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¿Del ‘no a la guerra’ de Irak a la justificación de las guerras de Libia y Siria?

Mujeres sirias caminan entre las ruinas de la ciudad Homs, Siria.

Willy Meyer

Eurodiputado de Izquierda Unida entre 2004 y 2014 —

Algo ha tenido que ocurrir dentro del campo de la izquierda, de los movimientos pacifistas, de la intelectualidad, para que en un corto espacio de tiempo (ocho años desde la guerra de Irak a la de Libia), se produzca un cambio sobre el principio rotundo del “No a la Guerra” defendido masivamente en todos los lugares del planeta y muy especialmente en Europa Occidental durante el transcurso de la guerra de Irak.

Lo que en 2003 movió a las conciencias contra la guerra fue la oposición sin matices a intervenir militarmente para cambiar el régimen de Sadam Hussein, una intervención aplaudida por los amigos del Imperio, ávidos de hacerse con las reservas de petróleo de Irak.

Ocho años más tarde, primero en la guerra de Libia y ahora en la de Siria, pareciera como si la oposición a la guerra se matizase al presentarse esas guerras como solución para derrocar (en el caso de Gadafi, asesinar) a sus mandatarios.

Tal vez, el cambio de posición se debe a lo que se denominó como “las primaveras árabes”, las revueltas populares contra los regímenes de Ben Alí (Túnez), Mubarak (Egipto), Muamar el Gadafi (Libia), Hamad bin Isa Al Jalifa (Bahrein), y Bashar Al-Assad (Siria). Auténticas revoluciones populares que exigían la destitución de los jefes de estado y la iniciación, en algunos casos, de procesos constituyentes. Pero, esas extraordinarias movilizaciones populares se dieron de dos formas diferentes, una pacífica (Túnez, Egipto o Bahréin) y otras, al ser reprimidas violentamente, respondieron con el uso y empleo de las armas, terminando en verdaderas guerras civiles (Libia y Siria) con la intervención militar de la OTAN y de Rusia.

En estos últimos casos, los servicios de información de EEUU, del Reino Unido y Francia no dudaron en facilitar armamento a las fuerzas rebeldes, incluidas a los yihadistas, para contribuir a la derrota de esos regímenes.

En el caso de Libia, se produce por primera vez un cambio en una parte del pensamiento progresista o de izquierdas, al ver con buenos ojos la resolución de las Naciones Unidas (NNUU), que establecía una zona de exclusión aérea para, teóricamente, impedir el uso de la aviación de Gadafi contra los rebeldes, cuando en la práctica sirvió para permitir la intervención de la Fuerza Aérea de la OTAN, en apoyo del conglomerado de fuerzas rebeldes, entre ellas las yihadistas que, como bien dice Samir Amín, son aliados del imperialismo para desestabilizar regiones estratégicas.

Lo que vino a continuación es de sobra conocido, un Estado desmembrado, parte de él en manos del llamado Estado Islámico, un Estado que aparecía en los puestos más altos de los índices de Desarrollo Humano de Naciones Unidas en África. Un Estado con educación pública, alfabetizado, con atención médica asegurada, con vivienda garantizada y con tierras y vivienda gratuita para los agricultores. Pero la geopolítica del eje EEUU-Israel-Arabia Saudí, siempre con el beneplácito de la Unión Europea, aprovecharon el descontento para desestabilizar un país rico en petróleo y agua permitiendo el asesinato, previa tortura de Gadafi.

El imperialismo aprendió de la guerra de Irak y desde entonces crea hegemonía sobre lo que Jean Bricmont denuncia como Imperialismo Humanitario: la obligación de intervenir en cualquier lugar para imponer los valores de los países desarrollados de Occidente (la idea de libertad, democracia, libre mercado). Una parte del pensamiento progresista, de la izquierda, ha interiorizado esa teoría que no se argumentaba en la guerra de Irak.

La guerra de Siria, continuación de la guerra de Libia, tiene mucho que ver con el extraordinario interés geopolítico de la zona, donde está en juego y en disputa el eje Estados Unidos/Unión Europea-Israel-Arabia Saudí frente al eje Rusia-Irán-Siria. Es una lucha por la supremacía de la región y sus recursos naturales articulada en torno a actores locales.

Como telón de fondo, el yacimiento de gas más grande del mundo situado en el Golfo Pérsico (South Pars-North Dome) compartido por Irán y Qatar. En 2009, Siria se negó a firmar un acuerdo con Qatar para construir un gasoducto a través de Siria y prefirió firmarlo con Irán e Irak. Ese proyecto, conocido como “Gasoducto Islámico” será el más grande de Oriente Próximo dejando al margen a Arabia Saudí y Qatar.

Según Robert Kennedy, sobrino del expresidente norteamericano John F. Kennedy, “nuestra guerra contra Bashar al Assad no comenzó por las protestas civiles pacíficas de la Primavera Árabe en 2011”, sino en 2009, “cuando Qatar ofreció construir un gasoducto por valor de 10.000 millones de dólares que atravesara Arabia Saudita, Jordania, Siria y Turquía”.

Según Kennedy, esa negativa que tenía en cuenta los intereses de su aliado Rusia, hubiese permitido la construcción del gasoducto atravesando Líbano hasta Irán, convirtiendo a los iraníes en los mayores proveedores de gas a Europa, construcción que iría en contra de los Países del Golfo Pérsico aliados de los EEUU.

En ese contexto, la intervención de Rusia apoyando a Al-Assad se produce precisamente para garantizarse una presencia estable en una de las zonas del mundo más ricas en hidrocarburos, y el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea a las fuerzas rebeldes persiguen exactamente el mismo objetivo que Rusia. Esto es, impedir un retroceso en su influencia en Oriente Próximo con Israel y Arabia Saudí como fieles aliados. Y en el medio, el pueblo sirio, más de 160.000 muertos, y el consiguiente éxodo de 5 millones de personas desplazadas, que se hubiese podido evitar si las grandes potencias no hubiesen armado e incentivado la confrontación civil.

El “NO a la Guerra” sigue siendo absolutamente necesario, sin matices, sin recelos. ¿Acaso Sadam Hussein era menos déspota que Muhamar el Gadafi o que Bashar Al-Assad?

El nuevo Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump está tocando tambores de guerra a los que habrá que responder de norte a sur y de este a oeste con un fuerte, claro y preciso: “NO A LA GUERRA”.

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