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¿Tienen que desnudarse las mujeres para entrar en la tecnología?

Guerrilla Girls
21 de septiembre de 2023 21:20 h

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Es mucho lo que ha quedado al desnudo en el caso de Almendralejo. Mucho más que esa treintena de niñas cuyas imágenes se manipularon con tecnología artificial (me niego a llamarlo inteligencia si sirve para hacer estupideces) para mostrar sus cuerpos falsos sin ropa. Hace unos meses se empleó otra herramienta de estupidez artificial para fabricar imágenes falsas del Papa y de Donald Trump. Al Pontífice se le vistió con un abrigo blanco de plumas fake (aquí escribí sobre ello), mientras el presidente de EEUU aparecía en traje. Ellos vestidos, ellas desnudas. Todo es fake, pero no todo es lo mismo. Ambos ejemplos nos dificultan el seguir viviendo en una sociedad basada en los hechos y la razón, pero no todo es igual. Se dice con ligereza que esto “le puede pasar a cualquiera”, y que “todos podemos ser víctimas”. Sí, pero unas más que otros, parafraseando a los cerdos de la granja de Orwell. Por ir al grano, no entro en otros detalles de la comparación: ellas son menores, ellos son poderosos; la imagen de ellas se falsea para ser objeto de contemplación, la de ellos para mostrarlos en acción: Trump se resiste a ser detenido, el Papa parece dirigirse a dar una misa a la plaza de San Pedro en un frío día de invierno.

En los años ochenta las Guerrilla Girls lanzaron una campaña en protesta por el sesgo machista de los museos. Descolgaron un cartel maravilloso y hoy icónico, con un fotomontaje, o sea, un fake de la era artesanal: era el desnudo clásico de La Gran Odalisca pintado por Ingres, con el rostro de la mujer reclinada portando una máscara de gorila. Junto a la imagen se formulaba esta pregunta: “¿Tienen que desnudarse las mujeres para entrar en un museo?”. Denunciaban que sólo el 5% de los cuadros en las secciones de arte contemporáneo de los museos, entre otros el Metropolitan de Nueva York, habían sido pintados por mujeres artistas, mientras el 85% de los desnudos en los retratos los protagonizaban ellas. En el sector de la tecnología las mujeres que trabajan también representan una minoría, según Eurostat: en Europa el 18%, en España el 20%, y bajando según se asciende hacia la cúspide. Analogía guerrillera: ¿tienen que desnudarse las mujeres para entrar en el mundo tecnológico? 

Las menores de Almendralejo que han visto su intimidad violada y su imagen manipulada, sin duda, están sufriendo psicológicamente. Quién sabe las secuelas que este episodio les acarreará. Pero no son las únicas damnificadas. Muchas niñas y chicas jóvenes se verán desde hoy asaltadas por el miedo y la ansiedad de pensar que algo así pueda ocurrirles a ellas. ¿Cuál será su reacción instintiva ante la Inteligencia Artificial generativa y otros desarrollos tecnológicos? Es muy probable que los rechacen, complicando aún más el surgimiento espontáneo de vocaciones femeninas para ese mundo STEM que tanto las necesita. También es posible que emerja la heroína empeñada en desarrollar una IA protectora para las mujeres, guiada por el afán de hacer justicia a propósito de este escándalo. La heroína será la excepción, aunque los medios siempre ávidos de narrativas individuales poderosas nos la presentarán como la norma. No: lo que urge es regular todo esto cuanto antes.

La triste moraleja, la frustrante y cansina conclusión, es que para las mujeres la norma es seguir luchando siempre. Las jugadoras de la selección española de fútbol lo han puesto de manifiesto: no basta con ganar el partido del trabajo bien hecho, hay que jugar también en el campo donde se exige respeto y derechos. Resulta asombrosa la energía indestructible del machismo, con sus múltiples mutaciones y lo prolífico de sus variantes. Una esperaría que, con todo lo logrado ya por las mujeres en cuanto a la igualdad, no hubiera que empezar de cero cada vez. Pero resulta que sí. En cada nuevo invento, en cada desarrollo tecnológico, cada vez que la humanidad dobla una esquina, se topa con nuevas formas de explotar a las mujeres, abusar de ellas, denigrarlas. El machismo es como el agua de lluvia sobre el tejado: da igual que hayas tapado una gotera, el reguerillo alegre y vivaracho se deslizará sin resistencia entre las tejas y encontrará su camino horadando el mortero para acabar cayéndote en la cabeza como una gota malaya.

No podemos confiar en que la tecnología solucione los problemas que crea, como quieren los tecnooptimistas. Cuando hay sobre la mesa un problema político, y el machismo lo es, hay que abordarlo con políticas, no con algoritmos.  

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