Centros de deportación para fascistas
En la recta final de la campaña estadounidense, Donald Trump vuelve a prometer, entre otras cosas, deportaciones masivas de migrantes, ante públicos enfervorizados que incluyen latinos expulsables que piensan no les afectará precisamente a ellos. Parece ser que ni escuchar en el mitin de Nueva York que Puerto Rico es “una isla flotante de basura en mitad del océano” les ha dado una pista. Estas cosas ocurren más de lo que se cree. El uso espurio de los migrantes es hoy un tema candente en numerosos lugares del mundo. La ultraderecha ha convencido ya a millones de personas de que su problema principal son las personas que llegan de fuera, con los bolsillos tan escasos como lleno llevan todo el cuerpo de valentía y ansias de superación.
Vivimos días turbulentos, conviene fijarse en las raíces donde se engarza todo. El racismo no viene nunca solo, está en el ADN del supremacismo que desprecia toda desigualdad que se aparte de su modelo: blanco, masculino, heterosexual y rico. El racista es a menudo machista, desprecia la diversidad sexual y a los pobres, incluso si él mismo lo es. Ese sector que se permite tantos abusos en aras de mantenerse y, si puede, imponerse. Menos mal que lo justo también radica muy adentro.
El PP de Feijóo ha votado en el Parlamento europeo a favor de estudiar la creación de centros de deportación para emigrantes fuera de la UE como los de Meloni. Dolors Monserrat, su portavoz en la Eurocámara, llegó a denunciar el peligro que corremos en España por dejar entrar a gente de fuera. No millonaria, se entiende. Los racistas han vuelto a conseguir que el Barómetro del CiS de octubre vuelva a situar la emigración como el principal problema de los españoles, dejando en mínimos porcentajes a los medios, teniendo a buen parte de los que sirven a la derecha que inoculan el racismo, el fascismo y todo lo demás.
Llegados a este punto, creo necesario buscar soluciones imaginativas. La mejor es lo contrario a la que proponen: centros de deportación para fascistas. Todos ellos racistas y algunas disfunciones más. Es la mejor solución para la plaga que crece, pero verán en el proyecto que expongo y argumento que tendría grandes ventajas para el común de la población, incluidos los miembros de la ideología extremista. Cierto que les gusta obligar a todo el mundo a ser como ellos, pero seguramente –logrados otros objetivos– serán felices y entraremos en una nueva Era para la sociedad hoy desnortada.
Al parecer, su rechazo a los migrantes proviene de creer que el país en el que han nacido –o emigrado incluso ilegalmente como Elon Musk, el nuevo asesor de Trump– es suyo. No han mostrado un registro de propiedad. A lo sumo tendrán el padrón por el que están censados en los municipios donde residen. Pero en esa lista figuran todos los que cumplen el requisito de vivir en un determinado país, pongamos ya como ejemplo el nuestro. Extrapolable por supuesto al resto. Evidentemente, ningún documento, ni el DNI siquiera, otorga el título de propiedad de España. De hecho, nadie nos preguntó, nos dio un visado ni nada parecido. Nacimos aquí y eso es todo. Sin duda esa circunstancia conlleva derechos y obligaciones. Y es algo que comparten tanto los oriundos de algún lugar de España como de cualquier otra parte del mundo si moran o habitan –que se diría en otro tiempo– aquí.
Y ahí quería llegar. A otro tiempo. Los fascistas y racistas son los que sobran, los que no soportan al diferente. Cuánto mejor que sean ellos los que se vayan a un lugar donde nadie les moleste. Pensemos que los excluyentes son ellos. La historia avisa que, si no, al final terminan echándonos a todos. Lo ideal sería regresar a su siglo, el XX, cuando empezaron a destrozar la convivencia y sembrar la destrucción y la muerte, pero, como no existen los viajes en el tiempo, es preferible que se busquen alguna ubicación –pueden elegirla ellos– y se trasladen allí para darse el gustazo de que todo se haga a su modo, sin oposición, ni molestias. Alguna isla o varias parece lo idóneo, pero son demasiados e igual no caben. Todo es comenzar. Lugares adecuados no faltarán. Y caben los intercambios con fascistas de otros países.
