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Ecologistas y pescadores navegan juntos contra Altri y el deterioro de las rías: “Lo importante es mantener el rumbo”

Uno de los cientos de barcos participantes en la protesta contra Altri este sábado 22 en A Pobra do Caramiñal (A Coruña)

Luís Pardo

26 de marzo de 2025 22:35 h

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La movilización de cientos de embarcaciones contra el proyecto de macrocelulosa de Altri, en la que lanchas de organizaciones ecologistas cruzaron la ría de Arousa junto a pesqueros o bateeiros rumbo al puerto de A Pobra do Caramiñal —donde decenas de miles de personas esperaban en tierra— tiene un precedente próximo en el tiempo. En junio, los barcos de pesca artesanal escoltaron al rompehielos de Greenpeace Arctic Sunrise en su llegada a Vilagarcía en la que fue la primera gran manifestación marítima contra la pastera. De aquella singladura surgió un documento conjunto y un compromiso entre dos sectores, muchas veces enfrentados sobre el papel, para hacer frente hombro con hombro a problemas comunes que van mucho más allá del riesgo de contaminación de la cuenca del río Ulla.

“Esto ya se puso de manifiesto con el Prestige”, rememora Xaquín Rubido, biólogo y rostro visible de la Plataforma en Defensa da Ría de Arousa (PDRA). Entonces, los marineros de Arousa frenaron la entrada de fuel en la ría con sus propias manos, en unas imágenes que dieron la vuelta al mundo. Muchos de aquellos veteranos, con más canas y tripulando barcos que, en su mayoría, ni existían hace dos décadas, pusieron rumbo este sábado hacia A Pobra para oponerse a lo que sienten como una nueva amenaza contra su modo de vida.

Si Ulloa Viva, el movimiento nacido en la comarca lucense donde pretende instalarse Altri, es el ejército de tierra, la PDRA articula el brazo marítimo de la rebelión contra Altri. A ellos les tocó gestionar la logística de los dos desembarcos: tanto el de junio, en Vilagarcía como el de A Pobra.

La ría de Arousa y Palas de Rei, el enclave previsto para la celulosa, están separados por más de 100 kilómetros, pero unidos por un río, el Ulla —ése del que, según la conselleira de Medio Ambiente, Ángeles Vázquez, “nadie bebe agua directamente”—, tan imprescindible para la fabricación de pasta soluble y fibras vegetales como para la supervivencia de la ría en la que desemboca y que, a lo largo de su curso, se ve amenazada por otro proyecto que vuelve a tomar cuerpo: la mina de cobre en los concellos coruñeses de Touro y O Pino.

Rubido recuerda que ya a finales de 2002, cuando la marea negra del petrolero azotaba la costa gallega, él mismo había propuesto integrar en la gestora de Nunca Máis —el movimiento ciudadano nacido de la manifestación dos paraugas que colapsó Santiago con más de 200.000 personas— a las cofradías de pescadores “más dinámicas”. Nombres como el de Francisco Iglesias, patrón mayor del pósito de O Grove, se convirtieron en símbolos de aquella lucha.

La propia PDRA, en la que está representado “todo el sector del mar” tiene entre sus miembros a la CIG —el sindicato mayoritario en Galicia— pero también a entidades ambientalistas como Greenpeace, Adega o la Agrupación Ecoloxista do Salnés. “Somos una estructura integradora. Siempre que se respeten los mínimos de defensa del sector productivo, que es ambientalmente sostenible, tendemos a llegar a acuerdos”.

No duda de que el mar está viviendo un momento crucial, y no sólo por Altri. “Hay mucho en juego y lo que tenemos sólo se gana con alianzas de futuro, con colaboración al nivel que sea posible. Los gestos son importantes y el sectarismo no es bueno; lo bueno es admitir que somos distintos: cada uno juega su papel, hace las cosas a su aire y hay que dejar que sea así. Todos los colectivos necesitan su momento y eso está bien”.

Manifiesto de a bordo

El Arctic Sunrise, curtido en romper hielo en los polos, lo hizo también en la ría de Arousa. Mientras estuvo atracado en el puerto de Vilagarcía, Greenpeace y la PDRA se sentaron a bordo para consensuar un documento sobre la “crisis” que afecta “a los océanos y a las personas que viven de ellos”. Manoel Santos, coordinador en Galicia de la organización ecologista, se muestra “especialmente orgulloso” de un texto que arranca pidiendo “un Tratado Global de los Océanos”.

Rubido también lo recuerda como un hito. “En ese acuerdo, ellos reconocían los problemas del sector”. Para él, estas formas de colaboración “implican acercamientos”. “No fue difícil: apartamos las cosas en las que íbamos a chocar y llegamos a acuerdos”, resume Santos. Y la macrocelulosa sobre el Ulla sólo era un punto entre una veintena.

