Los últimos latidos del teatro de calle, el fenómeno social que se apaga entre restricciones y precariedad
Se abre el telón y aparecen tres octogenarias que tras el fallecimiento de una cuarta amiga plantan cara a la muerte y se ríen de la vida. Su escenario es la calle y sobre ella las tres hacen la revolución. Se desquitan del tabú del sexo, de las cargas familiares de tener que cuidar a sus nietos después de haber criado a sus hijos o de la religión impuesta. Todo ello con capuchas de ganchillo tejidas por ellas mismas. Se trata de la obra de teatro de calle o teatro callejero 'Femmes' de la compañía Hortzmuga. Una compañía que nació en 1989 con el objetivo, más que de entretener o animar, de reivindicar.
“Entendemos que el teatro callejero nació para representar actos reivindicativos, para ser un arte con un trasfondo político o social”, detalla a este periódico Nerea Lorente, miembro de Hortzmuga. Otra de las obras que representan en la compañía es 'Al fin del camino', la historia de Pedrín, un joven que un día se atrevió a transformarse ante todo su barrio en Divina Pedrea. En aquel momento, su padre, sindicalista de toda la vida, le dijo “tú ya no eres mi hijo”. Pedrín se quedó en la calle con mil pesetas. Consigue seguir adelante y hacer realidad su sueño de ser una drag queen, hasta que la vida le vuelve a reencontrar con su padre, enfermo de Alzheimer, al que tiene que cuidar después de todo lo que le hizo.
Lorente y sus compañeros no entienden otra forma de hacer teatro de calle que no sea la suya. Sin embargo, son conscientes de que las trabas son cada vez mayores y su futuro está en juego. “Antes podías transgredir lo social y la calle. No tenías que pedir permiso para cortar una calle o para hacer una pintada. Era todo mucho más espontáneo. Ahora no puedes hacer nada sin consultarlo antes con cada Ayuntamiento y la relación con el público, algo que es imprescindible en nuestras obras, no es tan libre. Cuando nos contratan nos ceden un espacio que normalmente suele estar lejos del núcleo urbano, en algún parque, para molestar lo menos posible. Cuanto menos compliquemos la vida de la ciudad o el pueblo, mejor”, sostiene.
Tampoco son tan libres los temas que pueden o no representar, ya que, depende de lo que reivindiquen en ellos, algunas instituciones deciden contratarles o no. “Los ayuntamientos, que son quienes suelen contratarnos normalmente, cada vez buscan propuestas menos complicadas, más blancas, que sean de puro entretenimiento y si puede ser para todos los públicos, mejor. No les interesa tanto que tenga un contenido social. Esto hace que ganen espacio propuestas como circos u acrobacias, que entendemos que deben existir, pero que restan espacio al teatro de calle”, lamenta Lorente.
Nos gusta que el público tenga conversaciones incómodas, pero necesarias tras ver nuestras obras. Que surja un debate
Sus actuaciones han llegado a ser polémicas en algunos lugares, como en Eslovenia, donde según cuenta Lorente, la Policía les quiso detener por realizar una pintada durante una obra o en un lugar de España donde no ha querido especificar, que tuvieron un problema con un policía al que tomaron como miembro del público y “no entendió” que se trataba de un teatro. Finalmente el policía interpuso una denuncia en su contra. “Reflexionamos constantemente sobre lo que queremos hacer y la verdad es que no sabemos hacerlo de otra forma. Podríamos hacer circo o teatro sin trasfondo social, pero eso no nos movería tanto. Nos gusta que el público tenga conversaciones incómodas, pero necesarias tras ver nuestras obras. Que surja un debate”, asegura.
Otra de las cuestiones que están apagando poco a poco el teatro de calle, es la precariedad del sector. “Se puede vivir del teatro, pero la precariedad del sector en general, pero sobre todo dentro del teatro de calle es bastante notoria. En nuestro caso recibimos subvenciones del Gobierno vasco y realizamos trabajos por encargo y en eventos. Sobrevivimos, aunque sobrevivir no es tener una vida digna del todo. No vivimos holgadamente. Nos reunimos en mesas sectoriales y luchamos junto con las instituciones para que respeten nuestro trabajo, para que no nos regateen cuando quieren contratarnos y paguen lo que realmente merece nuestro trabajo”, asevera Lorente, que confiesa que el futuro del teatro callejero, en estas circunstancias, lo ve “complicado”.
