Me gusta pasear, caminar sin rumbo fijo. En esos momentos me siento libre y mi cabeza se ocupa de tareas “simples” pero importantes como ver, observar o inspirar. Aunque reconozco que mis paseos no vacían del todo mi mente. Al contrario, la observación o el paisaje siempre me lleva a pensar o repensar en algo, frecuentemente fruto de algún acontecimiento cercano en el tiempo.
Esta semana he estado en Madrid, participando en una mesa redonda sobre urbanismo con perspectiva de género, así que con los ecos de este evento he salido como una “flâneuse” por las calles de mi ciudad. Para quien no conozca el término les diré que, en el siglo XIX, la “flânerie” consistía en caminar por la ciudad sin rumbo ni objetivo definidos. El flâneur era un hombre, normalmente con tiempo y dinero, que andaba ociosamente por la ciudad, observándola así de una manera privilegiada. Sin embargo, críticos como Baudelaire negaban la existencia de una flâneur femenina. No cabía en el imaginario de la época, pues se decía que la mujer que caminaba sola por la calle seguramente era una prostituta. Es la escritora Lauren Elkin quien inventa el femenino de flâneur (flâneuse), y describe en su obra sus paseos por París y otras ciudades del mundo, reforzando la idea de que las mujeres aún debemos conquistar los espacios públicos.
Así que hoy, paseando, mis pensamientos se han detenido en la vida cotidiana y su relación con el urbanismo, un urbanismo que generalmente no ha tenido en cuenta la esfera reproductiva. Y es que la vida en la ciudad no es igual para todas las personas, y prestar atención a “algunos detalles” ayuda a la reflexión: ¿la arquitectura tiene en cuenta una ciudad para los cuidados?, ¿participan las mujeres en el diseño del espacio público?, ¿priorizamos los desplazamientos a pie o en transporte público?, ¿reconocemos la memoria de las mujeres en las calles, plazas o monumentos?, ¿facilitamos la accesibilidad en el espacio urbano?, ¿abordamos los miedos de las mujeres al moverse por el espacio público? Estas y otras preguntas son inevitables si queremos avanzar hacia una ciudad que ponga la vida en el centro, porque el urbanismo no es una materia neutra. Transformar la ciudad, sus espacios, sus usos, implica cuestionarlo todo, elaborar una mirada que tenga en cuenta, también, las desigualdades estructurales.
Caminar y observar la ciudad poniendo el foco en la vida cotidiana, puede implicar algunas “tareas”: que nos planteemos ganar espacio público para pasear con los carritos de bebé sin que ello suponga una odisea; que mi madre pueda ir en transporte público a su nuevo centro de salud; que mi alumna no llegue tarde a clase porque ha tenido que dejar pasar varios autobuses urbanos, hasta que ha podido subir en uno con su silla de ruedas; que tengamos infraestructuras ciclistas segregadas y seguras, para ir a trabajar o simplemente movernos por la ciudad; o que iluminemos ciertas calles o espacios, para que las mujeres podamos volver a nuestra casa sin acelerar el paso si oímos que alguien está detrás. Y todo ello, no porque sea una necesidad de ellas, sino porque es una necesidad vital de la sociedad. Y sé que no es fácil. Lo sé. Se requiere determinación política, sensibilidad y visión estratégica.
Leía en el periódico que el pasado 23 de marzo, la alcaldesa de París, la gaditana Anne Hidalgo, había sometido a consulta popular la creación de 500 calles-jardín, calles arboladas y sin tráfico. Votar para dar más espacio a las personas que pasean, votar para tener más bancos, más árboles, más carriles-bici, en definitiva, para mejorar la calidad de vida.
París dijo que sí. Y Logroño, bien podría ser esta ciudad.
NOTA AL PIE:
Diversos estudios indican que los hombres hacen un uso más intensivo del vehículo privado motorizado y no se enfrentan a las barreras de falta de tiempo, inseguridad y accesibilidad que se encuentran las mujeres cuando se mueven a pie, en bici o en transporte público.
Una investigación de la Universidad Pablo de Olavide señala que solo un 12,7% de las calles españolas tiene nombre de mujer.
Un estudio de la Universidad de Glasgow analizó la salud de distintos grupos de población según sus hábitos de movilidad. Los resultados demostraron que peatones y ciclistas (especialmente estos últimos) tenían un menor riesgo de mortalidad y hospitalización.