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Crónica del desmoronamiento de Liz Truss: así perdió el rumbo y la autoridad en el Partido Conservador británico

Michael Savage

17 de octubre de 2022 22:44 h

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Tras una rueda de prensa sorprendente de ocho minutos, en la que la primera ministra británica, Liz Truss, intentó salvarse del derrumbe de su liderazgo sacrificando a su aliado político más cercano –el entonces ministro de Economía, Kwasi Kwarteng– y dio la espalda a la medida política emblemática que la encumbró, la reacción más reveladora fue la de quienes habían servido en el caótico gabinete de Boris Johnson.

Hace solo unos meses, tuvieron que soportar una lluvia de escándalos, seguida de la dimisión de decenas de miembros del Gobierno. Incluso se acercaron incómodamente a los miembros del Ejecutivo reunidos en Downing Street para decirle a Johnson que su tiempo había acabado. Sin embargo, después de ver a Truss durante la rueda de prensa del pasado viernes por la tarde, su sufrimiento pareció de repente insignificante.

“Éramos conscientes del panorama de mierda que se avecinaba”, dice uno de ellos. “El informe Partygate [sobre las fiestas durante la pandemia], la comisión de privilegios del Parlamento británico, las elecciones locales, las elecciones parciales. Algunos obstáculos se veían venir. ¿Pero esto? Es una bomba de alta relojería. Nunca ha sucedido antes. Y probablemente no volverá a ocurrir”.

Tal ha sido el ritmo de la desintegración de la autoridad de Truss que algunos empleados de Downing Street están “en estado de shock”. Sin el apoyo del destituido canciller Kwarteng y con los incandescentes diputados conservadores tramando su caída inminente, Truss ha pasado este último fin de semana en Chequers, la casa de campo de los primeros ministros, preparándose para la respuesta de sus compañeros de partido y de los mercados. 

“Si pensó que ganaría tiempo deshaciéndose de Kwasi, se equivocó”, dice una persona que dejó su cargo en el Gobierno recientemente. “Ha provocado la reacción contraria. Ha acelerado las cosas”.

“Esto es insostenible”

Mientras los veteranos de la era Johnson no podían evitar hacer gestos de dolor ante los problemas de Truss, los diputados conservadores se quedaban sin palabras el viernes por la noche. Después de un día caótico en el que Kwarteng se enteró de su caída por los medios de comunicación y los partidarios que le quedaban a Truss se enfurecieron por su decisión de subir el impuesto de sociedades para apaciguar a los mercados, los altos cargos conservadores se preparaban para destituir a otra líder del partido.

“Esto es insostenible”, dijo un exministro cuando terminó la comparecencia ante los medios. “Me resulta difícil creer que este gran partido y el Gobierno de la sexta economía más fuerte del mundo tengan una primera ministra tan desastrosa. Ha destrozado nuestra reputación en competencia económica. Ya no podemos presumir de ello”.

“Ha dado un giro de 180 grados en la política que la llevó a ser primera ministra. Ha sacrificado a su mejor aliado ideológico, se ha negado a aceptar preguntas y ha optado por huir. No puede seguir”, dijo.

La rueda de prensa del viernes, en la que Truss reconoció que sus planes habían ido “más lejos y más rápido de lo que los mercados esperaban”, fue el colofón de un desmoronamiento político a todo gas. La moral de los conservadores ya estaba baja tras un congreso tory salpicado de ataques abiertos a partes del programa económico de Truss.

Sin embargo, muchos diputados se sumieron en la desesperación por la intervención gris de la primera ministra en el Parlamento. Truss se comprometió “totalmente” a no recortar el gasto público –una afirmación inverosímil basada en sus planes económicos– y también, en dos ocasiones, se empeñó en decir: “I am genuinely unclear” [quería decir “No tengo nada claro cuál es la política del Partido Laborista...”, pero hizo una pausa y la frase quedó como algo que se puede traducir como “No lo tengo nada claro” o “No soy realmente clara”]. Los laboristas se guardaron la afirmación de inmediato para utilizarla para atacar a los conservadores en cuanto tengan ocasión.

A pesar del ambiente agitado, Truss ya había confirmado su intervención en una reunión del grupo parlamentario esa misma tarde. Tras una pregunta inicial en la que elogiaba la medida de subvencionar las facturas de la energía –incluyendo un llamamiento para que la sociedad se informara sobre ello–, Truss recibió un aluvión de preguntas hostiles sobre sus planes económicos.

