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Silenciar la voz de las mujeres

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En la Comunidad de Madrid se han prohibido las manifestaciones para el 8M. No voy a entrar en el baile que se traen Díaz Ayuso, los jueces y el Gobierno, pero el resultado es que Madrid, la región con menos restricciones para los comercios y la hostelería, que está en desacuerdo con el confinamiento de su territorio en Semana Santa, que permite eventos donde coinciden miles de personas y manifestaciones por diversos motivos, será la única Comunidad donde las mujeres no puedan ejercer su derecho. Incoherente desde el punto de vista de la pandemia de la COVID-19. Aunque esta prohibición sí responde a otro tipo de coherencia con viejos mandatos: impedir a las mujeres ocupar el espacio público, silenciarlas.

Mary Beard dice en su libro Mujeres y Poder: “Quiero empezar por el principio mismo de la tradición literaria occidental, con el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer 'que se calle'. Me refiero a un momento inmortalizado de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años… Penélope, en la gran sala del palacio, le pide al aedo que elija otro canto más alegre, pero interviene el joven Telémaco: Madre mía, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca”.

Esta autora nos invita a examinar a fondo Grecia y Roma para comprender mejor cómo hemos aprendido a pensar de la manera en que lo hacemos. En concreto es necesario ahondar en los mecanismos para silenciar a las mujeres, para negarles la palabra como estrategia para aislarlas de los centros de poder. Mecanismos profundamente arraigados en nuestro comportamiento actual.

La literatura, desde la mitología griega nos ofrece muchos ejemplos, uno de los más crueles es el mito de Filomela. Filomela, hija del rey Pandión de Atenas, es violada por su cuñado, el héroe Tereo de Tracia. Para que su esposa, Procne, no se enterase de lo ocurrido cortó la lengua a Filomela y la encerró en una solitaria prisión en el bosque. Luego le dijo a Procne que su hermana había muerto. La crueldad del mito va en aumento, pero esta primera parte es la que nos interesa para el asunto que estamos tratando.

Dando un gran salto en el tiempo, la editora Raquel Manchado, que lleva años investigando la misoginia y la cultura de la violación en el humor gráfico, ha recuperado gran cantidad de postales graciosas del siglo XIX y principios del siglo XX. Hay una caricatura de un hombre cortando la lengua a una mujer con unas tijeras, en otra, una mujer lleva la boca taladrada por un gran candado.

A las mujeres no se les ha permitido expresar su opinión en público porque la oratoria era una habilidad exclusiva que definía la masculinidad como género. Difícil expresarlo mejor que como lo hizo Homero: “Una parte integrante del desarrollo de un hombre hasta su plenitud consiste en aprender a controlar el discurso público y a silenciar a las hembras de su especie.” Hoy la masculinidad se sigue construyendo sobre su la inferioridad de las mujeres, ejerciendo su control.

La imagen de Telémaco adolescente que hace callar a una Penélope sagaz y madura está presente cada vez que un hombre menosprecia lo que dice una mujer, aunque sea experta en un tema. Es lo que varias autoras denominan mansplaining: cuando un hombre interrumpe a una mujer, para explicar algo de manera condescendiente, convencido que él sabe más, desacreditando a su interlocutora simplemente por su género. Rebeca Solnit lo trata en Los hombres me explican cosas.

Silenciar a las mujeres no es cosa del pasado. Una prueba de su vigencia nos la ha proporcionado hace solo unos días un episodio que involucra al deporte, uno de los ámbitos sociales más machistas y a Japón, la tercera economía del mundo, pero que en igualdad de género, según el FEM, en 2019 ocupaba el puesto 121 de 153 países.

Yoshiro Mori, presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos Tokio 2020, en una reunión en la que se debatía el aumento de las mujeres miembros de un 20% a un 40%, dijo que en ese caso las sesiones se harían interminables porque las mujeres tienen un gran sentido de la rivalidad y si una levanta la mano para pedir la palabra, las demás sienten que necesitan hablar también.

Existen muchas maneras de comprar el silencio de las mujeres, la vergüenza, el miedo o el dinero, como ha ocurrido en los dos casos más mediáticos de los últimos años. Dominique Strauss-Kahn, en 2011, siendo director gerente del FMI fue acusado de agresión sexual e intento de violación por Nafissatou Diallo, camarera del hotel de Nueva York donde se alojaba. Permaneció dos meses y medio en prisión y finalmente las dos partes llegaron a un acuerdo económico millonario. El gran depredador sexual y productor de Hollywood, Harvey Weinstein, durante décadas compró el silencio de sus víctimas. Con el agravante de que el sistema estadounidense avalaba que las mujeres, tras llegar a un acuerdo económico, renunciaban a hablar y así los acosadores seguían campando por sus respetos.

El viernes se estrenó en Netflix la serie Nevenka. Ana Requena ya nos había adelantado que Nevenka Fernández vuelve para recordarnos que el 'Me Too' es una explosión muy reciente y que el silencio y el estigma son, en cambio, muy antiguos. Nevenka Fernández rompió el silencio, denunció a Ismael Álvarez y lo pagó muy caro. Veinte años después ha contado lo que ocurrió. Vi con devoción a la Nevenka de ahora y a la de entonces. Algunas imágenes estaban vivas en mi recuerdo. Las había guardado envueltas en una doble capa de injusticia, porque Nevenka Fernádez no fue apoyada por las mujeres del Partido Popular que cerraron filas en torno al acosador, pero tampoco por el movimiento feminista, precisamente, por pertenecer a dicho partido. Aquella concejala de 25 años que tras conseguir que se condenara al primer político por acoso sexual en España, tuvo que dimitir y exiliarse. Ganó el juicio, pero la sociedad ya la había condenado. Perdió el juicio social, como dice en la serie Juan José Millás, que entonces la defendió públicamente y en 2004 escribió Hay algo que no es como me dicen. El caso de Nevenka Fernández contra la realidad.

Hoy podemos reconocer a Nevenka Fernández como una pionera del #MeToo. Le agradezco su valentía, al igual que a todas las mujeres que han estado en su situación. En estas fechas, de manera especial a las más de 80 mujeres que acusaron a Weinstein y destaparon el escándalo que dio origen a un movimiento global de activismo contra la violencia sexual. Mujeres que al romper su silencio nos han protegido a todas.

En la Comunidad de Madrid se han prohibido las manifestaciones para el 8M. No voy a entrar en el baile que se traen Díaz Ayuso, los jueces y el Gobierno, pero el resultado es que Madrid, la región con menos restricciones para los comercios y la hostelería, que está en desacuerdo con el confinamiento de su territorio en Semana Santa, que permite eventos donde coinciden miles de personas y manifestaciones por diversos motivos, será la única Comunidad donde las mujeres no puedan ejercer su derecho. Incoherente desde el punto de vista de la pandemia de la COVID-19. Aunque esta prohibición sí responde a otro tipo de coherencia con viejos mandatos: impedir a las mujeres ocupar el espacio público, silenciarlas.

Mary Beard dice en su libro Mujeres y Poder: “Quiero empezar por el principio mismo de la tradición literaria occidental, con el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer 'que se calle'. Me refiero a un momento inmortalizado de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años… Penélope, en la gran sala del palacio, le pide al aedo que elija otro canto más alegre, pero interviene el joven Telémaco: Madre mía, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca”.