Blogs Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
El horizonte judicial de Mazón por la gestión de la DANA: los delitos de los que se le acusa
Más de la mitad de centros de crisis de violencia sexual no ha abierto a días del plazo
Opinión - Los Ayuso Amador y el poder. Por Rosa María Artal

Agur, Osakidetza

27 de mayo de 2022 21:47 h

0

Me llamo Roberto Sánchez Sánchez, nací en Bilbao en 1974 y he decidido interrumpir mi relación laboral con Osakidetza después de veintidós años. Quizá te suene mi nombre por mi faceta de palindromista (¡ser etnia renegada genera interés!) o porque disfruté en su día, junto a mis queridos compañeros y amigos Marta Macho y Manoel Martínez, de quince minutos de fama por ser uno de los que alertó del fraude sistemático que se venía cometiendo impunemente en las oposiciones a médico especialista hospitalario del Servicio Vasco de Salud. 

Tengo la inmensa suerte de tener una capacitación y una experiencia laboral muy demandadas en la actualidad: soy médico de familia y anestesista, algo que me ha facilitado encontrar un trabajo digno con el que ganarme la vida después de presentar mi renuncia al puesto de facultativo especialista que ocupaba hasta ahora. Digo “suerte” porque así lo siento: no he hecho más esfuerzos y sacrificios por lograr mi currículum ni he estudiado más que, digamos, una arquitecta de tantas que no consiguen escapar de la precariedad. Dicho esto, me gustaría explicar por qué alguien que es fácil ubicar —con sus contradicciones— en la izquierda política y sindical prosanidad pública ha decidido abandonarla (me refiero a la sanidad pública, claro; cambiar de ideas políticas a mi edad es dificilillo).

He estado trabajando demasiado tiempo bajo presión y con angustia por el hostigamiento de la dirección de mi antiguo hospital, compuesta por José Agustín Agirre Aranburu y Luisa María Díaz Azurmendi. Podría hablar hasta cansar al Santo Job sobre mis encontronazos con estas dos personas que ocupan cargos de libre designación (dedazos), pero me limitaré a ponerles algún ejemplo: el director médico —por el artículo 155— es quien decide cuándo hacen guardia los anestesistas del Alto Deba, y he llegado a encadenar seis fines de semana seguidos sin librar, habiéndoseme asignado por decreto guardias con horas de antelación y sin atender a razones. “Soy el director y te lo ordeno” es el mantra de este paradigma de cargo intermedio que se cree mariscal porque alguien le puso una gorra de plato. Él, que no es especialista en anestesiología, me ha obligado en varias ocasiones a modificar mi praxis por motivos no médicos ni científicos, entrometiéndose en la 'lex artis' de mi trabajo. Durante una huelga del servicio de anestesia, se me cambiaron los servicios mínimos ya firmados en cuestión de minutos, obligándome a atender como “cirugías oncológicas o indemorables” cosas tales como cataratas o juanetes. En varias ocasiones he expresado que consideraba este tipo de órdenes y decisiones un abuso de autoridad y se me ha amenazado con la apertura de un expediente sancionador si no las acataba.

Antes de seguir con el relato, me gustaría presentarles a los personajes. 

José Agustín Agirre Aranburu fue cesado de su cargo de director médico de la OSI Basurto el 8 de noviembre de 2019, el mismo día que fue nombrado director médico de la OSI Debagoiena, lugar en el que trabajábamos los arriba mencionados Marta, Manoel y un servidor como anestesistas. Su nombramiento lo firmaba Juan Luis Diego Casals, director de Osakidetza por aquel entonces. Juan Luis Diego Casals es un abogado que actualmente trabaja como directivo en una filial de Petronor y que en su carrera ha ido transitando entre la administración (fue, por ejemplo, director de EITB) y el sector privado. Fue nombrado para sustituir a María Jesús Múgica, dimitida por el escándalo de las OPE. Según los analistas políticos, Juan Luis Diego es un “fontanero” de confianza del PNV que fue nombrado para controlar los daños provocados por el caso de las oposiciones. Y, según testimonios de compañeros que trabajan en Basurto, José Agustín Agirre Aranburu es un gestor con fama de duro y poco negociador.

Luisa María Díaz Azurmendi, directora gerente de mi hospital, fue la presidenta del tribunal de cardiología en las oposiciones denunciadas. Antes de la celebración del examen de dicha categoría, dos miembros del tribunal le avisaron de que iba a haber fraude y no hizo nada al respecto (hay emails que lo atestiguan). Actualmente, ese proceso selectivo está detenido y judicializado.

Sigo con el relato.

