Región de Murcia Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Lobato determinará si el correo de la pareja de Ayuso escala hasta la Moncloa
Un mes después en la 'zona cero' de la DANA: drama de puertas para dentro
Opinión - ¡Nos comerán! Por Esther Palomera

Desde el exilio, con Cambiemos Murcia

Hace tres años que emigré de Murcia, y como yo, son numerosas las personas que desde el comienzo de la crisis se han marchado de la ciudad en busca de un empleo. Es cierto que nadie me obligó a hacerlo, pero, ¿qué otra salida le queda a alguien sin trabajo ni probabilidad de conseguirlo, y que, además, no tiene ayudas sociales ni posibilidad de emanciparse? Por mucho que la estimes, una ciudad que no ofrece oportunidades termina siendo inhabitable, y en la práctica te fuerza a irte de ella.

Y es que precisamente así era la Murcia que dejé atrás: una ciudad con uno de los peores servicios de transporte público de toda España, un alto porcentaje de parados y de ciudadanos viviendo bajo el umbral de la pobreza, un gran número de familias desahuciadas, una política cultural casi inexistente, unas fuerzas del orden cargando impunemente contra manifestantes pacíficos, unas pedanías y una huerta más que descuidadas, una descarada complicidad entre la Iglesia y las autoridades, y en la que las mayores inversiones se realizaban en festejos paternalistas concebidos como válvula de escape para la población frustrada.

Durante estos tres años he pensado en muchas ocasiones que esta situación desastrosa iría mejorando, y que más temprano que tarde podría regresar definitivamente a Murcia, pero en mis esporádicas visitas me he desengañado: cada vez que pasaba por algún barrio popular (los cambios sociales siempre se aprecian mejor en las zonas humildes), como en el que siempre he vivido, veía la ciudad más degradada, y me encontraba a más personas que tenían la intención de emigrar o, peor aún, que estaban resignadas a que ya no hubiera mejoría.

Afortunadamente, en este panorama deprimido donde todo parecía condenado a continuar igual de forma indefinida, ha surgido una esperanza. La candidatura “Cambiemos Murcia”, formada por ciudadanos independientes e integrantes de partidos políticos con un claro compromiso, demostrado en movimientos sociales y en la oposición al gobierno local del PP, tiene la firme determinación de cambiar de raíz la política del municipio. Para empezar, sus candidatos han sido elegidos en unas primarias abiertas que han contado con una gran participación, y los puestos que ocupen rotarán cada dos años para garantizar la pluralidad de la candidatura.

Pese a que las trampas de la ley electoral impedirán que los emigrantes votemos en las elecciones municipales (y, muy probablemente, en las autonómicas y en las generales), quiero mostrar mi apoyo desde Francia a la candidatura de “Cambiemos Murcia”. Confío en ella para que el gobierno municipal pase a servir a los ciudadanos en lugar de servirse de ellos (como hasta ahora ha ocurrido), y para que muchas de las personas que hemos tenido que marcharnos volvamos a disfrutar de una oportunidad en nuestra ciudad de origen.

Hace tres años que emigré de Murcia, y como yo, son numerosas las personas que desde el comienzo de la crisis se han marchado de la ciudad en busca de un empleo. Es cierto que nadie me obligó a hacerlo, pero, ¿qué otra salida le queda a alguien sin trabajo ni probabilidad de conseguirlo, y que, además, no tiene ayudas sociales ni posibilidad de emanciparse? Por mucho que la estimes, una ciudad que no ofrece oportunidades termina siendo inhabitable, y en la práctica te fuerza a irte de ella.

Y es que precisamente así era la Murcia que dejé atrás: una ciudad con uno de los peores servicios de transporte público de toda España, un alto porcentaje de parados y de ciudadanos viviendo bajo el umbral de la pobreza, un gran número de familias desahuciadas, una política cultural casi inexistente, unas fuerzas del orden cargando impunemente contra manifestantes pacíficos, unas pedanías y una huerta más que descuidadas, una descarada complicidad entre la Iglesia y las autoridades, y en la que las mayores inversiones se realizaban en festejos paternalistas concebidos como válvula de escape para la población frustrada.