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La soledad que nos une

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En estos tiempos post pandemia vemos que muchas de nuestras relaciones se han deteriorado. Han sido dos largos años en que se nos ha impuesto un aislamiento inusual, cuando somos una especie animal gregaria, y eso es bueno en términos generales porque los animales que aprendieron a vivir de este modo, tienen un mayor éxito para sobrevivir como especie. Pero esa forma de vivir en comunidad, dependiendo emocionalmente del grupo, nos hace ser más frágiles mentalmente ante el aislamiento.

Durante el mes de mayo se celebró la Semana de la Soledad, como un gesto para que la sociedad tome conciencia del problema de salud mental que puede originarse debido a este sentimiento. Porque la soledad no es ese ratito o ratazo que pasas a tu aire haciendo lo que te gusta, o disfrutando de tu propia compañía, que es algo que debemos reconocer que mola mucho, la soledad es un estado de angustiosa incomodidad que resulta cuando uno percibe una brecha entre los propios deseos de conexión social y las experiencias reales de la misma. O cuando miras de frente tu vida y te descubres sin apoyos, y demasiado vulnerable como para afrontar el día a día, o el futuro que aunque uno aprenda a disfrutar el presente, el futuro suele llegar y a veces nos pilla sin herramientas para vivirlo. 

Escribo sobre la soledad porque la pasada semana he tenido dos experiencias personales que me han traído a este punto. Una es mi sensación de soledad ante el sistema sanitario de salud, el de Extremadura en mi caso, porque llevo en la lista de espera quirúrgica un año y nueve meses y no logro obtener ni una sola explicación coherente sobre la causa del retraso de una intervención que en marzo parecía inminente. Da lo mismo a que puerta toque, lo que encuentro cuando me abren es caos y desinformación, y una actitud de alejamiento que me provoca una sensación de indefensión  que concuerda con la definición del término: “un estado de angustia e incomodidad que resulta cuando uno percibe una brecha entre los propios deseos de conexión social y las experiencias reales de la misma.”

Por otro lado, como buena persona creativa, me deshago de mis fantasmas, en la medida de lo posible, escribiendo. De modo que la pasada semana escribí un poema acerca de mi frustración, mi indefensión, y mis razones para resistir. Sí, el poema hablaba de esa idea del suicidio que es consoladora, esa idea de que si las cosas se ponen peor puedes encontrar una puerta de escape… pero todavía no, porque tomar esa puerta te cierra el goce de otras situaciones hermosas. 

Cuando estoy muy triste, anhelo hacer lo que yo llamo un Emily Dickinson, pero en el fondo sé que no puedo. Ella asumió la soledad y escribió para sí los más increíbles poemas, que atesoró en su cuarto hasta el final de su vida, y dejó dicho que los destruyeran tras su muerte. Entiendo que esos poemas la hacían sentir menos sola, por lo que no tuvo el valor de destruirlos ella misma y romper así el último lazo con su ser gregario. Yo, sin embargo, escribo para que me lean. De modo que compartí el poema en mi canal de telegram, que siguen muy pocas personas. Pero, y aquí viene la otra experiencia asombrosa, mi poema salió de ese canal y se ha difundido en facebook por personas (mujeres) que no conozco pero que lo han hecho suyo, porque comentan, y esa es la causa del título del artículo, cómo las hace sentir y dicen: “me identifico totalmente”. 

Esto es, muchas personas nos sentimos solas, y no importa que vivamos acompañadas o que tengamos excelentes amistades, o que juguemos en línea con otras personas. Leo algunos artículos y documentos al respecto, pero no encuentro respuesta. Hablan de la soledad de las personas mayores sobre todo, pero no hablan de la raritud. La raritud es ese sentimiento de no encajar, por múltiples factores, en ninguna categoría de las necesarias socialmente. Estando de acuerdo con ustedes en que nadie es normal, debemos coincidir en que hay personas que tienen más puntos de conexión con el entramado social como para considerarse a sí mismas “normales” y existen personas que tienen menos puntos objetivamente, por lo que pueden sentirse objetivamente rechazadas en los ítems que nos dan seguridad y estabilidad dentro de nuestro grupo. 

La raritud, por muy conscientemente asumida que la tengamos, produce sensación de indefensión ya que nos coloca fuera del grupo, y nos ponen en una situación de vulnerabilidad frente a la vida, porque toda manada tiene sus reglas, sus engranajes engrasados, y ser parte ya sea uno rodamiento, cojinete, rodillo o cadenas, nos da seguridad. 

Aunque sinceramente la raritud nos da una perspectiva de las otras vidas más respetuosa, siempre y cuando la asumamos, y no queramos ocultarla en una falsa pátina de normalidad. Creo, y ahora voy a hablar de política, que muchas personas se niegan a mirarse a sí mismas, a nombrar su soledad, porque el miedo las atenaza tanto que quieren a toda costa ser normales, encajar en el engranaje fácil, en el engranaje de cuatro elementos y poco más. Pero ese miedo nos va a llevar a retroceder en derechos fundamentales, no solo laborales, sanitarios (la falta de información también provoca mala salud, mental casi seguro), educativos (en atención a la diversidad) o medioambientales (negar lo evidente como la emergencia climática o la sexta extinción masiva), si no también el derecho a ser parte de nuestro grupo de referencia con todas nuestras disonancias.

Somos seres gregarios, adaptados para sobrevivir juntos, para plantar cara a las adversidades juntos, pero cuando el miedo puede más que la razón, el grupo se vuelve intolerante y salimos perdiendo sin remedio.