“Giorgia, Giorgia, Giorgia”, gritan en la plaza. Los líderes de la coalición de centroderecha más a la derecha que nunca están por fin en el escenario, casi una hora más tarde de lo esperado. Ha habido tiempo para que Piazza del Popolo se llenara un poco más. No llegará a llenarse del todo. No es un pinchazo pero no está a rebosar como en otras ocasiones. Pero, y esto es lo que cuenta ahora, es sobre todo una plaza entregada a Hermanos de Italia, donde, en un mar de banderas con el logotipo del partido de Giorgia Meloni, los estandartes del resto de la coalición desaparecen. Y así, hasta la entrada en escena de Meloni, los demás parecen todos teloneros. Si el próximo domingo de las urnas saldrá una victoria, será de su mano, de la mano de la líder del partido ultra Hermanos de Italia.
El primero en hablar es Silvio Berlusconi. Cuando su imagen aparece en las dos grandes pantallas que están al lado del escenario, el efecto inmediato es de Regreso al futuro. Pero no hay máquina del tiempo que devuelva Forza Italia a lo que fue. Le presentan como “el estadista italiano más conocido y respetado en el mundo. El hombre que ha fundado el centro derecha”. Él bromea: “Nunca había escuchado algo así”. Habla como si fuera aún, a sus 85 años, el líder de la alianza y no el socio minoritario de una coalición a tracción de Hermanos de Italia. Pero que lo sabe se nota cuando lleva al extremo el discurso hablando de “invasión incontrolada de clandestinos” y de “la libertad contra el comunismo”.
“Viva Giorgia, viva Hermanos de Italia”, grita cerrando su intervención. Tarda dos segundos en añadir: “Viva Matteo y Viva la Liga. Viva Forza Italia y Viva la Libertad”. Suena a rendición ante las evidencias. No hay sondeos públicos desde hace dos semanas, pero las encuestas clandestinas circulan por los chats de los partidos y de los periodistas y son un secreto a voces. Las horquillas varían mucho, y puede haber alguna sorpresa, pero el dato claro es que el centroderecha ganará en la medida en que lo haga Meloni. Los papeles se han invertido. Hace cuatro años Meloni llegó a poco más del 4 por ciento. Ahora es Forza Italia la que podría estar poco por encima de estas cifras. Y luego está la Liga de Matteo Salvini, el hombre que llevó a su partido a superar el 34 por ciento en las elecciones europeas de 2019 y se convenció de que sería primer ministro. Hoy ve ante sus ojos el sorpasso por la derecha de Meloni, que podría doblarle en número de votos, mientras su formación obtendría un resultado por debajo –y bastante– de lo que cosechó en las generales de 2018.
Entregados a Meloni
Cuando llega su turno, Salvini, que cruza la plaza hasta llegar al escenario haciéndose como de costumbre decenas de selfies con los militantes, no tiene ya el brillo de sus tiempos mejores. Aparece rodeado por un grupo de jóvenes con carteles que reproducen los lemas de su campaña. Uno reza: “Stop al canon de la Rai”, el impuesto que se paga para ver la tele pública. “Defensa de las fronteras”, dice otro. Es, desde siempre, su favorito. Es la parte de su discurso donde se encuentra más cómodo, cuando arremete contra los inmigrantes, en la retórica del “nosotros y ellos”, los pobres italianos y los que llegan a Lampedusa. No dice ya “primero los italianos”, no besa el rosario como otras veces, pero cuando desde la cercana Iglesia se empiezan a oír campanadas, no deja escapar la ocasión: “Bienvenidas las campanadas. Y que nadie entre en nuestro país para querer cambiar nuestra manera de pensar”. “Estoy listo para realizar todo esto”, promete. “Como primer ministro si los italianos lo quieren. Como un humilde servidor del Estado, si los italianos así lo quieren”.
La plaza le aplaude pero no tiene nada que ver con el calor que le demuestran a Meloni. “Gracias por esta plaza magnífica”, empieza ella. “Giorgia, Giorgia”, repiten. Ella se ríe. Está cómoda. Es su plaza. Repite punto por punto lo que ha dicho en decenas de entrevistas, en decenas de mítines. Es un guion ensayado y esta vez ella se controla. No se desgañita como en el mitin de Vox, aquella imagen que intentó borrar durante toda la campaña electoral. No le hace tampoco falta. “Han dicho que damos miedo. ¿A quién le damos miedo? ¿Yo os doy miedo?”, pregunta. La respuesta se da por descontada. “Nos teme quien quiere una Italia débil”.
