La vida en las chabolas de la M30 a 40 grados: “La gente te mira como si no existieras”
Vidas que se alejan y otras que llegan, carretera y asfalto, coches de aquellos que, un día más, van a trabajar y otros que, por fin, salen en busca de desconectar. La M30 es la frontera del centro de la capital, aquella que delimita a barrios como Hortaleza, Vallecas, Carabanchel, Moratalaz o Usera, entre otros, y que abre las puertas a conocidos y extraños a la gran ciudad. Sin embargo, entre sus arcenes y descampados se encuentran personas para las que la autopista no es sinónimo de paso, sino de hogar. Aquellos para los que les es imposible vivir tanto a un lado como al otro de la frontera porque, de alguna u otra forma, “la hostilidad” de Madrid les expulsó.
Cartones, tiendas de campaña desgastadas, telas organizadas para crear estructuras habitables, restos de cartón, madera o envases y carros de la compra en el que se pueden encontrar desde latas de conserva, cuerdas, botellas vacías... El escenario que se vislumbra en los alrededores de la autopista madrileña refleja el fracaso de una ciudad. El calor que se concentra entre el limbo del asfalto y el secarral lo convierte en un infierno para aquellos que viven en él.
A las difíciles condiciones meteorológicas, tanto en verano como en invierno, se suma la higiene en peligro constante. Los derechos fundamentales son además mermados por una situación a la que no es tan difícil llegar. Las personas que no tienen un hogar sienten un juicio social permanente. “Estás en la calle, pidiendo algo de comida, dinero o lo que sea para mejorar tu situación y ves cómo la gente con suerte te mira como si no existieras o con desprecio”, comenta Lucía, una de las residentes de una pequeña chabola en la zona de Ventas que lleva meses instalada.
“El juicio social ahora ha aumentado, ahora ya no solo es que seamos un mal ejemplo que los padres señalan para que sus hijos no acaben así. También se nos relaciona con la violencia, inseguridad o el consumo de drogas”, explica, ante la radicalización que ha percibido desde hace un tiempo. “Tener un golpe de mala suerte o haber tenido unas condiciones difíciles en la vida parece que te imposibilita a tener derechos”.
José es otro de los que viven entre los puentes, la carretera y lo que el ciudadano común no alcanza a ver. Viste ropa desgastada y un calzado embarrado, se encuentra sentado en una silla de plástico a la sombra de un árbol y come una pequeña lata de atún. Lleva años en la zona y su pequeño hogar está construido por cuerdas, tablas de madera, cartones y elementos que se ha encontrado por los contenedores. “Tengo hasta una pequeña terracita con una mesa y sillas que me encontré por ahí”, comenta irónico ante una situación que sabe que es muy complicada. “En invierno mucho frío y en verano mucho calor”, explica para introducir cómo sobrevive en el calor de la capital. “Tengo varias botellas de agua para poder ir rellenando. Tenemos la suerte de que aquí al lado hay una fuente funcional, de las pocas que hay en la ciudad. Algunas son para hidratarme y otras para aseo personal”, afirma, señalando los diferentes envases que tiene amontonados en la puerta.
“En las horas en las que empiezan a pasar coches me acerco a algún semáforo, la entrada de algún supermercado o a la propia calle para poder ganarme la vida... Conseguir algo de comida, unas monedas o lo que buenamente se pueda”, desarrolla José, para reflejar su rutina.
El pasado febrero, el portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Madrid, Javier Ortega Smith, preguntaba a la delegada de Obras y Equipamientos, Paloma García Romero, en relación a los 64 asentamientos chabolistas situados en los alrededores de la carretera madrileña. El dirigente de la extrema derecha aseguraba que se trataba de lugares que “afectan gravemente a la seguridad porque hay personas que entran y salen de esas zonas, cruzando las calles, haciendo fuego, vendiendo droga y todo afecta a la salubridad porque se producen acumulaciones de suciedad, hay roedores, hacen sus necesidades, las personas que están ahí, por cualquier lado”.
Pese a la indignación del portavoz de extrema derecha, no añadió ninguna propuesta o medida para atender a las personas que se encuentran en esa situación. “La gente se piensa que es complicado terminar en la calle, sin techo y con condiciones inhumanas, pero la realidad es que solo necesitas un mal día”, señala Lucía. Ella trabajaba en un supermercado cercano a Ventas, vivía de alquiler y, tras las sucesivas consecuencias de la pandemia, perdió el empleo. No tenía soporte familiar debido a que la mayoría de los suyos viven fuera de España y con la gente que se relaciona en la ciudad reconoce avergonzada que, o no comenta la situación en la que se encuentra, o les dice que es algo meramente temporal.