Las preguntas fueron más aplaudidas que las respuestas de la primera ministra. Un diputado del norte le preguntó si los proyectos de infraestructuras que habían aumentado de precio se financiarían ahora o se descartarían. Se produjo una pausa incómoda. “Obviamente, acaba de darse cuenta de que estas cosas van a necesitar más dinero, y son cruciales para el crecimiento”, dijo un diputado presente.

El peor momento llegó cuando Robert Halfon, diputado conservador, le dijo a la primera ministra que sus acciones en el llamado “minipresupuesto” –que provocó la agitación de los mercados, un aumento de las hipotecas y un colapso del apoyo político– habían deshecho el trabajo de una década.

Al salir, un diputado bromeó diciendo que Truss tenía una vida útil más corta que una lechuga. El humor negro hizo acto de presencia. “Solo hay dos cosas que tiene que hacer ahora”, dijo un parlamentario. “Ganarse al partido y ganarse a la población”.

Los diputados tories hablaron abiertamente de las reuniones con cazatalentos y de las entrevistas de trabajo que han concertado. “Hay que actuar ahora: de repente habrá muchos exdiputados en el mercado”, dijo uno. “Hemos sido tomados por una pequeña secta libertaria”.

Incluso desde aquella reunión del miércoles, se produjo un nuevo desgaste de la autoridad de la primera ministra. En ese momento, muchos diputados preveían el fin de Truss después de las elecciones locales de mayo. Dado que muchos aceptaron que se necesitarían unas elecciones si el partido destituía a otro líder, podrían decir que se celebrarían unas elecciones “dentro de un año”, en mayo de 2024. Sin embargo, en las 48 horas siguientes, esos mismos diputados estaban planeando destituir a Truss mucho antes.

El cese de Kwarteng

Fue el jueves por la mañana cuando el drama político comenzó su descenso a la farsa, con la humillación internacional de Kwarteng. Algunas fuentes afirman que ya había estado luchando por algunos grandes giros en el plan fiscal, solo que Truss se resistió.

También se debatió si debía ir a Washington para asistir a una reunión del Fondo Monetario Internacional, pero él había decidido que era importante que Reino Unido estuviera en ese encuentro. Sin embargo, cuando el ministro de Economía estaba al otro lado del Atlántico, se filtró la noticia de que su plan estaba siendo descosido por Downing Street en su ausencia.

A pesar de la incomodidad que implica tener que marcharse antes de tiempo de una reunión internacional, Kwarteng tomó la decisión de abandonar la recepción en la residencia del embajador de Reino Unido para coger el último avión de vuelta a Londres, no antes de declarar en una entrevista: “No me voy a ir a ninguna parte”.

Fuentes de EEUU afirman que dijo en privado a cargos del Gobierno que si él se iba, Truss tendría que irse también, dada la cercanía con la que ambos habían ideado el “minipresupuesto”. Sin ser consciente del destino que le esperaba, se lanzó al vacío. De hecho, su desaparición quedó sellada una hora antes de aterrizar el viernes por la mañana, cuando Truss se puso en contacto con el exministro Jeremy Hunt para ofrecerle el puesto de Kwarteng.

Un reducido equipo de Downing Street se dedicó a rehacer el “minipresupuesto” de Kwarteng el jueves, pero las ruedas se habían puesto en marcha días antes con la entrega de las previsiones económicas iniciales de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria. Estas revelaron un enorme agujero en los planes de gasto del Gobierno, que asciende a más de 60.000 millones de libras.

Los ministros, repartidos por todo el país, no se enteraron el jueves del inminente cambio de rumbo. Algunos lo han reconocido públicamente. Cuando Kwarteng llegó a Londres el viernes por la mañana, los mercados ya habían asumido los cambios en el “minipresupuesto”.

En las horas previas a su rueda de prensa del viernes, el Daily Star incluso había puesto una imagen en directo de Truss junto a una lechuga, para ver cuál duraba más. Para entonces, la caída de Kwarteng había provocado el enfado tanto de los leales a Truss como de los detractores.