“Dicen que la gente se tiene que tapar la nariz y votar a la izquierda. Yo aquí veo aire de libertad”, repite. Es lo que los suyos quieren oír. Muchos han esperado horas para oírla hablar. Hay unos cuantos jóvenes miembros de las juventudes del partido. Algunos han venido desde otras ciudades. Como Alessio Moroni, de 26 años, estudiante de relaciones internacionales, que se ha desplazado desde Terni, a una hora y media de coche de aquí. Cuenta que contribuyó a abrir una sede de la sección juvenil de Hermanos de Italia en su ciudad, un antiguo bastión rojo donde los obreros de la acería, que dominaba la vida del lugar, ahora votan a la derecha. “Estamos contentos porque muchos jóvenes empujados por el auge nacional se están acercando. Los tiempos son maduros para que también ciudades como Terni sean libres de la hegemonía de la izquierda”. En Terni en realidad “la hegemonía de la izquierda” acabó hace años y el Ayuntamiento lo ganó la Liga en las últimas municipales. Pero para Moroni hay que ir un paso más allá. “Porque el sustrato cultural aún está hegemonizado por la izquierda. Hay que ir hacia una mayoría del campo cultural. Estamos muy vinculados a nuestros valores, la tutela de la nación y de los italianos, sin diktat desde el exterior. No quiere decir cerrarnos sino decir lo que pensamos con los otros competidores internacionales, especialmente en un mundo globalizado como este”.
Ante la pregunta de qué piensa cuando le hablan del fascismo, contesta: “Acusaciones estériles. Dentro de nuestro partido no hay espacio para la nostalgia. Es algo que pasó hace cien años, que ha tenido unas causas de formación en un determinado contexto histórico, imposible de volver a repetirse, ni deseable”. ¿Os reconocéis entonces en los valores antifascistas de la Italia republicana? “Nos reconocemos en los valores de la democracia que se instauró tras la II Guerra Mundial. No nos reconocemos en el antifascismo que etiqueta cualquier forma de contestación al pensamiento de izquierda como fascista”. Benedetta, de 20 años, y Margherita, de 18, piensan como él. Menos esta última, los primeros dos no venían de una familia de derechas. Más bien lo contrario. “Mi padre trabajaba en la acería y era de izquierdas y sigue votando a la izquierda. Es el juego de la democracia”, dice Moroni. El padre de Benedetta durante años perteneció al sindicato de izquierdas de la CGIL, luego en 2018 se pasó a la Liga y ahora votará siguiendo el ejemplo de su hija, quien se afilió a Hermanos de Italia con 16 años. “Los valores de la patria y de la familia me pertenecen. Es algo que he sentido muy fuerte. Siempre me ha parecido empalagosa la retórica de la globalización, que nos obliga a renegar de lo que somos”.
Es el sentimiento mayoritario de esta plaza a la que Meloni promete un Gobierno estable, para cinco años, “le guste o no a la izquierda”, el Gobierno de una “Italia seria, fuerte y respetada a nivel internacional”. Repetirá que el centroderecha está unido y que unidos gobernarán. Las divisiones están pero no tienen que verse.
Mostrarse unidos
Y sin embargo las dinámicas de la campaña electoral han dejado claro que la competencia era también interna. En su afán de consolidar una imagen de moderación, una imagen tranquilizadora y de sensatez, Meloni en más de una ocasión ha salido a repetir que las sanciones contra la Rusia de Putin funcionan, mientras su socio-rival Salvini decía que dañaban a quienes las imponían. Cuando el líder de la Liga pedía más gasto y más deuda, ella replicaba que es algo que el país no se puede permitir... Han sido estocadas sin gritos pero constantes, y que anuncian turbulencias para el día después de las elecciones. Forza Italia repite que son y serán la garantía de un Gobierno moderado, una garantía para Bruselas de que Italia no emprenderá caminos que no sean los de un centroderecha “liberal, cristiano, europeísta y atlantista”, como dijo Silvio Berlusconi el día después de la votación de la resolución en el Parlamento europeo que decretaba que Hungría ya no es una democracia plena, en la que Hermanos de Italia y la Liga votaron en contra junto a Vox. “Si estos señores, nuestros aliados, en los que confío y a los que respeto, van a emprender otros caminos, nosotros no estaremos allí”, avisó el magnate y ex primer ministro.
Pero a Berlusconi le toca la parte del gregario al lado de la derecha ultra que se jactó de haber “normalizado”. Queda para la memoria un discurso de 2019. “Nosotros hemos hecho entrar en 1994 a la Liga y a los fascistas en el Gobierno, los hemos legitimado”, dijo ante sus militantes. “Sin nosotros serían una derecha extrema, que no sería capaz de ganar y seguramente de gobernar”. Era 2019 pero si algo falla en este país es la memoria.