Ortega Smith, además, señalaba que los asentamientos de chabolas crean “una imagen deplorable de la ciudad, porque es una vía de alto tránsito”. Y solicitaba entonces una “actuación urgente para el desmantelamiento”. “A los ciudadanos nos importan un bledo las competencias. El ciudadano que ve un asentamiento no se está preguntando si es competencia de M30, o del distrito, o de la Comunidad. Lo que quiere es que ese asentamiento no esté ahí, que la calle esté limpia y reparada”, concluía el portavoz de extrema derecha ante el reproche de la delegada popular que aseguraba que “solo le importan unas personas y las otras no”.
Las historias de José y Lucía se repiten a lo largo de la autopista de la capital. El barrio de Ventas no es el único en el que algunas personas encuentran un pequeño y apartado refugio en el que poder estar. “Si estoy en un cajero me miran mal, si estoy en el suelo en la calle lo mismo, si pido dinero o comida no me creen y si digo que mi vida no ha sido fácil se pensarán que es por la droga o porque 'algo mal habré hecho'. Prefiero estar en este lugar construido por mis manos alejado de todo”, sentencia José.
Una campaña del calor insuficiente
Dada la situación a la que se enfrentan las personas sin hogar en condiciones meteorológicas extremas, especialmente este verano que se están alcanzando temperaturas récord por encima de los 40 grados, el Ayuntamiento de Madrid ha puesto en marcha por primera vez en la historia una campaña del calor. El proyecto todavía se encuentra en fase piloto, pero desde el Consistorio aseguran “la continuidad de esta nueva prestación para los próximos años, pudiendo ser modificadas sus condiciones en función de la demanda y necesidades que se detecten en el modelo de prueba”.
Las personas en situación de emergencia social han podido encontrar refugio ante las altas temperaturas en un centro de acogida de Villa de Vallecas. Sin embargo, el espacio está operativo con tan solo 50 plazas que no cubren a las centenares de personas que se encuentran en las calles de la capital, con horario diurno –de 12.00 a 20.00, que son las horas con más exposición al sol– y que se ha puesto en marcha las veces en las que la Comunidad de Madrid ha declarado el Nivel 2 de Alto riesgo por calor. Es decir, a partir de cuando en la capital se alcanzan los 38,5 grados o registros superiores a 36,5 durante al menos cuatro días consecutivos.
La portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid, Reyes Maroto, valoraba en su momento “positivamente” la acción. Sin embargo, advertía de que “es insuficiente ofrecer 50 plazas y que estas sean exclusivamente durante las alertas meteorológicas”. Además, comparaba a la capital con Sevilla, en la que afirmaba que “se ofrecen 140 plazas durante todo el verano con una población mucho menor”. “Hay necesidad de un mayor compromiso de las instituciones públicas con las personas sin hogar, instando a extender y mejorar los recursos empleados”, concluía la portavoz.
Durante la estancia en estos “refugios climáticos” las personas que asisten tienen una habitación adecuada y una comida al mediodía consistente de de un gazpacho o sopa fría, un bocadillo y yogur. Además, desde la institución madrileña comparan la iniciativa con una similar que se lleva a cabo los meses más fríos del año con la que presumen de haber atendido a más de 1.800 personas entre 2023 y 2024. La vicealcaldesa y portavoz de Seguridad y Emergencias, Inma Sanz, ha señalado que “es un esfuerzo importante para seguir mejorando la atención a las personas más vulnerables, como se hace en la campaña del frío, pero que era necesario incorporarla en el verano donde las olas de calor cada vez serán más amplias en las ciudades”, pero reconoce que “todavía se está en una fase muy informativa y cuesta que las personas se quieran acercar”. Apuesta, en todo caso, por “el medio plazo”.
Desde que comenzó el verano más de 280 personas han fallecido en la Comunidad de Madrid por causas relacionadas al calor según un informe elaborado por el instituto de Salud Carlos III (ISCIII). Además, esta situación no es nueva, el pasado curso la capital se colgó la medalla de oro en el ranking de la tasa más alta de mortalidad por calor según el Ministerio de Sanidad. Si de por sí el escenario de la región es preocupante, el riesgo y las consecuencias tienen un agravante extra en las personas que padecen el sinhogarismo y los escasos recursos que tienen para poder enfrentarse a una ola de calor que llega todos los veranos.
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