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El amor en los tiempos del capitalismo financiero

Kate Winslet y Jim Carrey en ¡Olvidate de mí!

Miguel Roig

El filósofo André Gorz escribió en Carta a D. Historia de un amor: «Vas a cumplir noventa años. Has disminuido seis centímetros, apenas pesas cuarenta kilos y sigues siendo hermosa, encantadora y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te quiero más que nunca. Sigo sintiendo en mi pecho un insaciable vacío que solo colma el calor de tu cuerpo contra el mío». La D del título del libro de donde se transcribe este fragmento es por Doriane, la mujer de Gorz, para quién él escribió este texto. En septiembre de 2007 fueron encontrados los cuerpos de ambos, sin vida, en la casa que habitaban en un pequeño pueblo francés. Doriane padecía una enfermedad degenerativa agravada por un cáncer y Gorz, de alguna manera, había adelantado este final en su libro: «Nos gustaría no sobrevivir a la muerte del otro. Nos hemos dicho a menudo que, si tuviésemos una segunda vida, nos gustaría vivirla juntos».

El cuerpo social se ha sido atomizado con la crisis de 2008 y, mientras seguimos en ella, cada individuo se ve obligado a conducir su vida con todo tipo de reparos. Nada es estable ni seguro: todo es flotante, frágil e inestable. Una vez dado el primer paso del proceso que describe el filosofo Alain Badiou, el del encuentro, el del enamoramiento, la suelta de pulsiones y pasiones, todo indica que se ha hecho pie y pareciera que al fin se llega a un refugio y se podrían dar las condiciones para crear lo que él llama «Dos», la gestación de algo distinto a lo que uno y otro son para compartir otra posibilidad y desbaratar el insoportable peso del individualismo a ultranza que reclama una posición de defensa y combate permanentes. Pero cuando empieza el intercambio, en la mayoría de los casos, sucumben a la presión exterior que es la que de algún modo dicta el comportamiento social y se sueltan amarras con el compromiso. Como muy bien señala Richard Sennett, hay un punto de contacto, una relación, entre el discurso del empleador cuando afirma «yo no te obligo» al trabajador que debe optar por condiciones laborales indignas y el «yo no me comprometo» del enamorado que coloca dentro de la relación el modelo consumista y lo reproduce advirtiendo que todo producto tiene caducidad, que es intercambiable, y el clímax virtual de esta secuencia sería la fantasía de que le devuelvan el dinero en el momento que comiencen a campar las insatisfacciones.

Este modelo de relación posiblemente sea ejercido desde la necesidad inconsciente de elegir parejas que en lugar de llevar al logro de construir el Dos que señala Badiou, es decir, a la realización del amor, llevan invariablemente a la búsqueda de un espejo; en definitiva es estar enamorado de uno mismo y esto se escenifica perfectamente en una agencia de contactos en red en la que de la misma manera que se customiza un producto introduciéndole todo tipo de modificaciones personales al original, se busca la pieza sentimental y sexual que pueda complementar deseos básicos que están en el imaginario del cliente, porque a estas alturas ya no es posible hablar de amantes y el paso inicial de la compra queda satisfecho porque la primera experiencia en el espejo se lleva a cabo de manera feliz: ambos asumen el rol del cliente porque ambos han elegido al otro desde sus necesidades básicas que están respaldadas por una marca, la de la agencia en cuestión. Pero no caen en la cuenta que cada uno de ellos es el producto que el otro compra.

La película ¡Olvidate de mí! (Eternal sunshine of spotless mind) de Michel Gondry, describe muy claramente el estallido emocional que provoca un encuentro, un enamoramiento muy potente y la fuerza inversamente proporcional que se invierte a la hora de convertir ese primer paso en una relación estable, en el Dos que define Badiou. El realizador, Gondry, utiliza anacronías, pasadas y futuras, para contar la historia de una pareja interpretada por Jim Carrey y Kate Winslet, posibilitando así que el espectador se fije en detalles de la relación que serán claves al descubrir la razón de este recurso: ambos han utilizado un sistema que permite borrar de la memoria su relación insatisfactoria. Es decir, no se trata ya de dar por terminada una relación para no tener que cargar con el peso que la misma impone, sino que ¡Olvidate de mí! juega con la posibilidad de ahorrarse cualquier recaída en la intención de mantener la pareja o en la dependencia que el deseo del otro nos genera. Alrededor de los personajes centrales gira un notable grupo de secundarios, fundamentalmente formado por los integrantes del centro clínico que facilita este sistema de olvido selectivo, y cuyos integrantes, sin excepción, sufren trastornos generados ya sea por el uso en propia piel del método o bien por la simple incapacidad de amar. La película se resuelve de una manera muy inteligente ya que la pareja central consigue recuperar la memoria, es decir, recuperar al otro y cierra con un diálogo memorable, profundamente terapéutico. Ambos titubean ante el fuerte deseo que les une y el peligro que representa darle cabida al amor, pero finalmente deciden ir adelante, y ella, Kate Winslet le dice a Carrey: «Ya se te ocurrirán cosas que no te gustan de mi y yo me aburriré de ti y me sentiré atrapada, ¿okey?». «Okey», acepta Carrey. «Okey», replica Winslet. Final de la historia. Como opinaría Badiou se ha puesto en marcha la “reinvención” del Dos para darle al amor forma de destino. Pero en el filme, la pareja para llegar al punto que describimos y salvarse tiene que desbaratar el sistema y eso implica una jugada que muy pocos están dispuestos a asumir: desbaratar la idea, inconsciente en la mayor parte de los casos, de que el amor se asume en términos de mercado y se declina de manera consumista. Solo si se desarticula esta cosmovisión es posible alcanzar el amor y hacer de él un destino, lo cual no es simplemente una decisión emocional: es una actitud política.

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