“Eran un equipo incluso antes de que se convirtiera en primera ministra”, dice un exministro. “Su oficina informaba de lo unidos que estaban en cuanto a entendimiento económico e ideología. Qué grandes amigos eran, cómo ambos viven en Greenwich... Hay que preguntarse: ¿por qué ella sigue en su puesto si estaba totalmente de acuerdo con este plan?”.

Mientras tanto, los diputados se enzarzaban en una guerra semipública en WhatsApp y algunos pedían que los aspirantes derrotados en la contienda para el liderazgo tory, Rishi Sunak y Penny Mordaunt, hicieran un trato entre ellos y tomaran el mando. Los ministros empezaron a preguntar sobre sus planes a los que son vistos como los coordinadores de un golpe contra Truss.

El viernes por la tarde, la mayoría de los diputados partían de la base de que Truss tendría dificultades para llegar a Navidad, aunque algunos creen que solo le quedan días.

El problema, una vez más, es la falta de acuerdo sobre un sucesor. Mientras que una candidatura conjunta Sunak-Mordaunt se considera la opción más vendible –entre los dos se aseguraron el apoyo de la mayoría de los diputados en el proceso para elegir al nuevo líder tory que se llevó a cabo en verano–, los aliados de Sunak insisten en que debe ser primer ministro, con Mordaunt como ministra de Economía.

“No está claro quién sería el primer ministro, pero seguramente tendría que ser Rishi”, dice un aliado. “Los mercados necesitan saber que la persona que está al mando tiene el control”. Otro implicado en el sondeo de los diputados señala que el proceso para acordar el próximo movimiento sigue siendo difícil. “Todo se está moviendo, pero todo es mucho más complejo y difícil de lo que todos quisieran”.

¿Johnson?

Luego está Johnson. Muchos diputados siguen considerándolo la mejor opción. “Nadie tiene su carisma, especialmente en unas elecciones, y quizá la gente se dé cuenta de que han matado a la gallina de los huevos de oro”, dice un exministro. Sin embargo, otro aliado de Johnson asegura que “no quiere” y que sería rechazado por los partidarios de Sunak. La comisión de privilegios que examina si Johnson engañó a los diputados en el escándalo por las fiestas durante la pandemia de COVID-19 aún no ha presentado su informe, por lo que la caída de Truss puede llegar demasiado pronto para que pueda volver a la carga.

Sin embargo, este fin de semana, los diputados frustrados dijeron que los desacuerdos sobre el sucesor de Truss pueden ser secundarios frente al imperativo de destituirla más pronto que tarde, aunque solo sea para detener la ventaja de los laboristas en las encuestas, que supera los 20 puntos. Algunos diputados han enviado cartas [en un intento de iniciar una moción interna] a Graham Brady, presidente del grupo parlamentario del Partido Conservador en la Cámara de los Comunes.

En teoría, Truss está protegida de una moción interna para su destitución por parte de los diputados conservadores durante un año, pero en la práctica los parlamentarios creen que se iría si un número suficiente de ellos expresara su opinión, como ocurrió con Theresa May en 2019.

Los próximos días volverán a sumergir a Brady en el drama del Partido Conservador apenas unos meses después de que lo enviaran a decirle a Johnson que ya no contaba con el apoyo de sus propios diputados. Este fin de semana, Brady se tomó un descanso en Atenas. El contenido de sus correos electrónicos no leídos el lunes por la mañana puede jugar un papel fundamental en el ritmo con el que el breve tiempo de Truss en el cargo llega a su fin.

El sábado por la mañana, una extraordinaria ronda de entrevistas del nuevo canciller, Hunt, desechó el proyecto político de Truss –este lunes, ha anulado la mayoría de los recortes impositivos planeados–. Altos cargos tories concluyeron inmediatamente que estaba “en el cargo pero no en el poder”. Un diputado veterano dijo que mantenía la esperanza de un final rápido y conciliador para la primera ministra.

“Tiene que encontrar el valor para salir de esto, hacerlo de forma ordenada y que se le agradezca por haberlo hecho”, dice. “Si yo fuera ella, simplemente diría: 'Mire, no ha funcionado y no es correcto que continúe'. Creo que lo mejor para ella sería sentarse con Graham Brady y hablar sobre cómo podemos sustituirla en un día o dos”.

A última hora del lunes, en una entrevista concedida a la BBC, la primera ministra pidió disculpas y dijo que su mandato de un mes “no ha sido perfecto”, pero que había “corregido” errores.

Traducido por Emma Reverter.