672. Sin embargo, solo en 1945 el sueco Karl-Axel Ekbom acuñó la expresión restless legs y el síndrome comenzó a tratarse con mayor seriedad. Es por esto que también se conoce como “enfermedad de Willis-Ekbom”.

Los estudios indican que el SPI afecta a alrededor del 5% de la población europea, y que en el 3% el impacto en la calidad de vida es moderado o importante. El problema aqueja en general a personas en la segunda mitad de la vida (mayores de cuarenta años) y más a las mujeres que a los varones.

Sus causas no están claras, pero uno de los principales factores de riesgo es la genética: según el prestigioso Manual MSD, “un tercio o más de las personas con SPI tienen familiares con el mismo síndrome”. En esos casos, su aparición suele ser más temprana: a alrededor de los veinte años de edad.

La misma fuente cita otros factores asociados, como un estilo de vida sedentario, tabaquismo y obesidad. Además, la aparición del SPI es más probable en mujeres embarazadas y en personas que:

  • Han dejado de tomar ciertos medicamentos. Entre ellos, el diazepam y otras benzodiazepinas.
  • Toman antidepresivos o estimulantes, tanto cafeína como fármacos u otras sustancias.
  • Tienen anemia o carencia de hierro, de magnesio o de ácido fólico.
  • Padecen un trastono renal o hepático grave, diabetes o trastornos neurológicos como neuropatía periférica, esclerosis múltiple o párkinson.

Así afecta el síndrome la calidad de vida

Como se ha mencionado, la calidad de vida de las personas que sufren SPI a menudo se ve muy afectada. Además del malestar en sí mismo, pueden tener problemas en su rendimiento académico o en su vida laboral, por las dificultades para mantenerse quietas durante las clases o reuniones.

Esos problemas también pueden alterar su capacidad para realizar viajes en automóvil, avión u otros medios de transporte que exigen a los pasajeros permanecer sentados durante largos periodos. Algunos aspectos de la vida social (salir a cenar, ir al teatro o al cine, etc.) pueden verse asimismo obstaculizados por la misma razón.

Los efectos se notan también en el sueño: quienes padecen el síndrome tienen importantes dificultades para dormir. De hecho, la mayoría de las personas con SPI también tienen trastorno de movimiento de las extremidades, el cual consiste en mover de forma repetitiva piernas y brazos durante el sueño.

La citada guía de expertos españoles apunta que muchas noches quienes sufren el síndrome “se ven obligados a estirar las piernas, patalean, se levantan y caminan un poco, sin poder dormir a pesar de que se encuentren muy cansados y con sueño”.

“Entre las 3 y las 5 de la mañana las sensaciones se empiezan a aliviar y ya agotados se duermen”, añade el documento. Por supuesto, la falta de un sueño saludable genera, a su vez, otros perjuicios: cansancio y somnolencia diurna, ansiedad, estrés, irritabilidad, confusión, dificultades para pensar con claridad y mayor riesgo de depresión.

Medidas posibles contra el síndrome de las piernas inquietas

El tratamiento contra el SPI consiste en diversas medidas que procuran aliviar sus síntomas, dado que hasta ahora no se conoce ninguna manera de curarlo de forma definitiva.

Entre esas medidas se encuentra la administración de fármacos, en particular dopaminérgicos. Es decir, que incrementan (o imitan) en el cerebro la actividad de la dopamina, el neurotransmisor conocido como la “hormona de la felicidad”. De este modo, se intensifican las señales nerviosas hacia los músculos de las piernas y las sensaciones de malestar y de necesidad de movimiento se mitigan.

Otros fármacos utilizados contra este síndrome son antiepilépticos, opioides y también los suplementos de hierro, si se ha detectado su carencia en el organismo. Por supuesto, cualquier ingesta de estos medicamentos debe estar indicada por un médico, quien antes habrá diagnosticado el SPI a partir de la valoración de sus síntomas.

Por otro lado, existen algunos hábitos relacionados con el estilo de vida –citados por la guía de especialistas en neurología y sueño y también por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos– que también pueden aliviar los síntomas:

  • Procurar una correcta higiene del sueño. Acostarse y levantarse todos los días a los mismos horarios, dormir las siete u ocho horas diarias recomendadas y evitar las siestas de más de media hora. “Suele ser útil, siempre que resulte posible, retrasar la hora de acostarse -explica la citada guía-, de manera que el comienzo del sueño no coincida con el momento de máxima intensidad del SPI”.
  • Cambios en la alimentación. Además de la carencia de hierro, estudios recientes señalan que el consumo de gluten podría estar asociado con el SPI. Y es algo que podría afectar incluso a personas no celíacas. En ese caso, retirar el gluten de la dieta podría tener efectos positivos.
  • Evitar el tabaquismo, y al menos reducir el consumo de alcohol y de bebidas con cafeína.
  • Aplicar compresas frías o calientes sobre las piernas, y relajar los músculos con estiramientos suaves, masajes y baños.
  • Intentar, en la medida de lo posible, llevar un ritmo de vida relajado, con bajos niveles de ansiedad. Actividades como la meditación o el yoga pueden ser de utilidad en este sentido.
  • Hacer ejercicio moderado y regular puede aliviar los síntomas del síndrome de las piernas inquietas , pero exagerar o hacer ejercicio demasiado tarde en el día puede intensificar los síntomas.

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