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La gestión de la calidad o cómo acabar con la Universidad lentamente

Imagen de archivo: varios estudiantes en un aula universitaria.

Ricardo Chiva Gómez

Catedrático de Organización de Empresas, Universitat Jaume I —

La gestión de la calidad se ha extendido en el ámbito universitario español. Y si para muchos esto puede significar que la Universidad actúa correctamente ya que sus procesos ahora tienen la máxima calidad, es decir se hacen bien las cosas, la realidad es bien distinta.

La gestión de la calidad es un enfoque directivo desarrollado a mediados del siglo pasado que pone el énfasis en la mejora continua de los procesos dentro de las organizaciones. Si bien este concepto en sí mismo no es negativo, puede que lo sea su implantación o aplicación al mundo organizativo, o al menos resulte obsoleto.

Dado que la mayoría de empresas que acogieron esos planteamientos eran burocráticas, es decir centradas en el orden y que consideraban que era clave tener normas y reglas claras sobre cómo hacerlo todo en las organizaciones, o estaban centradas en el logro, la competitividad y la fijación de objetivos y estrategias, su implantación se llevó a cabo desde de dichas perspectivas. Y esto, ¿qué implicaciones tuvo? Pues que la gestión de la calidad se transformó en normas y auditorías de calidad.

En primer lugar, implicó e implica crear y explicitar normas y reglas para todo, y en segundo lugar en fijar objetivos y metas para cada equipo, departamento o persona en la empresa. En toda esta visión subyace el pensamiento de que no podemos confiar en las personas que trabajan en la organización; por eso debemos controlarlos, decirles lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo, y motivarlos “con la zanahoria”, animándoles a marcarse metas, o marcándoselas nosotros, e incentivando su logro...

¿Hay algún problema con todo esto? En principio no, si lo que quieres y buscas es estabilidad, y si no quieres innovar o crear. ¿Por qué? Porque el establecimiento masivo de reglas sobre cómo hacer las cosas genera inflexibilidad, e impide la autonomía: ya que hay que hacer las cosas como se ha estipulado, y fijar objetivos impide centrarnos realmente en cómo hacemos nuestro trabajo; es decir, importa más la cantidad, que la calidad, paradójicamente.

Además, fijar objetivos y vincularlos a incentivos bloquea la innovación: a pesar de que numerosas investigaciones han probado que los incentivos individuales y de equipo no son recomendables con actividades intelectuales o creativas, porque bloquean el proceso y pueden incluso desmotivar, multitud de organizaciones y empresas siguen utilizándolas (muy interesante el vídeo TED de Dan Pink a este respecto: 'La sorprendente ciencia de la motivación').

Así pues, el problema surge cuando una institución como la Universidad, que debería ser la referencia de la innovación y la creatividad, se ahoga con estos planteamientos organizativos. Y para ello se crea un organismo como la ANECA, Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación, adscrita al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte para salvaguardar la calidad de la Universidad, y se crean vicerrectorados o departamentos de calidad en cada una de las Universidades. Y todos ellos van extendiendo poco a poco la necesidad de fijar objetivos, metas, indicadores, acciones de mejora, estrategias, y la necesidad de controlar y vigilar a las personas o grupos, teniendo que demostrar continuamente que se han realizado determinadas actividades.

Todo ello genera una enorme inflexibilidad, dificultad y lentitud para hacer cambios, por ejemplo, en los grados y posgrados porque la ANECA y otros organismos internos de la Universidad deben ratificarlo y verificarlo todo; y genera una excesiva dedicación para preparar informes, documentos y actas en su mayoría inútiles, con lo cual el profesorado reduce alarmantemente su tiempo para mejorar la verdadera calidad de la docencia y la investigación.

En cuanto a este último aspecto, la investigación, ha quedado reducida fundamentalmente a maximizar las publicaciones en determinadas revistas, lo cual pone el énfasis otra vez en lo cuantitativo sobre lo cualitativo: no se trata de publicar trabajos rompedores o innovadores y que mejoren sustancialmente la sociedad, sino de conseguir muchas publicaciones en revistas de prestigio; lograr los objetivos, las metas. En cuanto al personal de administración y servicios, su situación es similar: normas, procesos, objetivos, meta e indicadores hasta el hartazgo.

Y entonces, ¿qué se puede hacer? ¿qué planteamientos directivos o de gestión existen en organizaciones que son innovadoras? En primer lugar, hay que decir que no se trata de erradicar por completo las normas o los objetivos, pero sí de reducirlos a su mínima expresión. De hecho, en su excelente artículo sobre Universidad y calidad, Enrique Moradiellos (El País, 3 de Marzo de 2016) considera que un “buen gobierno” implica procurar siempre la máxima simplificación de trámites administrativos y burocráticos. En segundo lugar, estos nuevos planteamientos huyen de la obsesión por el control; y para ello confían en las personas, en sus decisiones y potencial. En tercer lugar, se trabaja en equipos que se auto-gestionan, todas las personas tienen poder, responsabilidad y autonomía; todos pueden tomar decisiones.

Además, hay transparencia total, tal y como reclama también Enrique Moradiellos para la Universidad española. Y se trata de que la motivación intrínseca, y no la extrínseca (“la zanahoria”) como ocurre ahora, se extienda por la organización y para eso las personas deben sentir que tienen autonomía, que aprenden y que su trabajo sirve para algo o aporta algo a la sociedad. ¿Podrían las comisiones de grados o posgrados tomar decisiones sobre los mismos y gestionarlos sin la existencia de la ANECA? ¿Serían esos equipos más flexibles, innovadores y creativos? Probablemente sí, y eso afectaría positivamente a dichos estudios y a los estudiantes.

¿Investigarían los profesores más o mejor si no tuvieran esas exigencias cuantitativas de publicaciones en determinadas revistas? En principio, y dada toda la investigación al respecto, sí. Además, alejados de incentivos y de pérdidas de tiempo en reuniones, actas e informes, la dedicación, creatividad y la innovación sería mayor. Y por lo tanto mayor sería la aportación a la sociedad, tanto a través de la docencia como de la investigación. Es hora pues de que la Universidad deje de lado planteamientos obsoletos de gestión y mire hacia nuevos modelos más conectados con la innovación y la creatividad, más propios del siglo XXI.

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