Prácticamente cada vez que hemos chocado con la dirección de nuestro hospital, tanto otros compañeros como yo hemos interpuesto protocolos de conflicto o acoso a través de los canales internos de Osakidetza. En ausencia de respuesta por parte de instancias superiores, solicitamos una reunión en la sede central de Osakidetza con Luisa Larrauri, directora de recursos humanos, quien, cuando le expliqué la ansiedad que me provocaba toda esta situación y que por primera vez en mi vida estaba pensando abandonar Osakidetza, me contestó: “si es por tu salud, igual mejor que te marches”. Comentarios desafortunados aparte, salimos de ese encuentro con el compromiso por parte de la dirección de Osakidetza de investigar el conflicto.

Y comenzó la “investigación”. Para instruirla, se nombró a un médico inspector del departamento de Salud, Enrique Jaramillo, y nos encontramos con que este amigo se dedicaba a buscar el más mínimo resquicio que le permitiera justificar el supuesto acoso al que éramos sometidos: nos preguntaba sobre si respetábamos la autoridad de la dirección del hospital, se interesaba por nuestras redes sociales (con pantallazos impresos a modo de “prueba” incriminatoria) e intentaba encontrar situaciones en las que hubiéramos cometido un error en el desempeño de nuestro trabajo (sin éxito).... Sus pesquisas, aparentemente, estaban guiadas por la dirección hospitalaria denunciada y nos sometía a su interrogatorio en un tono que se percibía como francamente agresivo (tengo las grabaciones si alguien las quiere escuchar). Todo lleva a pensar que hay barra libre para crujir a los traidores que denunciaron el feudalismo imperante en Osakidetza, quebrantando su sacrosanta paz. Esta incursión en el género policiaco —tipo “Torrente”— de la dirección de Osakidetza aún no se ha cerrado, pero albergo la más que fundada sospecha de que acabará —como la “investigación” interna que se hizo en torno al amaño de las oposiciones— en nada... o en expedientes para los denunciantes, porque su fin último no parece ser esclarecer nada sino amedrentar a quien tiene la desfachatez de exigir derechos en lugar de mendigar privilegios. 

En este contexto tan sano y agradable he recibido una oferta laboral desde fuera de Osakidetza que no valoraría en otras circunstancias, pero que a día de hoy siento como una liberación... y la he aceptado. Mi marcha, seguramente, se usará en otros hospitales como aviso a navegantes: así terminan los que no aceptan la pax romana, los que renuncian a la posibilidad de ser patricios y pretenden ser libertos.

Si has llegado hasta aquí, gracias por la paciencia y perdón por haberte contado cosas de mi vida que no tienen por qué interesarte; solo pretendía mostrar un dátil de una de las palmeras del Oasis Vasco. Esta sanidad pública quasiuniversal que disfrutamos es un tesoro, no es patrimonio de quien la gestiona y no pasa por un buen momento, por mucho que nos intenten convencer de que todo va bien. Permitir que el liderazgo en su seno se base en el miedo y maltratar o no cuidar a sus trabajadoras y trabajadores no va a hacer que la situación mejore. Nos merecemos un país más digno, bonito y justo; haz, por favor, lo que esté en tu mano para que la administración gane en transparencia y en respeto hacia quien la sostiene. Ikusi arte, ondo ibili, egin kirola eta utzi erretzeari, arren!

Me llamo Roberto Sánchez Sánchez, nací en Bilbao en 1974 y he decidido interrumpir mi relación laboral con Osakidetza después de veintidós años. Quizá te suene mi nombre por mi faceta de palindromista (¡ser etnia renegada genera interés!) o porque disfruté en su día, junto a mis queridos compañeros y amigos Marta Macho y Manoel Martínez, de quince minutos de fama por ser uno de los que alertó del fraude sistemático que se venía cometiendo impunemente en las oposiciones a médico especialista hospitalario del Servicio Vasco de Salud. 

Tengo la inmensa suerte de tener una capacitación y una experiencia laboral muy demandadas en la actualidad: soy médico de familia y anestesista, algo que me ha facilitado encontrar un trabajo digno con el que ganarme la vida después de presentar mi renuncia al puesto de facultativo especialista que ocupaba hasta ahora. Digo “suerte” porque así lo siento: no he hecho más esfuerzos y sacrificios por lograr mi currículum ni he estudiado más que, digamos, una arquitecta de tantas que no consiguen escapar de la precariedad. Dicho esto, me gustaría explicar por qué alguien que es fácil ubicar —con sus contradicciones— en la izquierda política y sindical prosanidad pública ha decidido abandonarla (me refiero a la sanidad pública, claro; cambiar de ideas políticas a mi edad es dificilillo).