Imaginen su nueva vida al despertarse con las soflamas de los líderes de la radio matutina contra el gobierno que dejaron atrás Las tertulias para colmarles de insidias con todos los participantes de extrema derecha. Las portadas de los diarios de papel para envolver la nostalgia o el bocadillo. Charlas entre afines, todos de acuerdo. Corridas de toros en horario de mañana y tarde. Cacerías semanales como poco. Fútbol no puede faltar. Libros pocos, mejor los que glorifican el pasado. Algunas fiestas de trajes para lucir los más patrióticos: los Tercios de Flandes, las conquistas del Imperio, los uniformes dispuestos en esmerada confección con un brazo en alto. Ellas de mantilla y traje de cola o enlutadas según la ocasión. Todos los días de todas las semanas y todos los meses. Por supuesto, no haríamos uso de la crueldad habitual en las deportaciones. Nada de jergones en el suelo, frío y hambre, podrían llevarse todo su dinero y sus lujos. Que no falte de nada para que estén muy cómodos y no se les ocurra volver.
Imaginen nuestra vida. Sin ellos, nos libraríamos de muchos parásitos de la sociedad (a todos nos vienen a la memoria unos cuantos de pomposas familias) e incorporaríamos a gente valiosa de otros países llegados en busca de oportunidades.
El temor a los okupas que tanto han difundido disminuiría en gran manera, porque los principales tenedores y desahuciadores son muchos de los potenciales emigrados. Hay algunos de familias muy conocidas en política que trabajan para fondos buitre, ya saben, y dudo que no eligieran marcharse al paraíso exterior. A ese sin emigrantes pobres, intelectuales, odiosa gente de izquierda y luchadores por los derechos humanos.
Por las violaciones que, según ellos falsamente, practican todos los que llegan de países más desfavorecidos, no deben preocuparse. Porque los datos estadísticos nos demuestran que es mentira en líneas generales, y para violadores notables tienen a muchos miembros de la Iglesia católica o empresarios con poder de los que violentan niñas por dinero y luego se libran de la cárcel. Y todos esos y más también se habrían ido felices. O algo menos sin disfrutar del placer de la humillación.
Creo que es una solución a estudiar porque disminuiría en gran medida la siembra de odio y los gritos. Incluso desavenencias habituales de la vida cotidiana, sin la tensión a la que somete la derecha a toda la población verían bajar el clima de ansiedad y violencia.
Estoy convencida de que se robaría a los ciudadanos desde el poder algo menos siquiera, porque los grandes expertos en el tema están en la derecha, digan lo que digan al margen de la realidad. Y habría menos concomitancias con la justicia tuerta. Sería como romper el círculo. Los problemas gruesos se trasladarían a la isla o islas de los fascistas. O no.Todos de acuerdo, habría una gran armonía. ¿Ustedes recuerdan a Bernard Madoff? Fue un financiero que practicó una descomunal estafa durante la gran crisis del capitalismo de 2008 que tan duramente azotó a los ciudadanos. Uno de tantos. Pero el único en ser condenado y entrar en prisión, donde murió hace un par de años. La clave decisiva: ser el único en estafar a los ricos. Y eso no se perdona. A los ricos, no.
Un gran avance para todos; que se fueran ellos y dejaran de quejarse y de imponer su voluntad, al vivir a su completo placer. Siempre sobraron. En toda la historia en la que fueron cercenando el progreso y todos los movimientos democratizadores. Sabrán que el primer precedente de federalismo lo estableció la Corona de Aragón, ciertamente selectiva y clasista, pero muy superior a lo que había. Los nobles saludaban al rey con el famoso comienzo: “Nos que somos tanto como vos y juntos más que vos…” y ya seguían. Pensar que ahora gobiernan la histórica comunidad autónoma políticos de ultraderecha (PP incluido) clama. Hasta las ideas de la Revolución francesa tuvieron un precedente en las Españas que como siempre cercenaron “los castizos”. Por dios, si echaron –harto hasta la coronilla– a un rey presentable como Amadeo de Saboya para acabar consolidando a los Borbones.
Sería mucho mejor separarnos. De mutuo acuerdo esta vez, sin masacres, ni poner la otra mejilla. Nos quedamos con los emigrantes emprendedores y ellos en otro lugar disfrutando de sus glorias soñadas. Lo peor es que probablemente gran parte de su felicidad se basa en fastidiar al resto del personal. Nos necesitan para eso. Con el tiempo, puede ser cuestión de supervivencia y, al menos, tomar nota de la realidad a la que nos enfrentamos igual consigue alguna mejora. Ya saben, son tiempos duros que precisan algún escape de razonable esperanza.
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