La evolución del teatro de calle está siendo muy descafeinada. Se ha impuesto lo apolítico, lo asocial, lo blanco y lo que no quiere molestar
Se vuelve a abrir el telón, pero esta vez quien aparece es un matrimonio de ancianos que, tras 40 años viviendo en su casa, deben enfrentarse a un desahucio. Él, no quiere irse por las buenas y quiere resistir cuando ve a la Policía debajo de su balcón. Ella, que se muere de vergüenza, busca acabar con todo cuanto antes, pero sin dejar en ese piso sus cosas, sus recuerdos, su vida. Se trata de la obra 'Desahucio', de la compañía Barsanti.
“Todos los espectáculos que tenemos son políticos, porque para mí, lo social es político. En 'Desahucio' tratamos un tema que hace unos años estuvo muy presente en la sociedad, pero que poco a poco va menguando su presencia en los debates sociales y políticos, aunque siga habiendo desahucios prácticamente todas las semanas”, explica el actor Pako Revueltas, miembro de la compañía Barsanti.
En su caso, considera que el teatro callejero es una “víctima de la institucionalización de la vía pública”. “Habrá gente que lo defienda, pero la calle ha perdido mucho de lo que es la calle, la espontaneidad. Hay muchas ciudades en la que es difícil trabajar porque donde antes había espacios públicos ahora hay establecimientos, comercios o bares”, lamenta, para recalcar después que otro de los problemas del sector es la precariedad. “Los actores nos hemos acostumbrado a vivir en unos parámetros de precariedad muy altos. En mi caso, no he parado de trabajar en teatro en muchos años y aún así, puedo decir que no tengo casi nada. Todo lo que tengo entra en una furgoneta y de las pequeñas”, reconoce.
Nos ha pasado que después de contratarnos, al ver el tema, no nos han dejado actuar. No es una censura directa, pero existe
Al igual que Hortzmuga, Barsanti suele recibir contrataciones de Ayuntamientos, para actuar en pueblos o ciudades dentro y fuera de Euskadi. En principio, tanto el público como las instituciones aceptan los temas con los que trabajan. Sin embargo, en alguna ocasión, no les han dejado actuar después de haberles contratado. “Tenemos una obra en la que abordamos el tema de un trabajador que se suicida. Nos ha pasado que después de contratarnos, al ver el tema, no nos han dejado actuar. Hay responsables del área de Cultura de Ayuntamientos que sobre todo en época de elecciones, lo que buscan es no crear incomodidades. Y eso se traduce en que prefieren espectáculos que no digan nada y sean entretenimiento puro. No es una censura directa, pero existe”, reconoce.
La obra sobre la que Revueltas habla es 'Akabo', y en ella se muestra cómo el protagonista plantea quitarse la vida tirándose de una grúa porque piensa que es un estorbo para el resto. “Este año tenemos algunas funciones pero para el año que viene lo mataremos del todo. Hemos notado que el tema ha sido un lastre que no esperábamos. No creíamos que iba a costar tanto hablar del suicidio en una obra de teatro. Pensábamos que iba a ser todo lo contrario y que iba a tener una buena acogida, pero al presentarlo hemos recibido muchos comentarios que nos hacen ver que el tabú sobre el suicidio aún existe y es muy latente en la sociedad. Sigue siendo algo muy fuerte para la gente y no quieren verlo al menos en el contexto del teatro”, sostiene el actor.
Para Revueltas, el futuro del teatro de calle se presenta “descafeinado”. “No soy un agorero. La evolución que está teniendo el teatro de calle está siendo muy descafeinada, es algo que ya pasa desde hace años. Se ha impuesto lo apolítico, lo asocial, lo blanco, lo que no quiere meterse con nada ni nadie, no quiere molestar y eso es muy descafeinado. En sus orígenes un teatro muy combativo que criticaba el statu quo y no digo que tenga que seguir siendo así, ni que tengas que ser político, pero se pueden hacer críticas o buscar una transformación y un impacto en el público de muchas maneras. Y eso se ha perdido un montón y creo que se va a seguir perdiendo”, concluye.
Tanto Hortzmuga como Barsati han participado este fin de semana en Umore Azoka, la feria de arte callejero en Euskadi que se ha celebrado en Leioa (Bizkaia) y en la que han formado parte más de 80 espectáculos de la mano de 41 compañías vascas, estatales e internacionales. “Llevamos 24 años apostando por las artes escénicas, comprometidos con un sector que necesita escenarios y escaparates urbanos que les permitan mostrar su talento. Nos hemos convertido en referente para las y los profesionales y las compañías del sector y estamos muy orgullosos de ello”, indica a este periódico el alcalde de Leioa, Iban Rodríguez, quien asegura que, al menos en su municipio, “seguirán apostando” por las artes escénicas y las artes de calle.
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