“Impedir la puesta en marcha de nuevas plantas de celulosa como Altri, que pondría en peligro no solo el río Ulla, sino también la ría de Arousa como consecuencia de la disminución del caudal y el incremento de la contaminación y temperatura de las aguas del río”, consta negro sobre blanco. Santos enumera otros acuerdos a los que cree que “nadie podría oponerse”: “la regeneración de las rías, controlar los vertidos, frenar las especies invasoras, el furtivismo... ”.

El ecologista tiene claro que pescadores y mariscadoras ya “ven problemáticas ambientales que les afectan”, como el cambio climático o la subida de la temperatura del agua, y los efectos nocivos que tienen sobre la producción. “Ahí nos estamos encontrando y nos tenemos que defender unos a otros. Nadie más tiene un sector como el nuestro ni 1.600 kilómetros de costa”. Por eso, cree que estas alianzas estratégicas entre sectores pueden ser, en parte, cierto “hecho diferencial” gallego, pero también el que aquí se concentre “más del 60% de la pesca del Estado”.

Aun así, hace distinciones: “una cosa es la pesca industrial, el arrastre de fondo, el palangre de superficie... la pesca de altura y gran altura y otra muy distinta la pesca artesanal”; en sus movilizaciones, “excepto algún verso suelto con más conciencia, la pesca industrial no está”. Tienen claro que su lucha es la de “la pesca artesanal, el marisqueo y la acuicultura extensiva”, actividades que, según sus cuentas, pueden abarcar el 80% de las embarcaciones gallegas —unas 4.000— pero poco más del diez por ciento de la facturación total del mercado.

“Del puerto de Vigo salimos casi apedreados por el arrastre de fondo. Con ellos vamos a tener conflicto hasta que desaparezca, porque nos parece el método de pesca más destructivo”, recapitula Santos. “Tuvimos lío con el palangre de superficie, que está acabando con los tiburones... pero no creo que lo tengamos con la pesca artesanal”. Aun así, no todos los puertos son iguales. “Las cofradías de pescadores, como las comunidades de montes y las asociaciones de vecinos son espacios de poder que los partidos siempre luchan por ocupar. En Galicia sabemos bien quiénes son los patrones mayores de un lado y del otro...”.

Contrato con la naturaleza

Rubido prefiere no incidir en las diferencias con la pesca industrial y se limita a decir que, entre ellos, “existe una distancia que se percibe por el silencio”. “La pesca, para ser sostenible, tiene que llegar a un contrato con la naturaleza y saber cuáles son los límites. El sector productivo de la ría de Arousa sí tiene ese trato”.

“Los problemas graves los están viviendo en el interior de la ria”, confirma Santos que enumera varias bahías con situaciones similares: Arousa, Pontevedra, Noia... “Ahí se chupan el urbanismo, la contaminación... Es el momento de evitar que se sigan deteriorando los ecosistemas y que se les defienda”.

El responsable de Greenpeace en Galicia da por hecho que a la larga habrá problemas con los bateeiros, curiosamente, el sector que más ha tirado de las últimas movilizaciones. “Es probable que tanta batea esté siendo perjudicial, habrá que verlo en su momento, porque ahora estamos en una crisis ecosistémica que ellos ya notan”.

Santos tiene dudas sobre la cantidad de bateas —Arousa acumula dos terceras partes de las más de 3.300 instaladas en la costa gallega—, pero no sobre la filosofía de una actividad que la convirtió en la primera productora mundial de mejillón. “La de bivalvos es la acuicultura más sostenible”. La contrapone a la que llama “carnívora”, la que satura supermercados y restaurantes con lubinas y doradas, criadas en piscifactorías con piensos procedentes de descartes de la pesca. “Nuestro mejillón se alimenta filtrando el mar, así que lo que toca es tener un mar sano para que pueda filtrarlo”.

Para él, la explotación sostenible de los recursos marinos pasa sólo por la pesca artesanal y el marisqueo. “Las otras formas no nos valen. Si éstas se cuidasen con un poco de cariño y se invirtiese en ellas lo que se invierte en otras partes, nos iría mucho mejor y tendríamos capacidad de surtir a la población”. Pese a la urgencia del momento, no se engaña: “¿Que no hacen todo bien? Seguro, pero seguro que nosotros tampoco”. Y tiene claro lo que espera en el futuro: “Chocaremos, pero será en otro momento”.

“La convivencia es buena, ayuda a relativizar las diferencias y buscar puntos en común para tejer un movimiento social”. Tras más de cuatro décadas en el activismo, Rubido detecta cómo el cambio de mentalidad va impregnando un sector productivo que ha dejado de ser reacio al cuidado del medio ambiente. El ecologismo se lo agradece subiéndose a su barco. “Estamos defendiendo una cultura. Si desaparecen las mariscadoras no solo desaparece una actividad: desaparece una cultura”. Y como si estuviese al timón, Rubido concluye: “Lo importante es mantener el rumbo”.

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